Real Time Web Analytics Bruselas10: 2007

domingo, 25 de noviembre de 2007

Los Rios de Bruselas


Las aceras de Bélgica son una caja de sorpresas. No tanto porque, a falta de contenedores, las basuras sean depositadas directamente sobre ellas. Ni siquiera porque registren frecuentemente el paso ligero de los ministros de Asuntos Exteriores de la Unión Europea, grandes cínicos en el teatro de la vida, o de otros dignatarios internacionales, que vienen aquí a enjugar miserias ajenas provocadas no pocas veces por la incompetencia y la venalidad propias. No. Las aceras de Bélgica son una caja de sorpresas porque albergan uno de los hatos de conducciones más tupido del planeta.
Las hay de todo tipo. Basta asomarse a una de las múltiples zanjas abiertas en la ciudad para descubrir en ella una nervadura que para sí la quisieran los efectos especiales de Spiderman. Están, por supuesto, las tuberías que transportan la electricidad. En las principales urbes del país, y desde luego en la capital, los postes del tendido eléctrico han desaparecido hace lustros. Va también enterrado el gas natural. El agua y el alcantarillado, claro. Y el cable del teléfono. Y la fibra óptica. Y les ha dado por renovar todo al mismo tiempo. Incluso las aceras. Gallardón no sabe lo que se pierde.
Bruselas lleva años con las tripas al aire. La IBDE, que es la empresa de aguas, decidió hace ya tiempo que la capital de Europa no podía figurar como un punto negro en la relación de ciudades con más conducciones de plomo. Le persuadió en sus consideraciones, sin duda, la Directiva de Potables de 1998, que daba de plazo hasta 2002 para trasponer la norma al ordenamiento interno, y 15 años más para aplicarla. En 1993, a Bélgica le calculaban una inversión de 3.348 millones de euros para sustituir todas sus tuberías de plomo, una cifra, esta, ciertamente menor que los 8.453 que se apuntaban entonces para España, pero es que el país tiene una cuarta parte de habitantes.
De modo que calle a calle, barrio a barrio, la IBDE va sustituyendo el plomo por un plástico inerte y perenne.
Los colectores de residuales para las depuradoras de nueva construcción están haciendo también de las suyas. De pronto aparece una excavadora, y te corta una calle por tres o cuatro años. Como el diseño de Bruselas es radial, no resulta difícil desviar el tráfico por las callejuelas anexas, pero eso sólo se ve así sobre el papel; en la práctica, los vehículos encuentran difícil desenvolverse por entornos que fueron pensados poco más que para el paso de carruajes tirados por caballos.
Los del gas andan también metidos en gastos y están sustituyendo tuberías. Sustituyendo y haciendo más densa la red, de modo que una avería en uno de sus tramos no deje sin suministro a otras áreas de la ciudad, situadas “aguas abajo” del flujo.
A la telefónica local le pasa algo parecido, aunque tiene sus trabajos muy avanzados. Belgacom, principal proveedor de telefonía fija y móvil, obtuvo hace ya tiempo permiso de la Administración para difundir programas de televisión, y tuvo que reforzar toda su red de cable para ofrecer el “trío de ases” de todos los operadores telefónicos: teléfono, televisión e Internet.
Pero esto sucede en Bruselas que, en su día, fue una de las primeras ciudades de Europa totalmente cableadas. Los operadores del cable, que vivían cómodamente instalados en el cobre, han tenido que ponerse las pilas para hacer frente a la nueva competencia que les surgía en la propia casa. ¿Resultados?: más agujeros para meter más cables,  por los que también fluyen otros “tríos de ases”.
Las empresas de cable se tienen repartida la ciudad en áreas de influencia. Otro tanto sucede en el resto del país. Sólo Belgacom llega  indistintamente a todas partes. La competencia entre operadores se encuentra, por lo tanto, relativamente limitada. La oferta de Internet a 100 megas” de Coditel (un operador del centro y el norte de Bruselas), no alcanza a los usuarios de Brutele (sur y este), mientras que los 17 megas que Belgacom oferta para su VDSL se van extendiendo por el territorio a medida que avanza la activación de las redes más modernas de la compañía, con la instalación de los adecuados equipos de cabecera.
De modo que bajo las aceras de Bruselas fluyen un montón de ríos, líquidos, eléctricos y electrónicos, cuya condición hay que revisar periódicamente porque se susciten averías o porque lo exija el protocolo de mantenimiento. El subsuelo arenoso de la ciudad resulta la mar de conveniente para estos cometidos: la piqueta separa los ladrillos de las aceras con gran facilidad y luego no hace falta más que hurgar un poco con la pala para poner al descubierto toda esa fecundia subterránea.
Porque, a falta de galerías con accesos espaciados a toda esta parafernalia, en Bruselas no hay otra cosa que el subsuelo de arena, por el que se entrecruzan señales electrónicas y eléctricas, gas y aguas potables y usadas. Bien es cierto que hay niveles para cada cosa, pero no será muy frecuente en el mundo un lecho arenoso tan aprovechado como este.
Los inconvenientes los padecen los peatones. No pasa mucho tiempo tras una de estas historias de cables sin que los ladrillos de las aceras, depositados sobre un lecho de tierra estabilizada y compactados con arena, comiencen a moverse. Le llega el turno entonces al chorrito de agua mezclado con arena sucia, que trepa bajo la pernera del pantalón hasta alturas insospechadas cuando el viandante pisa una losa vacilante, y que a los más mayores les hace pensar que la incontinencia les ha jugado una mala pasada.
Los calcetines embarrados por el dichoso chorrito del clinker son en esta ciudad tan habituales como las barreras amarillas y azules de las obras de mantenimiento.
Al uno y a las otras bien que se las podría llevar el viento.

domingo, 7 de octubre de 2007

A Vueltas con el Vinilo


La verdad es que nunca llegaron a irse del todo, pero estos días experimentan un retorno en tromba: los vinilos, los viejos discos de 33, 45 y 78 revoluciones por minuto están otra vez de moda.
En la era del mp3 y cuando las grandes multinacionales de la electrónica y la música (que suelen ser las mismas), nos amenazan con nuevos formatos que harán inútiles los aparatos que con tanta fatiga hemos alcanzado a instalar en el salón, resulta que las viejas galletas de microsurcos son, según los puristas, el no va más de la calidad de sonido.
Por lo visto, los CDs transmiten una especie de estrés al interpretar los “unos” y “ceros” a los que la música, con todos sus matices, se ve reducida en los discos de 12 centímetros. Es algo relacionado con una cosa que llaman “convertidor digital-analógico” que traduce números en impulsos eléctricos y que después, una vez tratados por el amplificador, van a parar a los altavoces. Hay “convertidores” que llegan a restituir muy bien el sonido, pero son extremadamente caros. Háganse una idea: 22.000 euros para el lector, 4.000 ó 5.000 para el convertidor. Más el amplificador, de otros 20.000, más los altavoces, de unos 30.000 euros. Las vibraciones de la aguja en el fondo del microsurco, en cambio, no generan ningún estrés electrónico y la música fluye natural hasta nuestros oídos.
Bueno, natural, natural… Hay que ver los nuevos tocadiscos que extraen hasta la quintaesencia del microsurco: parecen refinerías, con poleas y contrapesos para el brazo que sustenta a la aguja lectora en su cápsula, motores separados del plato (que pesa un montón de kilos para que la fuerza de la inercia esté perfectamente equilibrada) a fin de no “parasitar” la lectura del disco, tensores diversos para variar el grado de inclinación de la aguja, y así…
Y hay que ver a los amantes del vinilo en acción. Son como aquellos fumadores de pipa para los que fumar formaba parte –y era indisociable de- todo un ritual: se calzan guantes de lino para no dejar huellas en el disco, inclinan la testuz para verificar que la aguja está, efectivamente, sobre el borde del disco y le dan a la palanquita que activa el mecanismo hidráulico gracias al cual el artilugio se posa sobre el disco con una presión de gramo y medio. No más, ni tampoco menos.
Y a la media hora, vuelta a empezar porque los vinilos tienen dos caras.¿Se acuerdan? La generación del mp3, la que lleva miles de canciones en una caja de cerillas mejorada, difícilmente podrá comprender que hubo un tiempo en el que la música venía repartida en “caras”, la “A” y la “B” en la escuela clásica, y la “1” y la “2” en la de los rompedores. Pero fue así.
Y vuelve a ser. En Bruselas, ciudad de funcionarios y empleados de multinacionales bien pagados, gente de posibles en fin, hay un mercado para el vinilo. Por el Boulevard Anspach, cerca del edificio de la Bolsa, el trasiego es enorme. De un lado vienen los chavales del mp3 con la herencia que han recibido del abuelo o el padre fallecido recientemente, para liquidarla y comprarse un Ipod, y del otro los que tienen instalada la refinería esa en el salón. Y todos se van tan contentos. El chaval a la Fnac, a por su Ipod, y el melómano con un saco de discos de a 5 euros la pieza.
Luego hay que quitarles el polvo y la estática a los vinilos. Un poco de agua tibia y jabón neutro hacen maravillas, pero hay también máquinas limpia discos que funcionan como lavadoras. Otros tropecientos euros que sumar a la factura.
Corren leyendas de melómanos desmesurados, la mayoría de ellos japoneses, que tienen instalaciones de lectura de vinilos imposibles de imaginar, con altavoces gigantescos encastrados en bloques de cemento armado, en locales aislados del mundanal ruido para mejor dejarse envolver por el tremendismo de Wagner.
Pero el trapicheo de Anspach es, normalmente, ajeno a esas sofisticaciones. La gente busca su música porque –y esa es la principal perversión de las sociedades de autores-, la música también es de quien la oye, no sólo de quien la compone o interpreta. Menos de quien la administra. El lugar, el momento, la compañía, la circunstancia personal en fin, son claves en la apropiación que realizamos de “nuestra” música.
Por eso, Anspach es, primero y por encima de todo, un enorme cementerio de emociones, en el que reposan, ordenadamente apiladas, las ensoñaciones de aquella señora que adoraba a Dean Martin o a Harry Belafonte, o las levitaciones de aquel señor que se sentía transportado por la música de órgano. A la una y el otro sus respectivos vástagos los han terminado arrumbando en una estantería de saldos, al lado del edificio de una Bolsa en la que se trafica con títulos electrónicos, porque el papel ya no es exigible. La verdad siempre se negocia en el universo de lo intangible.

domingo, 19 de agosto de 2007

A la Playa con Impermeable


El que carece de algo se las ingenia para conseguirlo. Los bruselenses no tienen playa, aunque sí gaviotas, que suben como que no quiere la cosa desde el mar, distante un centenar largo de kilómetros, por los canales que comunican la costa con el interior de Bélgica y que ponen una mota blanca de contraste a los lustrosos patos de los aristocráticos estanques Melaerts, en los que la madre de mi amigo cubano, que debió llegar un día por esos canales, encontró una vez consuelo para la cazuela.
De modo que la municipalidad les ha puesto una playa a los bruselenses. Junto al canal, claro, en lo que llaman el Quai Béco. Tres mil toneladas de blanca arena y unas duchas de agua pulverizada, camufladas bajo falsas palmeras, pretenden crear la ilusión de mar abierto, salitre, brisa marina y reverberación de cuerpos rendidos al  inmisericorde sol estival.
Bien es verdad que el horizonte, en el Quai Béco, es una imponente fachada tan larga como la playa, coronada por un gigantesco rótulo de “Citroen”; que los belgas no depuran todavía sus aguas residuales y que mejor que no haya brisa porque, si no, huele, y no precisamente a salitre; y que lo del inmisericorde sol estival… Este julio ha habido inundaciones lo mismo en Flandes que en Valonia; el clima hermana más que la política y sus oficiantes.
Pero las duchas, esas, funcionan, y los críos se lo pasan de miedo dejándose calar por el agua pulverizada. No se comprende muy bien el motivo de tanto júbilo: el resto del año es igual.
Los promotores de la iniciativa, que cumbre este año su quinta edición, esperaban captar medio millón de visitantes. El 15 de julio hizo sol y elevaron la previsión a 750.000, porque la playa fue visitada, ese día, por 40.000 personas. El alcalde de Bruselas, Freddy Thielemans, estaba radiante. Luego llegó el monzón.
Bruxelles-les-Bains (Brussel Bad en flamenco), que así se llama formalmente el invento, tiene este año por tema “Prenez des couleurs” (“Cojan color”). No sé si perciben la fina ironía.
Color, ciertamente, lo hay, porque el recinto, que está abierto de 11 de la mañana a 10 de la noche, del 13 de julio al 12 de agosto salvo los lunes, alberga medio centenar largo de cabañas de aire tropical, en las que se ofrecen cocktails exóticos, marisco, parriladas y una gran variedad de pequeños recuerdos, que la gente compra sin tino ni tasa. Brasil, por lo visto cercano desde la visita de Lula, está muy presente en toda esta fanfarria, con banderas y chozas en las que adolescentes que despuntan por escotes en pico ofrecen caipirinhas y bebidas “aphrodisiaques”, ante la curiosa chavalería multicolor.
Los que tienen playa desde siempre no suelen preocuparse por revalorizar lo que ya está donde siempre ha estado. De eso se ocupan los hoteles de los alrededores. Pero en Bruxelles-les-Bains no es lo mismo de modo que, y ante la incertidumbre meteorológica, los organizadores se han cuidado muy mucho de llenar la agenda de la playa con un amplio catálogo de diversiones. Escuela de circo, magia, baile, boley, disco, rock, funk, tango, merengue, salsa, ska, un cementerio de buques con piratas embozados… de todo hay para cautivar a una asistencia que llega con el traje de baño y el impermeable a cuestas, y que no decide hasta el último minuto cuál de las dos prendas se pone primero.
Aseguran los que controlan la afluencia a Bruxelles-les-Bains que por las mañanas, hacia el mediodía, son sobre todo empleados de las empresas cercanas los que se acercan al lugar para comer algo en un ambiente distinto. Después, hacia las 2, comienzan a llegar las familias. La verdad es que a la gente se la ve a gusto y que agradece el espacio de distensión que se les ofrece. La alternativa, las playas de la costa, es complicada: la autopista está siempre saturada, los radares de tráfico te hacen la vida imposible y al final encuentras un arenal agitado por el viento y un Mar del Norte de espumas marrones que dicen que es estupendo, pero que a los que hemos visto otras olas no nos convence del todo.
Además, en Bruxelles-les-Bains hay acceso a Internet por un “hotspot” de Wi-Fi gratuito para los abonados al servicio más común en Bélgica, que es el del operador clásico
De modo que la playa de Bruselas tiene una respuesta garantizada; un “mercado cautivo”, que dirían los economistas. Son centenares de miles los habitantes de esta ciudad que ni se van a Knokke-le-Zoute, o a De Haan, a chapotear en las olas de espuma marrón, o a protegerse de los remolinos tras los cortavientos a rayas azules y blancas, diligentemente dispuestos por la oficina de turismo local.
Bruxelles-les-Bains es, incluso, un puerto de recalada temprana para gente que aún no ha emprendido su largo peregrinaje hacia el sur para las vacaciones de agosto. Por eso, aquel día, pudo oírse en el Quai Béco ese grito profundo y atávico, tan evocador: “¡Chicaaaas. Tengo tortillaaaaa!.

domingo, 1 de julio de 2007

Bruselas Mestiza


Los flamencos han comenzado a abandonar Bruselas. En la capital están en minoría pero los que analizan el censo han llegado a la conclusión de que estas desafecciones, discretas pero constantes, responden a razones de fondo.
En 2004 fueron 11.000 los flamencos, la mayor parte de ellos gente muy joven, que vinieron a vivir a Bruselas desde Flandes, pero otros 18.000 abandonaron la capital, convirtiendo el balance migratorio en negativo.
Por lo visto, los flamencos aprecian el carácter cosmopolita de la capital de Europa, el entorno multilingüe y el estilo de vida de una ciudad de tintes (ligeramente) latinos, donde todavía se percibe en las calles algo de espontaneidad y de alegría de vivir.
Pero lo que definitivamente no les va es que las Administraciones municipales en las que se integran (normalmente Schaarbeek o Elsene) se dirijan a ellos en francés, un lenguaje éste que, sin embargo, no tienen ningún empacho en utilizar en sus contactos vecinales. Quieren que sus  funcionarios les hablen en flamenco. Y piensan que la enseñanza que se imparte en esa lengua en la ciudad no es de gran calidad. De modo que cuando fundan familias, buscan inmediatamente una vivienda en los suburbios, o se vuelven directamente a Flandes. Seis de cada 10 escogen en ese retorno los condados de Halle y Vilvoorde, que forman con Bruselas un mismo distrito electoral y unos pocos Leuven.
La relación de Flandes con Bruselas es complicada. Es su capital (la de Valonia es Namur), donde se encuentran las instituciones de la región y las internacionales, pero constituye un entorno esencialmente francófono y eso, a los nacionalistas flamencos, les produce urticaria.
Las ciudades son, por definición, zonas dinámicas, con flujos constantes entre el centro y la periferia, que las equilibran y enriquecen. Y las periferias tienen, por principio, potencial de expansión, porque es a través de ellas por donde las ciudades crecen.
En Bruselas no sucede nada de eso. Hay una periferia, pero es la misma que hace 40 años y no tiene el carácter funcional de aquellas porque no lo es tal, sino una frontera lingüística.
En los años 60, cuando los acuerdos lingüísticos, Flandes impuso el carácter bilingüe de Bruselas y determinó sus límites geográficos. No se han  movido ni un ápice desde entonces, lo que significa que la ciudad carece de los flujos naturales centro-periferia, y viceversa, que en otras urbes son comunes.
De modo que la capital de Europa es una ciudad que está sin serlo del todo, y a la que las fronteras lingüísticas han condenado al autismo conurbanístico.
Esta situación tiene consecuencias enormes sobre la vida de la urbe. “Cuando la geografía política se sobrepone a la geografía económica, organizando la ruptura del vínculo entre el centro y la periferia de la zona metropolitana, la situación es diferente (…) El análisis de la evolución de los regímenes financieros muestra que los mecanismos de financiación sucesivamente aplicados han situado sistemáticamente a la región de Bruselas en una posición de fragilidad (…) La impresión resultante es que el régimen financiero que data de 1989 fue pensado, en lo que concierne a Bruselas, en función de su demografía de comienzos de los años 70”, dice Paul Zimmer en su “Les Evolutions Démographiques de Socio-économiques de la Région de Bruxelles-Capitale depuis 1990”, (Colección CRISP, Courrier hebomadaire 1948-1949).
Los medios informativos cotidianos están comenzando a dar destellos de esa realidad. Este viernes hablaban de una situación estructuralmente débil de las finanzas en las comunas (municipios) de Bruselas, que son 19.
De modo que los flamencos han comenzado a abandonar Bruselas. No es extraño. La extrema derecha flamenca podrá vociferar que el movimiento responde a la insalubridad de la capital para los flamenco parlantes, pero la realidad es más sutil: determinadas iniciativas de fiscalidad competitiva adoptadas por las autoridades flamencas están socavando parte del atractivo de Bruselas como zona de destino de negocios de origen no multinacional, en los que los “pequeños flamencos” encuentran empleo.
Si tenemos en cuenta que los flamencos no se sienten identificados con ella, y que es demasiado cara para los valones, ¿qué le queda a la Bruselas?. Pues la inmigración cualificada. La de las grandes corporaciones multinacionales, que cuentan con un tratamiento fiscal favorable, para ellas y para sus empleados. O la de los funcionarios internacionales. E incluso la del Tercer Mundo que ni es cualificada, ni aporta gran cosa a la dinámica económica cotidiana sino color, y que suele ser fuente de muchos problemas, económicos y de integración.
No existe unanimidad entre los estudiosos. Unos, como el ya citado Zimmer, dicen que los extranjeros de origen o de nacionalidad representan actualmente el 46,5% de la población de Bruselas, que ronda el millón de habitantes. Otros, como el sociólogo Jan Hertonen, elevan el porcentaje hasta el 56,5, aunque la estimación sea discutida por colegas suyos como Dirk Jacobs, de la ULB, (Universidad Libre de Bruselas) que consideran la cifra exagerada.
Tanto da: el disparate de crear fosas lingüísticas en un país con dinámica diferenciada ha terminado generando tendencias tan disgregadoras en su seno que una joya engarzada en lo más alto de la historia de Europa, Bruselas, no puede encontrar ni su identidad, ni los medios para afirmarla.
Y todavía hay nacionalistas en España que creen que Bélgica es el modelo.

domingo, 13 de mayo de 2007

Bruselas se cuelga del Swing


Todos los años, desde hace doce, Bruselas vive en mayo un fin de semana musical fuera de normas. La cosa ocupa el centro histórico de la ciudad y entornos próximos, y es gratis. Al Mannequen Pis lo convierten en afluyente principal del Mississippi y el swing y los ritmos sincopados inundan la capital de Bélgica. Calles, plazas, bares, bistros y terrazas se llenan de músicos para deleite del respetable, que refrenda en masa la iniciativa con una asistencia que ronda, año tras año, el cuarto de millón de personas. El barroco de la Grand Place reverberando ecos de Thelonius Monk; qué cosas.
Hay que verlo para creerlo. El centro de Bruselas es una hondonada de laderas discretamente pronunciadas por las que, a la llamada de las notas encadenadas del compás, descienden caminando, desde la Gare Central, punkies de melenas púrpura y cuero tachonado junto a padres con hijos al cuello, que se distribuyen indistintamente por la Grand Place, Ste. Catherine, Brouckere y demás,
Es el “Brussels Jazz Marathon”, el que al principio –cuando lo inventaron a comienzos de la década pasada- se llamaba “Brussels Jazz Rally” y que después, durante un muy breve periodo de tiempo, se denominó “New York Brussels Jazz Rally”.
Es música en la calle, en bares abiertos o en recintos cerrados (los menos). Muchos músicos tocando en muchos sitios al mismo tiempo, y la gente que circula de un lado para otro dejándose mecer por el timbre profundo o desgarrado del saxo que inventó Adolphe Sax, el valón de Dinant que se hizo un nombre universal en Bruselas a mediados del siglo XVIII.
Esta vez toca la semana que viene. Del 25 al 27 más de 400 músicos van ofrecer un centenar largo de conciertos en apenas dos días y medio. En el festival hay sitio para todo: jazz clásico y moderno, fusión, blues, rock, latino y funk.
Y también para las grandes partituras de Disney, la Factoría Disney de hoy, que servirán de base musical para expresiones de dixie, bossa nova, vals, jazz rock o jazz hot destinadas a los niños; o para explorar la percusión en todas sus facetas, o el ritmo.
Como este año se festeja el 50 aniversario de la Unión Europea, los organizadores han abierto la mano y la Plaza de España, que permanecía ajena a estas manifestaciones, será ahora marco para expresiones musicales muy variadas: italianas, estonas, búlgaras, holandesas, francesas y, naturalmente, españolas.
El “Brussels Jazz Marathon” no concentra a grandes figuras mundiales de la música. A mediados de la década pasada se hizo aquí ese esfuerzo, con resultados económicos catastróficos que llevaron a la quiebra a la empresa que organizaba el evento. Aquello tuvo su mérito porque se trataba de una ASBL, una Asociación sin Objeto de Lucro, que es un tipo de empresa que, por su propia naturaleza, no puede quebrar. Pero se ve que poner a los muy grandes a tocar para un público que no paga, o que paga muy poco, no es fácil. Quedan de aquella época, sin embargo, recuerdos imborrables como la Big Band de Ramstein interpretando a Glenn Miller en la Grand Place.
Un poco más al norte de Bruselas, en Rotterdam y para julio, está anunciada la receta contraria: intérpretes que son una referencia mundial, constreñidos, ellos y su música, en recintos cerrados, a precios de tribuna. Es el reputado festival de Jazz del Mar del Norte. Las figuras allí, este año, son el trompetista Wynton Marsalis con la Lincoln Center Jazz Orchestra, Chick Corea, John Scofield, Roy Hargrove, Buena Vista Social Club, Paul Anka, Elvis Costello, Amos Lee o Terence Blanchard .
La primavera avanzada y el verano son ocasión, en esta zona de Europa, para manifestaciones musicales al aire libre de todo género. Las hay definitivamente cursis, como esas que concentran en los jardines de algún palacio falto de usos a cantantes de orígenes sonoros –generalmente rusos con marketing británico-, que entonan arias de ópera de las del easy listening al atardecer, con el acompañamiento de algún altavoz escondido entre los rosales,  ante un público pequeño burgués que arrastra sus mejores zapatos por senderos previstos para botas de caza, entre arbustos florecidos con “pendientes de la Reina” que nadie osa tocar. Aquí Nabucco y a la vuelta de la esquina, un poco más adelante del rosal de la izquierda, Madama Butterfly.
Siempre he creído que España se merece mejor música que la que fabrica. Aunque sólo sea porque los atardeceres y las noches secas están más garantizadas allí que aquí, en el centro de Europa, donde toda esta magia del contrapunto se fuga por la alcantarilla a poco que la borrasca despunte por el horizonte.

domingo, 4 de febrero de 2007

El Grito en el cielo


Desde 1993, Bélgica es un Estado federal. Sus entidades federadas son Flandes, Valonia y Bruselas. Hay un gobierno federal y tres gobiernos federados, otros tantos parlamentos y dos regiones o comunidades lingüísticas, la flamenca y la francófona, (a las que se suma la germanófona, marginal), que cuentan con sus propios órganos legislativos y de gestión. Un montón de gente en coche oficial. Se supone que la forma del Estado responde a la necesidad de adaptar sus estructuras a las conveniencias reales de la gente, aunque viendo lo que el día a día depara al país, uno se pregunta si los políticos, aquí como en otros lugares, no están efectuando una interpretación francamente abusiva de eso que se llama la democracia representativa.
Tomemos el caso del aeropuerto de Bruselas. Está situado a las afueras de la capital, pero en territorio flamenco, en la comuna de Zaventem. Constituye, junto con los puertos de Amberes y Zeebrugge, la clave del desarrollo de Flandes, la región rica del país, y ha sido objeto de un impulso extraordinario desde comienzos de los años 90, cuando las autoridades competentes decidieron convertirlo en centro continental de enlaces aéreos. A finales de 2005 andaba por los 251.000 movimientos anuales. Barajas, por esas fechas, estaba en 418.000. El aeropuerto belga operaba ya más de la mitad de vuelos que Madrid, pero en un país cuatro veces menos poblado.
Los planes de desarrollo del aeropuerto preocupaban a los ayuntamientos más próximos, todos ellos flamencos pues Bruselas es una isla bilingüe dentro de las fronteras neerlandófonas. Y protestaron a sus autoridades locales, regionales y federales (una tradición no escrita determina que el primer ministro de Bélgica debe proceder de Flandes). Utilizaron como piedra de toque los vuelos nocturnos de una gran empresa de paquetería, instalada en el aeropuerto desde los años 80, que utiliza aviones antiguos y ruidosos. Una ministra federal de ideología ecologista impuso en 2000 un periodo de inactividad aeroportuaria entre la 1 y las 5 de la madrugada, pero se le echaron encima sus socios de gobierno, socialistas y liberales, que temían la pérdida de puestos de trabajo, sobre todo en la empresa de paquetería en cuestión.
De modo que la mayoría gubernamental optó por un modelo de “concentración” de vuelos nocturnos sobre la zona menos poblada: el norte de Zaventem.
Sucede que ese norte se llama Noordrand, y que es territorio exclusivamente flamenco. Sus habitantes pusieron el grito en el cielo. La ministra ecologista perdió su cartera cuando se oponía a la instauración de una nueva ruta sobre la capital para sacar aviones alejándolos del Noordrand, que finalmente salió adelante promovida por una polémica ministra socialista. La llaman “ruta Onckelinx”, en alusión a su promotora. Ya antes había otra ruta, la “Chabert”, porque así se llamaba el ministro que la había hecho implantar, que permitía el sobrevuelo nocturno de Bruselas a baja cota. Fue abandonada.
A la ministra ecologista la sucedió un polémico personaje de la extinta Volksunie (Herri Batasuna en flamenco), que había pasado a militar en el partido socialista flamenco: Bert Anciaux.
A todo esto, la empresa de paquetería hacía saber que tenía el propósito de ampliar su actividad en Zaventem, convirtiéndolo en centro de distribución continental en el horizonte de 2012, con la creación de 9.600 nuevos puestos de trabajo, que se sumarían a los 2.850 ya existentes. Necesitaría autorización para 34.000 vuelos nocturnos al año, en lugar del máximo de 25.000 establecido hoy por hoy para 19.000 realmente efectuados.
El ministro Anciaux, (recuérdese, Flandes apuesta por la expansión del aeropuerto, como motor de desarrollo regional) optó por la “dispersión” de vuelos nocturnos, lo que en la práctica y a su decir, venía a significar menos ruido, pero para todos. Aseguró haber tomado sus decisiones en base a un modelo científico. Y restauró la “ruta Chabert”.
En este país termina sabiéndose todo y a Anciaux, que es un flamenco acérrimo con apellido francófono, se le descubrió, al final, el pastel: cierta correspondencia entre un alto cargo socialista flamenco y el jefe de Gabinete del ministro, sacada a la luz por un canal de TV en 2005, daba cuenta de una instrucción secreta de Anciaux en 2003: mucha dispersión y mucha equidad, pero, al final, de lo que se trataba era de “enviar el mayor número posible de vuelos a la zona F”, (por francófona).
Naturalmente, se armó la parda.
Tiempo atrás, y viendo el cariz que estaban tomando los acontecimientos, las autoridades de Bruselas habían hecho aprobar, ya en 1999, unas normas de ruido muy estrictas. Las recurrió el gobierno flamenco pero un tribunal las convalidó y recientemente ha hecho otro tanto el Consejo de Estado.
Bruselas está facultada para imponer multas de 25.000 euros por cada infracción constatada a sus normas contra el ruido. Pero no lo ha hecho, entre otras cosas porque el presidente de Flandes, Yves Leterme, del CD&H (los ex socialcristianos) ha amenazado con retirar a sus dos correligionarios del gobierno de la capital y entidad federada, lo cual haría caer al Gobierno.
Es decir, que el presidente de una entidad federada, Frandes, ha amenazado con desestabilizar a otra entidad federada, Bruselas.
Hace dos años, 2.597 vuelos hubieran sido multados de estar las sanciones en vigor, lo que hubiera arrojado unos ingresos de 65 millones de euros.
¿Resultados de más de un lustro de peleas encarnizadas?
La empresa de paquetería ha renunciado a su expansión en Zaventem. Se va a Leipzig. Su futuro en Bruselas está en entredicho.
El problema de los vuelos nocturnos sigue sin estar resuelto.
Los tribunales acumulan más de 60.000 demandas por exceso de ruido. 54.000 proceden de un micrófono instalado en el jardín de unos jubilados, que está conectado a un sonómetro numérico y éste a un ordenador portátil, en vínculo permanente por WI-FI con Internet, por donde fluyen las denuncias automáticamente, en el momento en que se rebasa cierto nivel de ruido.
Bert Anciaux, que ya no es ministro de Mobilidad, se ha descolgado con unas declaraciones minusvalorando la importancia estratégica de Zaventem. Ahora dice que habría que convertirlo en un polideportivo.
Parece que tantas instituciones, en este país, estén para proteger a unos de otros. ¡Viva el interés común!.
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