Real Time Web Analytics Bruselas10: mayo 2007

domingo, 13 de mayo de 2007

Bruselas se cuelga del Swing


Todos los años, desde hace doce, Bruselas vive en mayo un fin de semana musical fuera de normas. La cosa ocupa el centro histórico de la ciudad y entornos próximos, y es gratis. Al Mannequen Pis lo convierten en afluyente principal del Mississippi y el swing y los ritmos sincopados inundan la capital de Bélgica. Calles, plazas, bares, bistros y terrazas se llenan de músicos para deleite del respetable, que refrenda en masa la iniciativa con una asistencia que ronda, año tras año, el cuarto de millón de personas. El barroco de la Grand Place reverberando ecos de Thelonius Monk; qué cosas.
Hay que verlo para creerlo. El centro de Bruselas es una hondonada de laderas discretamente pronunciadas por las que, a la llamada de las notas encadenadas del compás, descienden caminando, desde la Gare Central, punkies de melenas púrpura y cuero tachonado junto a padres con hijos al cuello, que se distribuyen indistintamente por la Grand Place, Ste. Catherine, Brouckere y demás,
Es el “Brussels Jazz Marathon”, el que al principio –cuando lo inventaron a comienzos de la década pasada- se llamaba “Brussels Jazz Rally” y que después, durante un muy breve periodo de tiempo, se denominó “New York Brussels Jazz Rally”.
Es música en la calle, en bares abiertos o en recintos cerrados (los menos). Muchos músicos tocando en muchos sitios al mismo tiempo, y la gente que circula de un lado para otro dejándose mecer por el timbre profundo o desgarrado del saxo que inventó Adolphe Sax, el valón de Dinant que se hizo un nombre universal en Bruselas a mediados del siglo XVIII.
Esta vez toca la semana que viene. Del 25 al 27 más de 400 músicos van ofrecer un centenar largo de conciertos en apenas dos días y medio. En el festival hay sitio para todo: jazz clásico y moderno, fusión, blues, rock, latino y funk.
Y también para las grandes partituras de Disney, la Factoría Disney de hoy, que servirán de base musical para expresiones de dixie, bossa nova, vals, jazz rock o jazz hot destinadas a los niños; o para explorar la percusión en todas sus facetas, o el ritmo.
Como este año se festeja el 50 aniversario de la Unión Europea, los organizadores han abierto la mano y la Plaza de España, que permanecía ajena a estas manifestaciones, será ahora marco para expresiones musicales muy variadas: italianas, estonas, búlgaras, holandesas, francesas y, naturalmente, españolas.
El “Brussels Jazz Marathon” no concentra a grandes figuras mundiales de la música. A mediados de la década pasada se hizo aquí ese esfuerzo, con resultados económicos catastróficos que llevaron a la quiebra a la empresa que organizaba el evento. Aquello tuvo su mérito porque se trataba de una ASBL, una Asociación sin Objeto de Lucro, que es un tipo de empresa que, por su propia naturaleza, no puede quebrar. Pero se ve que poner a los muy grandes a tocar para un público que no paga, o que paga muy poco, no es fácil. Quedan de aquella época, sin embargo, recuerdos imborrables como la Big Band de Ramstein interpretando a Glenn Miller en la Grand Place.
Un poco más al norte de Bruselas, en Rotterdam y para julio, está anunciada la receta contraria: intérpretes que son una referencia mundial, constreñidos, ellos y su música, en recintos cerrados, a precios de tribuna. Es el reputado festival de Jazz del Mar del Norte. Las figuras allí, este año, son el trompetista Wynton Marsalis con la Lincoln Center Jazz Orchestra, Chick Corea, John Scofield, Roy Hargrove, Buena Vista Social Club, Paul Anka, Elvis Costello, Amos Lee o Terence Blanchard .
La primavera avanzada y el verano son ocasión, en esta zona de Europa, para manifestaciones musicales al aire libre de todo género. Las hay definitivamente cursis, como esas que concentran en los jardines de algún palacio falto de usos a cantantes de orígenes sonoros –generalmente rusos con marketing británico-, que entonan arias de ópera de las del easy listening al atardecer, con el acompañamiento de algún altavoz escondido entre los rosales,  ante un público pequeño burgués que arrastra sus mejores zapatos por senderos previstos para botas de caza, entre arbustos florecidos con “pendientes de la Reina” que nadie osa tocar. Aquí Nabucco y a la vuelta de la esquina, un poco más adelante del rosal de la izquierda, Madama Butterfly.
Siempre he creído que España se merece mejor música que la que fabrica. Aunque sólo sea porque los atardeceres y las noches secas están más garantizadas allí que aquí, en el centro de Europa, donde toda esta magia del contrapunto se fuga por la alcantarilla a poco que la borrasca despunte por el horizonte.
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