Real Time Web Analytics Bruselas10: noviembre 2007

domingo, 25 de noviembre de 2007

Los Rios de Bruselas


Las aceras de Bélgica son una caja de sorpresas. No tanto porque, a falta de contenedores, las basuras sean depositadas directamente sobre ellas. Ni siquiera porque registren frecuentemente el paso ligero de los ministros de Asuntos Exteriores de la Unión Europea, grandes cínicos en el teatro de la vida, o de otros dignatarios internacionales, que vienen aquí a enjugar miserias ajenas provocadas no pocas veces por la incompetencia y la venalidad propias. No. Las aceras de Bélgica son una caja de sorpresas porque albergan uno de los hatos de conducciones más tupido del planeta.
Las hay de todo tipo. Basta asomarse a una de las múltiples zanjas abiertas en la ciudad para descubrir en ella una nervadura que para sí la quisieran los efectos especiales de Spiderman. Están, por supuesto, las tuberías que transportan la electricidad. En las principales urbes del país, y desde luego en la capital, los postes del tendido eléctrico han desaparecido hace lustros. Va también enterrado el gas natural. El agua y el alcantarillado, claro. Y el cable del teléfono. Y la fibra óptica. Y les ha dado por renovar todo al mismo tiempo. Incluso las aceras. Gallardón no sabe lo que se pierde.
Bruselas lleva años con las tripas al aire. La IBDE, que es la empresa de aguas, decidió hace ya tiempo que la capital de Europa no podía figurar como un punto negro en la relación de ciudades con más conducciones de plomo. Le persuadió en sus consideraciones, sin duda, la Directiva de Potables de 1998, que daba de plazo hasta 2002 para trasponer la norma al ordenamiento interno, y 15 años más para aplicarla. En 1993, a Bélgica le calculaban una inversión de 3.348 millones de euros para sustituir todas sus tuberías de plomo, una cifra, esta, ciertamente menor que los 8.453 que se apuntaban entonces para España, pero es que el país tiene una cuarta parte de habitantes.
De modo que calle a calle, barrio a barrio, la IBDE va sustituyendo el plomo por un plástico inerte y perenne.
Los colectores de residuales para las depuradoras de nueva construcción están haciendo también de las suyas. De pronto aparece una excavadora, y te corta una calle por tres o cuatro años. Como el diseño de Bruselas es radial, no resulta difícil desviar el tráfico por las callejuelas anexas, pero eso sólo se ve así sobre el papel; en la práctica, los vehículos encuentran difícil desenvolverse por entornos que fueron pensados poco más que para el paso de carruajes tirados por caballos.
Los del gas andan también metidos en gastos y están sustituyendo tuberías. Sustituyendo y haciendo más densa la red, de modo que una avería en uno de sus tramos no deje sin suministro a otras áreas de la ciudad, situadas “aguas abajo” del flujo.
A la telefónica local le pasa algo parecido, aunque tiene sus trabajos muy avanzados. Belgacom, principal proveedor de telefonía fija y móvil, obtuvo hace ya tiempo permiso de la Administración para difundir programas de televisión, y tuvo que reforzar toda su red de cable para ofrecer el “trío de ases” de todos los operadores telefónicos: teléfono, televisión e Internet.
Pero esto sucede en Bruselas que, en su día, fue una de las primeras ciudades de Europa totalmente cableadas. Los operadores del cable, que vivían cómodamente instalados en el cobre, han tenido que ponerse las pilas para hacer frente a la nueva competencia que les surgía en la propia casa. ¿Resultados?: más agujeros para meter más cables,  por los que también fluyen otros “tríos de ases”.
Las empresas de cable se tienen repartida la ciudad en áreas de influencia. Otro tanto sucede en el resto del país. Sólo Belgacom llega  indistintamente a todas partes. La competencia entre operadores se encuentra, por lo tanto, relativamente limitada. La oferta de Internet a 100 megas” de Coditel (un operador del centro y el norte de Bruselas), no alcanza a los usuarios de Brutele (sur y este), mientras que los 17 megas que Belgacom oferta para su VDSL se van extendiendo por el territorio a medida que avanza la activación de las redes más modernas de la compañía, con la instalación de los adecuados equipos de cabecera.
De modo que bajo las aceras de Bruselas fluyen un montón de ríos, líquidos, eléctricos y electrónicos, cuya condición hay que revisar periódicamente porque se susciten averías o porque lo exija el protocolo de mantenimiento. El subsuelo arenoso de la ciudad resulta la mar de conveniente para estos cometidos: la piqueta separa los ladrillos de las aceras con gran facilidad y luego no hace falta más que hurgar un poco con la pala para poner al descubierto toda esa fecundia subterránea.
Porque, a falta de galerías con accesos espaciados a toda esta parafernalia, en Bruselas no hay otra cosa que el subsuelo de arena, por el que se entrecruzan señales electrónicas y eléctricas, gas y aguas potables y usadas. Bien es cierto que hay niveles para cada cosa, pero no será muy frecuente en el mundo un lecho arenoso tan aprovechado como este.
Los inconvenientes los padecen los peatones. No pasa mucho tiempo tras una de estas historias de cables sin que los ladrillos de las aceras, depositados sobre un lecho de tierra estabilizada y compactados con arena, comiencen a moverse. Le llega el turno entonces al chorrito de agua mezclado con arena sucia, que trepa bajo la pernera del pantalón hasta alturas insospechadas cuando el viandante pisa una losa vacilante, y que a los más mayores les hace pensar que la incontinencia les ha jugado una mala pasada.
Los calcetines embarrados por el dichoso chorrito del clinker son en esta ciudad tan habituales como las barreras amarillas y azules de las obras de mantenimiento.
Al uno y a las otras bien que se las podría llevar el viento.
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