Real Time Web Analytics Bruselas10: mayo 2008

domingo, 18 de mayo de 2008

Intoxicación


Desde que los americanos se empeñaran en lo de la globalización, todo en este mundo es global: la contaminación, los pollos belgas con dioxina que se descubren un día en Flandes y al siguiente hay ni se sabe cuántas toneladas de ellos en Tarragona y las mentiras, puras intoxicaciones, que gracias a Internet viajan hasta los lugares más recónditos del planeta en un pis pas.
Tengo dos anécdotas que contarles, para que desconfíen de lo que llegue hasta ustedes a través de la dichosa Red global.
De la primera supe por mi buzón de correo electrónico hace ya unos años. Enterado de que estaba escribiendo esto, un amigo me cuenta que el bulo continúa activo aún estos días, pero bajo otro formato informático: como un fichero “Powerpoint”. Era la época de los escándalos alimentarios: las vacas locas, los pollos con dioxina y así. El mensaje, cuyo origen geográfico no pude identificar fehacientemente, ni siquiera empleando los útiles de rastreo al uso, daba cuenta de un drama acaecido en Bretaña: un ejecutivo se había hecho a la mar un fin de semana a bordo de su yate con unos amigos. En alta mar se puso enfermo y sus compañeros de escapada, entre los que estaba la novia,  pusieron rumbo a puerto, donde le esperaba una ambulancia. Todo fue en vano; el infortunado falleció camino del hospital. La autopsia que le fue practicada reveló que la causa de la muerte eran ciertas toxinas de rata halladas en las latas de cola que el fallecido había adquirido en un supermercado para el viaje. La investigación (todo aparecía detallado en el mensaje de correo electrónico),  había localizado el origen de las toxinas en un almacén de la cadena de logística del supermercado, donde había ratas que orinaban y defecaban en cualquier sitio, encima de las latas de bebidas, por ejemplo.
El tema me llamó la atención. Latas de cola venenosas, cómo decirles. El mensaje ofrecía un par de números de teléfono de París y el nombre de una publicación científica francesa, donde el caso había sido documentado. En los teléfonos no respondía nadie, de modo que me fui a la web de la revista, donde tuve que registrarme para entrar. Era un proceso lento porque la publicación reclamaba muchos datos. Ya dentro, introduje las referencias científicas del caso (también citadas en el correo electrónico) para recuperar el artículo en el que se detallaba el problema. No obtuve ningún retorno de la base de datos. Cambié los términos del francés al inglés y al latín (un idioma que sigue siendo lingua franca  en algunos ámbitos, como la pesca –para la denominación de especies- o la Medicina), con idénticos resultados. El artículo mencionado en el correo electrónico parecía no existir.
No me di por satisfecho y llamé por teléfono a la publicación. Este género de revistas no cuentan con plantilla fija; se nutren de colaboraciones y los que las ensamblan aparecen por la oficina de tanto en cuanto. Tardé 14 días en dar con alguien que respondiera. Me confirmó lo que ya temía: que aquella revista no había publicado jamás un artículo sobre el caso de un ejecutivo envenenado por heces de rata. Y que a ver qué me creía; que aquello era una casa seria… La mujer aquella se puso como una moto.
La segunda intoxicación resultó, si cabe, más espectacular y data de hace menos tiempo. Me la transmitió un conocido mío, funcionario de la Comisión europea pero no de la Dirección General de Agricultura. Era también un correo electrónico. Anunciaba que un cargamento de plátanos procedentes de Ecuador con destino al puerto de Amberes había sido confiscado en alta mar por autoridades sanitarias estadounidenses, después de cruzar el Canal de Panamá.  Existía evidencia de que la carga estaba contaminada con algo que se denomina la “bacteria come carne”. Otra vez el mensaje incluía gran profusión de detalles: un sitio web que explicaba lo que era la bacteria en cuestión y el teléfono del departamento de Microbiología de una universidad norteamericana, de donde había partido la alarma.
Fui a la web mencionada en el correo electrónico. Me recibió un mensaje: “lo que va usted a ver no es agradable; si ha llegado aquí por casualidad, no siga. La información gráfica contenida en esta web tiene propósitos científicos y puede repugnar”. Entré. Existe, por lo que allí se decía, una bactería que come la carne de quienes la contraen. A razón de hasta un centímetro diario. Es una enfermedad tropical rara. Las fotos eran espantosas.
Llamé a la universidad americana, por aquello de la verificación. Comprobé previamente el número por Internet; no fuera que llamara a saber quién sabe dónde. El teléfono comunicaba constantemente. Al cabo de dos días de intentos infructuosos obtuve respuesta. Un contestador automático me ladró al oído: “si usted llama por lo de la bacteria come carne y el cargamento de plátanos de Ecuador, sepa que se trata de un bulo. Este Departamento no tiene nada que ver con la operación mencionada. La bacteria en cuestión no sobrevive en los plátanos”.
¿De dónde salieron esos mensajes?. Mis rastreadores no lograron identificar sus orígenes. la traza se perdía en alguno de los grandes nodos de distribución de datos por Internet. ¿A quién servían?. Vaya usted a saber: desde luego, no a los fabricantes de latas de refrescos ni a Ecuador.
En la era de la información global, yo les he contado esto para se fíen ustedes de los periodistas y desconfíen de los mensajes. Aunque parezcan dignos de todo crédito, pues hay gente lista que crea apariencias para hacer creíbles grandes engaños.
Real Time Analytics