Les supongo informados del nuevo gadget del entretenimiento doméstico: los DVD de gran capacidad que pueden almacenar películas en alta definición. El estándar Blue Ray ha salido triunfante de la batalla contra otro formato, el HD-DVD, con el que se disputaba el mercado mundial.
Esos discos admiten tanta información que las productoras, en lo que parece un gesto hacia el cliente, empaquetan en ellos más versiones lingüísticas que en los DVD clásicos, Es fácil que un disco contenga las versiones inglesa de la película más la francesa, la alemana, la italiana y la “castellana”. Sí, la castellana de Castilla, se supone, cuando uno verifica la carátula y encuentra escrito inequívocamente “Castellano” después del consabido “Inglés”.
Estoy al tanto de la polémica sobre el “Español” y el “Castellano”. Este “post” no va únicamente por ahí.
Dejé hace tiempo de comprar películas en los grandes almacenes norteamericanos de Internet, porque anunciaban frecuentemente versiones lingüísticas que luego no se correspondían con la realidad. Recuerdo particularmente una “Con Faldas y a lo Loco” de la época en la que no estaba aún comercializada en España, que me llegó con Jack Lemmon y Tony Curtis hablando en un correctísimo mexicano, cuando en la carátula decía “Español”.
Ahora, con los Blue-Ray y la mayor precisión de imágenes y denominaciones, creía yo que esta confusión había sido zanjada. Porque, me decía, si el “Español” es una lengua casi universal, parece lógico que la denominación ampare lo mismo al Español de España que al Español de México. Pero Castellano sólo hay el de Castilla, de modo que si una carátula te anuncia “Castellano” es que es Castellano.
Pues no, sigue saliendo mexicano. Supongo que en el mercado nacional español no (todavía no he comprado ningún Blue Ray allí), pero en el resto de Europa, cuando uno de estos discos dice “Castellano”, es más que probable que uno se encuentre con la versión mexicana del film en cuestión. Y no saben ustedes cómo da el Sean Connery de “007 contra el Doctor No” en el Castellano de México.
Y si esto pasa en Europa, en Estados Unidos y en Japón otro tanto.
Se me ocurre que si un estudiante japonés de Español compra en Tokio un Blue Ray para ejercitar comprensión lingüística, va a salir un experto en entonaciones de Cantinflas, por mucho que ejercite el idioma escrito leyendo El Quijote.
¿Habrá que poner un Cervantes en Hollywood?
martes, 17 de febrero de 2009
viernes, 6 de febrero de 2009
Penélope
Los
aledaños de las instituciones europeas se han convertido en un tajo de
obra. Están construyendo un nuevo túnel, y una estación para el futuro
RER (el ferrocarril de cercanías que funciona como un Metro), y las
aceras que contornean el emblemático Berlaymont parecen trincheras de la
Gran Guerra. Unos letreros dan razón de los trabajos: “Enlace
ferroviario Schuman – Josaphat.- Polo multimodal Schuman. Presupuesto:
74,6 millones.- Inicio de trabajos: junio 2008. Duración de los
trabajos: 1.645 días de calendario”.
¡Mil
seiscientos cuarenta y cinco días naturales! Hasta el 2 de diciembre de
2012. Cierta prensa satírica belga se pregunta si no nos están tomando
el pelo. “En ese tiempo, en Madrid, se construyen 50 kilómetros de
Metro. Pobre Belgaland”, se lamenta “Pere Ubu”, un seminario satírico
belga muy crítico con la acción gubernamental.
Semejante
plazo de obras es sospechoso. Primero, porque este género de
compromisos no se respeta nunca; las obras duran siempre mucho más que
lo previsto. Y, segundo, porque parece de todo punto exagerado tener el
centro administrativo noble
de la ciudad en semejantes condiciones durante cuatro años. A Bruselas,
las instituciones europeas le reportan prestigio internacional y mucho
dinero. Lo devuelven programando unos trabajos que parecen el manto de
Penélope (la buena, no la de Almodóvar).
Porque junto a este tajo han comenzado otro: el del nuevo edificio que albergará el Consejo Europeo. otra trinchera.
En
el aeropuerto de Zaventem, el pasado abril iniciaron unas obras de
reacondicionamiento de la plataforma de acceso al terminal en el área de
salidas. Un espacio de 200 por 20 metros, por el que pasan los coches
de todos los que van a coger un avión. A comienzos del pasado enero
todavía no habían terminado. Un taxista de origen argelino que hace poco
me llevó allí me contaba que había trabajado, tiempo atrás, con
Dragados en el Magreb. “¡Se comen el terreno, oiga!”, me decía el
hombre, para significarme la capacidad de la constructoras españolas de
obras públicas.
Y
para qué hablarles de la Plaza Flagey. Es un enclave principal de la
ciudad. Se han tirado 10 años para construir una cisterna subterránea
con la que captar las aguas de lluvia.
Uno de estos días, la Comisión va a premiar al ministro de Movilidad de Bruselas. Luego dirán que la gente no les comprende
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