Real Time Web Analytics Bruselas10: enero 2010

lunes, 18 de enero de 2010

Presidencia

¿Para qué sirve presidir Europa? ¿Se trata de un momento astral en la vida política de un líder, como pretendía meses atrás una destacada dirigente socialista? ¿Acaso aporta a los responsables políticos algo más que la oportunidad de aparecer constantemente en los telediarios, hablando de cosas distintas que las muy enojosas de la vida política nacional? ¿Presidir Europa es sinónimo de dirigir Europa, como algunos responsables políticos nacionales están dando a entender estas últimas semanas?

El episodio de las sanciones a los socios de la UE que no sean capaces de dar cumplimiento a los objetivos económicos que establezca en su momento –si los establece- la futura “Agenda 2020“, que sustituirá a la inoperante “Agenda de Lisboa“, ha puesto de manifiesto una enorme confusión, incluso entre las filas gubernamentales, sobre lo que significa presidir Europa.

Las presidencias semestrales de la Unión Europea tienen primariamente la responsabilidad de asegurar que el Consejo de la UE funciona. Eso, que parece una obviedad, no lo es tanto: la institución que sienta sus reales en Bruselas frente a la Comisión, al otro lado de la Calle de la Ley, carece de la infraestructura necesaria para sacar adelante la agenda de la UE. ¿De qué se nutre esa agenda? Pues, esencialmente, de todo lo que Europa ha decidido hacer y no ha puesto en marcha todavía: el reparto entre los Estados miembros de los sacrificios para lograr la prometida reducción de los gases de efecto invernadero, salir de la crisis económica, establecer nuevos objetivos de desarrollo económico, negociar las nuevas ampliaciones, poner en marcha las decisiones sobre supervisión financiera… Hay que negociar con los Estados miembros para que todas esas iniciativas se materialicen y la presidencia, en sus diferentes formulaciones, desempeña un papel clave en el cometido.

Por otro lado, los socios de la Unión suelen aprovechar las presidencias para incorporar a la agenda europea cuestiones que son de su interés. No siempre lo consiguen. Los suecos lo han logrado, aunque muy parcialmente, al reforzar la “perspectiva oriental“ de la UE y España pretende hacer lo propio con Suramérica y Centroamérica.

Además, el Gobierno de Zapatero, que, por lo visto, está muy orgulloso con sus políticas de igualdad y de lucha contra la violencia doméstica, quiere que Europa participe de esa sensibilidad.

Estas agendas, la propia y la de la Unión, requieren, para salir adelante, del concurso de la Comisión, que es la que, en circunstancias ordinarias, formula las propuestas pertinentes al Consejo de Ministros. Durante sus frecuentes contactos con ella, el Gobierno español ha intentado conseguir que la Comisión haga propias esas iniciativas, y las traduzca en propuestas de Directivas y Reglamentos. Hay mucho camino recorrido, entre otras cosas porque Barroso le debe a Zapatero su continuidad al frente de la Comisión y esos favores se pagan.

Pero lo que la Comisión no va a hacer en ningún caso es poner a rodar iniciativas que no tienen posibilidad de prosperar. Una propuesta de objetivos vinculantes bajo apercibimiento de castigos para el desarrollo económico o el empleo, por ejemplo. Y no lo va a hacer porque sabe positivamente que el Consejo y, probablemente, el Parlamento, la va a rechazar. Y no se trata de perder tiempo; ni en el Consejo, ni en el Parlamento, ni en la Comisión.

La presidencia de la UE no dirige Europa; si acaso la inspira… y sólo en aquello sobre lo que Europa se deja inspirar. Se trata, además, de una inspiración que no puede costar dinero, porque el pastel está repartido, a siete años vista, en las denominadas Perspectivas Económicas.

El hecho de que las nuevas instituciones creadas por el Tratado de Lisboa (la presidencia del Consejo Europeo y el Alto (Alta) Representante para la Política Exterior, de Seguridad y Defensa) acaben de entrar en funciones confiere a la presidencia rotatoria nacional española un protagonismo que las próximas verán aún más mermado, cuando el Tratado de Lisboa habrá hecho sus deberes. Pero no cabe duda de que Herman Van Rompuy va a negociar como presidente del Consejo Europeo en asuntos claves para la UE estos próximos seis meses, y que la presidencia española limitará sus aportaciones a servirle de apoyo.

A pesar de la rimbombancia con las que los políticos nacionales suelen presentar sus responsabilidades al frente de la UE, lo cierto es que esas ejecutorias rara vez dejan poso. En Bruselas, lo que se aprecia de las presidencias rotatorias es que estén bien organizadas, que pongan los papeles sobre la mesa de negociaciones en el tiempo debido y que ayuden a construir consensos. Un trabajo, en fin, gris pero no irrelevante, nada astral aunque necesario.

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