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lunes, 28 de mayo de 2012

La pregunta equivocada




Demasiada gente está formulándose estos días la pregunta equivocada. ¿Qué pasaría, se dicen, si Grecia abandonara el euro? Yo creo que lo que hay que preguntarse es, más bien, lo que sucedería si Alemania firmara la defunción de la moneda única.

La llegada de François Hollande al poder en Francia ha sido interpretada por amplios sectores de opinión como la quiebra de tándem franco-alemán y la relajación de las políticas de austeridad en la eurozona. Tal percepción resulta de un análisis de la situación erróneo y de otro de cálculo aún más importante.

Las políticas de austeridad que Berlín está imponiendo a los miembros de la moneda única son el estricto resultado de los equilibrios básicos sobre los que se sustenta el euro. Es historia ya sabida que la moneda única la reclamaron los franceses y los alemanes sólo asumieron la demanda cuando les fueron aceptadas las estrictas condiciones que exigían para ponerla en marcha. Buena parte de ellas estaban relacionadas con las prioridades del instituto emisor de dicha moneda, el Banco Central Europeo.

En la idiosincrasia del pueblo alemán, y de sus estamentos dirigentes, está profundamente arraigado el rechazo a la hiperinflación de los años 20 del pasado siglo, que tuvo una expresión más moderada al término de la Segunda Guerra Mundial. Ambas arruinaron a los alemanes que habían sobrevivido a las dos grandes guerras. Cuando Angela Merkel, en el riguroso cumplimiento de las normas  definidas para el funcionamiento del euro, se opone a políticas monetarias expansivas, en un entorno inflacionario por la evolución de los precios energéticos, no está haciendo otra cosa que defender el Deutsche Mark, al que, en Alemania llaman euro y cada una de cuyas unidades vale, exactamente, dos marcos.

De la misma manera, cuando Alemania exige a Grecia un rigor en políticas y comportamientos que nunca se han encontrado presentes en los hábitos de aquél país, está defendiendo la solvencia del marco alemán.

Francia arrastra un pecado original en la Unión Monetaria que nunca ha reconocido y que con Hollande pasará aún más inadvertido: que vive por encima de sus posibilidades y que no tiene intención de renunciar a ello. Una simple mirada a las curvas que les adjunto les permitirá constatar que los presupuestos franceses han mostrado siempre déficit y que el objetivo central del Pacto de Estabilidad, el equilibrio presupuestario, no ha entrado nunca en los cálculos de París. Salvo quizás en los meramente retóricos. No así en los de Madrid, que desde el lanzamiento del euro, y hasta 2007, ha mantenido sus cuentas en franca proximidad con el déficit “cero”, si no abiertamente en superávit.

El nuevo presidente francés parece tener una cosa clara: que con la austeridad del Pacto de Estabilidad (al que precisamente Francia ya le añadió la “C” de “Crecimiento”, por lo que su acrónimo se escribe “PEC”) no puede mantener los niveles de gasto que necesita para que su electorado no perciba mermas significativas en el denominado “Estado del bienestar”. De ahí que haya hablado en campaña de paquetes de inversión fresca de 30.000 millones, entre otras alegrías.

El problema es que Francia  no tiene ese dinero, ni posibilidad de presupuestarlo a déficit por las limitaciones del PEC.

O sea que, una de dos: o François Hollande incumple sus compromisos electorales –lo más probable-, o Alemania termina viéndose abocada a elegir entre el euro y el marco alemán, que es el escenario al que invariablemente nos conduciría una Francia alineada con la “volatilidad” (dichosa palabreja) del sur europeo. Esa es la pregunta correcta: si Francia pondrá a los alemanes en esa disyuntiva.


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