Real Time Web Analytics Bruselas10: noviembre 2012

domingo, 25 de noviembre de 2012

Cobrar pero no pagar

Herman van Rompuy, presentando en rueda de prensa los resultados del Consejo


Las Perspectivas Financieras dan cada siete años lugar a una negociación complicadísima, en la que se discute cuánto dinero van a asignar los Estados miembros a las políticas comunes de la Unión y por qué vías va a resarcirse cada uno de ellos de esas inversiones, en el horizonte temporal de un septenio. En algunos casos, el saldo resultante es negativo y se dice entonces que los países en esa situación son “contribuyentes netos” al presupuesto común. Cuando sucede al revés, nos encontramos ante “beneficiarios netos” del erario europeo. España, que ha formado parte de estos últimos hasta ahora, pasará, en el nuevo periodo de  programación presupuestaria, a la condición de contribuyente neto, debido a su nivel relativo de riqueza.

El hecho de que el MFP (por Marco Financiero Plurianual) se articule a lo largo de 7 años no es un tributo a la extinta hegemonía francesa sobre las cosas de Bruselas, que haría coincidir la programación del gasto europeo con la antigua duración del mandato de su Presidente. Resulta de la época, años 80, en la que Alemania pagaba sin chistar. Cuando le plantearon al entonces canciller Helmut Kohl las necesidades existentes, contestó diciendo que no podía darles encaje en cinco años, el periodo inicialmente contemplado; que prefería hacerlo en siete. Y así se acordó.

Las discusiones a las que asistimos estas últimas semanas sobre el tema, de las que la fracasada cumbre del viernes es una referencia más, no guardan ninguna relación con las de finales de los 80 y mediados de los 90, cuando se aprobaron los primeros “paquetes” de gasto que fueron denominados ,”Delors-1” y “Delors-2”. Contrariamente a lo que entonces sucedía, ahora no se pretende dar satisfacción a ningún listado de necesidades, ni mucho menos ampliar el existente. Lo que se busca es encajar las políticas ya enumeradas en el pasado dentro de un corsé presupuestario que no ha sido diseñado para ellas. El jueves y el viernes, los líderes europeos pelearon por algunas de las opciones sobre la mesa, a cada cual más restrictiva: los 200.000 millones en que Cameron quería recortar la propuesta de la Comisión, de 1,03 billones, y que hubiera llevado a la congelación del gasto europeo, en términos reales, con respecto al programa 2007-2013; los 160.000 o 180.000 de ahorro pretendido por los suecos; los 150.000 de los holandeses; los 130.000 de franceses, checos, finlandeses, austriacos y daneses y los 81.000 de Van Rompuy, el presidente del Consejo Europeo.

Por ende todos los mencionados, España también, pretendían limitar su aportación al presupuesto común, a través de alguna de las vías existentes: los británicos mediante su cheque, los alemanes con la limitación vigente a su contribución al erario común (no puede rebasar un porcentaje del PIB, en función de los acuerdos de la cumbre de Berlín de 1999), los holandeses por el mismo camino, etc. etc. etc. De lo que se trataba, y aún se trata, es de cobrar, pero no pagar. Lo mismo que sucede con el AVE: todo el mundo quiere que pare, pero no que pase.

En semejante escenario, los arreglos eran imposibles. Van Rompuy, que ha asumido todo el protagonismo de la negociación en detrimento de Barroso, se pasó la cumbre moviendo dinero de una partida a otra solamente para constatar que unas veces molestaba a unos, y otras a otros.

Al final, constatada la tacañería de quienes más deberían aportar a las cuentas comunes, a lo que nos encaminamos es a un acuerdo “a la carta”, cuando vuelva a convocarse la cumbre: una solución “especial” para el problema español (una especie de cheque), otra para el francés, y así hasta contabilizar a la totalidad de los contribuyentes netos. No debería extrañar: el MFP en vigor acumula un centenar largo de excepciones y matices.

Lo que pasa es que esto no es Europa sino un mercadillo del peor jaez. La solución pasa por reformular el presupuesto desde sus orígenes, haciéndolo más funcional y eficaz para afrontar las necesidades de los tiempos que corren. Curiosamente eso es algo que vienen reclamando desde hace años el Reino Unido y otros países desarrollados de la UE con escaso peso agrícola e imperativos de cohesión bajos.
Tenía que haberse acometido, ese trabajo de rediseño, en 2008 o, a más tardar, en 2009, según acuerdos del Consejo Europeo, pero primaron los intereses agrícolas y ahora estamos buscando acomodo a traseros demasiado distintos para los dos únicos modelos de sillas disponibles, la agrícola y la de la cohesión. Y España pierde en las dos: un 30% en la PAC y un 17% en Fondos Estructurales según las cifras de la propuesta de Van Rompuy, con respecto al actual MFP, lo que equivale a casi 20.000 millones (13.200 de la PAC y 6.120 de los Fondos Estructurales y el de Cohesión.

En el periodo de programación presupuestaria que vencerá el año próximo, el 2007-2013, España fue ya el país europeo que sufrió una mayor pérdida relativa de ingresos, según reconoció en su día Pedro Solbes.
A ver lo que Rajoy consigue rascar en la próxima reunión del Consejo Europeo. Pero va a ser poco. ¿Qué se apuestan?

domingo, 11 de noviembre de 2012

Pronósticos que se lleva el viento



En tiempos de descrédito como los que vivimos la gente, que necesita certidumbres, suele abrazar creencias asombrosas. La de la Econometría  parece ser una de ellas. Se trata, esta, de una ciencia que intenta desvelar el futuro económico que nos espera a partir de cálculos complejos sobre referencias del presente. La disciplina tiene diferentes sectas que la interpretan a su manera y no garantiza el acierto, pero ya se sabe desde la antigua Grecia que abrir ventanas al futuro es siempre problemático.

Nuestra sociedad, tan crítica con unas verdades reveladas, inclina mansamente la testuz ante otras que aterrizan por sorpresa sobre nuestros quehaceres cotidianos. Es el caso de las Previsiones Económicas de la Comisión europea, que esta semana ha vuelto a pintar un futuro siniestro para nuestro país en el corto plazo. El año que viene, han dicho desde Bruselas, el Producto Interior Bruto español va a caer un 1,4% y a la gente, aquí, se les han abierto las carnes porque el Gobierno, oficiante de esa misma fe econometra y en pretendida condición de sumo sacerdote, además, había anticipado que la caída sería mucho menor: del 0,5 por ciento. Políticos de esos que en nuestro país hay tantos, sindicalistas y profesionales del dinero, también del subsidio, se han lanzado al ruedo para criticar a diestra o siniestra las cifras de unos u otros.

Nadie, sin embargo, ha criticado a las fuentes, es decir a la fe econometra o, por mejor hablar, a la Econometría expresada en términos de fe o dogma. Porque, ¿son creíbles las Previsiones económicas de Bruselas, tal y como nos las presentan cada año? Por el enorme ruido que las acompaña siempre habría que decir que sí, pero es que no. Es que no dan ni una, oiga.

Me he tomado el trabajo de recopilar los documentos que la Comisión europea ha ido haciendo públicos a lo largo de los años, todos los otoños, con sus estimaciones sobre la evolución que habría de seguir la economía en los diferentes estados miembros. La estructura del capítulo del PIB, en esas Previsiones Económicas, es casi siempre la misma: presenta, primero, las cifras de los dos años precedentes (en algunos casos tres) al de la publicación de los datos. Son estas cifras que, a pesar de pertenecer al pasado, cambian a medida que las contabilidades nacionales consolidan sus propios números y se los pasan a la Dirección General de Economía del Ejecutivo comunitario. Vienen a continuación las “Estimaciones”, que son dos, una para el año de publicación de los datos y otra para el siguiente y, finalmente, las “Previsiones en caso de políticas económicas inalteradas”, que marcan una cifra para dos años después.

Con los números correspondientes a España les he construido la tabla que les adjunto. Todo está ahí: las “Estimaciones” y las “Previsiones”, desde otoño de 1994 hasta la fecha, expresadas en Volumen, (valores constantes), porque el PIB también se puede medir a precios de mercado, o a costo de los factores. En ellas se ve, por ejemplo, cómo para 2009, cuando la economía española cayó un 3,7%, la Comisión le vaticinaba a nuestro país un modesto descenso del PIB del -0,2% sólo un año antes.

No es el único desajuste constatado en esta secuencia. Para 2010, la Comisión le anunciaba a España un descenso del PIB del -0,8% y se quedó en el -0,3%. O en 1995, cuando el producto interior bruto español creció el 5%, a pesar de que la Comisión le pronosticaba un más modesto 2,8%.

Con estas cifras y las oficiales de crecimiento del PIB que ofrece Eurostat, el servicio estadístico de la UE, les he construido el segundo cuadro que les adjunto. En él se ve que las estimaciones de la Comisión y la evolución final de la economía española no han coincidido nunca en el periodo contemplado, es decir, desde 1994 hasta 2012. El primero de esos años sólo dos décimas de punto separaron la verdad anticipada por el Oráculo de la que constató la realidad cuando cumplió el tiempo. Otro tanto pasó en 2001 y en 2007 sólo una décima separó la previsión de la realidad.

Se observa, además, una clara tendencia en la Comisión a tirar por debajo en sus estimaciones sobre lo que va a suceder con el PIB español, salvo en 2008, cuando anunció un crecimiento del 3% que se quedó en el 0,9%.



A la Comisión le preocupa, naturalmente, la fiabilidad de sus predicciones. En el número 291 de los Economic Papers de la Dirección General de Economía (The track record of the Commission’s Forecast – an update, 10/2007), se señala que “el error en las predicciones del PIB para la UE en su conjunto, medidas por la ME (error medio) ha crecido desde 0,08 puntos porcentuales para el año corriente a 0,11 pp (mientras que) para el año siguiente la ME ha crecido marginalmente, al 0,34 desde 0,32 pp”. El ME para España el mismo año de la emisión de las previsiones está en el -0.20 y en el -0.13 para el siguiente, pero el MAE, el (error medio absoluto) está en el 0.55 (mismo año) y 0.79 (año siguiente).

¿Qué significa el párrafo anterior? Pues que la Econometría no es una ciencia exacta, entre otras razones porque la valoración subjetiva de quien trabaja con ella influye en el resultado que se presenta tanto o más que las cifras en sí.

Pero en  España, donde hay infinidad de conversos a la nueva fe que generalmente vienen de Letras (como yo), a los números se les concede valores catárticos y la gente despotrica sobre ellos como si fueran nuevos dogmas de Solón.

No lo son. En ningún otro país de la Unión Europea se les concede tanta importancia.  

domingo, 4 de noviembre de 2012

A Berlín le gusta hablar en inglés




El 27 de julio de 1990 Jacques Delors, entonces en la cúspide de su prestigio internacional, se permitió un desahogo retórico espectacular para la época: “Si Dios, dijo, hubiera tenido tantas dificultades para crear a Adán como nosotros estamos encontrando en la Comunidad Europea con Margaret Thatcher, el ser humano no estaría en este mundo”.

Delors estaba cansado de la británica. En 1988 (febrero) se habían cerrado las primeras Perspectivas Financieras que consolidaban el principio de la Cohesión intracomunitaria. Con ese muy complicado asunto encauzado, el presidente de la Comisión encaraba la aún más compleja negociación de lo que después serían la Unión Económica y Monetaria y el euro y la Thatcher enredaba todo lo que podía, e incluso lo que no, para impedirlo.

Cuando llevan transcurridos 23 años desde aquel momento de sinceridad de Delors y están a punto de cumplirse los 40 de la adhesión del Reino Unido a la UE, hoy puede decirse que Europa es, sin duda, más británica que hace medio siglo, como pretendía Margaret Thatcher, pero el Reino Unido no es más europeo que cuando se adhirió a la Comunidad, como posiblemente nadie, al otro lado del Canal, osaba entonces vaticinar. El mestizaje ha seguido una trayectoria unilateral. Los británicos no han sido nunca más euroescépticos que ahora ni sus élites, intelectuales, sociales o políticas, expresado tan generalizada y abiertamente su animadversión o desdén hacia lo comunitario.

Hoy, los británicos se preguntan si el muy reglamentado mercado común europeo no está agotado, como en su día le sucediera a sus antiguas plazas coloniales, y si las obligaciones de su pertenencia a la UE no les están recortando el margen de maniobra y la cintura que creen tener para desenvolverse en el universo de la globalización y de sus mercados emergentes.

Posiblemente esas percepciones sean infundadas, pero el debate sobre lo europeo en el Reino Unido nunca ha tenido mucho de racional.  

La diferencia entre el pasado de Margaret Thatcher y el presente de David Cameron radica en que el actual premier británico ha roto con la estrategia aprestada por los gobiernos británicos, laboristas o conservadores, a lo largo de las cuatro décadas de permanencia de Gran Bretaña en la UE. David Rennie  menciona en un reciente trabajo (The Continent or de Open Sea.- Does Britain have a European Future, Centre for European Reform) cómo Edward McMillan Scott, un antiguo líder de los tories en el Parlamento europeo, recibió el encargo personal de Margaret Thatcher de mantener a sus diputados “donde estén los alemanes”. John Major, tras la retirada de la Dama de Hierro, se encargaría de consolidar aquella estrategia, anclando a los tories en el PPE, el grupo parlamentario del que Cameron les ha sacado ahora, en cumplimiento de una promesa electoral suya posiblemente innecesaria e irreflexivamente formulada. ¿Consecuencia? Los eurodiputados conservadores británicos viven  alejados de su entorno ideológico natural en la Eurocámara. Están ausentes de las cocinas donde se elaboran los platos y los condimentos que terminarán en las mesas europeas.

Casi nadie, en las esferas británicas de poder, cuestiona estos hechos ni el discurso oficial, abiertamente antieuropeo y salteado de órdagos. Esta semana, Angela Merkel emprende el camino de Londres para desactivar tanta animosidad. La canciller quiere que Cameron se avenga a discutir un marco presupuestario para la UE menos austero que el que ambicionan los británicos. Pretenden un recorte de 200.000 millones con respecto a las pretensiones de la Comisión, de por sí ya modestas y el premier ha amenazado con vetar todo lo que no respete esa pretensión.

Pero Merkel va a Londres, además, buscando introducir algo de racionalidad en el debate Europa-sí/ Europa-no que promocionan  las autoridades británicas desde el 10 de Downing Street con gran  desparpajo. “Desde una perspectivas alemana, desde el punto de vista de nuestros intereses, (el Reino Unido) es un miembro importante de la UE. Favorecen el libre comercio y son partidarios de una mayor competitividad, luego son un buen socio” dijo Angela Merkel el pasado 29 durante una reunión de su partido, la CDU.

Lo que la canciller no dijo, pero se sabe que lo piensa, es que el Reino Unido es un contrapeso para Francia en el equilibrio europeo de poderes. Luego es Berlín, y no Suecia ni Holanda o Dinamarca, el aliado natural de Londres en el pretendido (por Cameron) pero no acordado proceso de renegociación de las condiciones para la permanencia británica en la UE.
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