El gráfico de demanda real, previsiones y emisiones de CO2 en España que ofrece en tiempo real Red Eléctrica Española |
El
Mercado Común de la Energía se tambalea. La semana pasada les contaba en estas
páginas cómo los esfuerzos europeos en favor de las "energías verdes"
y la consecuente promoción a ultranza de las fuentes renovables, habían provocado
un encarecimiento desorbitado de la factura eléctrica. El problema (y eso es lo
que vengo a exponerles hoy) es que la situación es penosa y que, salvo acciones
enérgicas -y acertadas- en los muy próximos meses, el daño ya causado se
multiplicará exponencialmente y durará décadas.
En
estos momentos, el sector de la energía, en Europa, es un guirigay. Los
alemanes andan a la greña entre ellos mismos desde que Angela Merkel decidiera,
de la noche a la mañana, poner término a la energía nuclear en el país a plazo
fijo. La financiación que la principal economía europea asigna a las renovables
asciende a unos coquetos 20.000 millones de euros cada año, pero la cifra es
considerada demasiado alta y las negociaciones en curso para reinstaurar una
gran coalición en Berlín apuntan a una reconsideración a la baja de los números.
Mientras tanto, las grandes del sector contestan ante la Competencia de
Bruselas las primas a las renovables, las pequeñas generadoras hacen lo mismo
con las ayudas que las grandes reciben cuando tienen que competir en entornos
no sometidos a las constricciones medioambientales europeas (lo que llaman el
"carbon leaked") y todos, menos los que las perciben, protestan por
la sobretasa para las energías verdes.
Al
otro lado del Canal, y por cambiar de escenario pero no de tema, los británicos
están echando por la calle del medio: dicen que van a construir un par de
grupos nucleares en el suroeste del país, porque las renovables no les
garantizan la cobertura de la demanda. Andan hablando con los franceses sobre el
diseño de las nuevas plantas y pretenden, ni más ni menos, que Bruselas les autorice
un precio al kilowatio/hora, una feeding
tariff, para toda la vida de las
nuevas centrales, es decir, unos 35 años. Como lo de la prima a las renovables,
pero a lo bestia.
Y por
todas partes, la limitación de las interconexiones se deja sentir pesadamente
en lo que podría denominarse la "optimización" de la inversión en
renovables: los alemanes no pueden vender fuera el excedente puntual que
generan con estos medios porque la red no se lo permite; los británicos necesitan
los nuevos grupos nucleares porque sus interconexiones con el continente tienen
aún menos capacidad que las de España con Francia, y viceversa, y estas últimas
dan de sí lo que dan, que es más bien poco. Las nuevas interconexiones requieren
de un apoyo público masivo pero la economía no está para milagros, con lo que,
y dicho sea de paso, los mercados nacionales continúan quedando reservados,
básicamente, para los generadores nacionales. Todos ellos quieren guardarse el
mercado propio y vender en el ajeno.
En
el ínterin, en fin, costosas infraestructuras de generación están siendo
abandonadas, porque no generan los retornos contemplados en las programaciones
de inversión que las hicieran posible y su mantenimiento resulta demasiado
oneroso. ¿La causa?: las renovables, que han provocado una sobrecapacidad y
que, en virtud de las disposiciones que bridan los mercados, ven garantizada la
salida de su producción, en detrimento de las restantes. La carta remitida el
mes pasado al comisario Oettinger por 10 de las principales empresas eléctricas
europeas apuntaba que esa sobrecapacidad les ha obligado a cerrar 51 gigawatios
de producción, es decir, el equivalente a las capacidades combinadas de
Bélgica, Portugal y la República Checa.
O
sea que, mientras de un lado se sigue pintando un futuro venturoso y verde, del
otro se resalta la muy complicada realidad del empobrecido presente en el que la
angustia se adueña de los centros europeos de decisión, porque la
competitividad de las industrias europeas se está resintiendo profundamente,
ante el boom energético que experimenta Estados Unidos con sus extracciones de
gas y petróleo de esquisto.
La
Comisión europea, por supuesto, tiene que dar una salida airosa a todas estas
tensiones. Se propone hacerlo, con nuevas normativas y con la definición de prioridades
a quince años vista.
Pero
no lo tiene nada fácil porque las decisiones que los Estados miembros de la UE
están adoptando a nivel interno condicionan las posibilidades comunes para el
futuro.