No
crean que me he olvidado de este blog. Llevo unas semanas bastante
complicadas, y no he podido dedicarle el tiempo que se merece.
La noticia que daba lugar a mi Post “Delación” ha tenido muchas secuelas. Voy a contárselas.
En
primer lugar, y como uno de mis atentos lectores se ha preocupado en
precisar, ha habido reacciones dentro de la propia Flandes contra la
iniciativa de Overijse. Mario Keulen, ministro flamenco del Interior,
condenó la medida, juzgándola “medieval”. Inmediatamente fue criticado
por otros políticos flamencos. Como Keulen es liberal, y quienes le
criticaron militaban en las filas de la extrema derecha flamenca, o en
el radicalizado movimiento socialcristiano del norte del país, cabe
preguntarse si tras la reacción no había un puro y simple oportunismo
político.
Verán,
tanto da. Los idiomas, en Bélgica, no son sólo vehículos de
comunicación de ideas y sentimientos, sino también instrumentos
políticos para marcar diferencias. Llevo muchísimos años escuchando las
muy buenas razones de los políticos que defienden en Bélgica una fórmula
lingüística, o su contraria, y he llegado a la conclusión de que es un
problema que no tiene solución. Este país nació con este problema. La
buena fe que explicó el establecimiento de la frontera lingüística es
hoy demasiado frecuentemente sustituida por una arrogancia de cortísimas
miras, hija de la soberbia y la incompetencia a partes iguales. En el
norte del país como en el sur, porque conviene saber que las primeras
demandas de independencia las formularon los valones, no los flamencos.
Verdaderamente,
esto es una pena. Bélgica, que es un país estupendo lleno de gente
magnífica, culta, rica y creativa, se desgañita en peleas provincianas.
Lo viene haciendo desde siempre. El norte se pasa la vida buscando la
manera de afianzar una identidad distinta que la del sur, bajo la
presión de un nacionalismo radical de derechas o de izquierdas, que no
mata, pero que le hace la vida imposible a la gente. El “Walen Buiten”,
(“Valones fuera”) con el que por la fuerza los extremistas flamencos
quebraron la ley que permitía la existencia de una sección francófona en
la Universidad de Lovaina, caída del lado flamenco de la frontera, es
decir, de Leuven, está ahí, en la historia de los hechos acontecidos.
Los historiadores nacionalistas flamencos se refieren a aquellos
episodios como “los incidentes”, y pasan por encima de ellos sin
levantar la alfombra, para que no se les alborote el polvo que hay
debajo. Lo de los rótulos de Overijse es una manifestación más de una
cultura de la exclusión por la vía de la afirmación única de lo propio.
Hay otras: los bandos municipales de algunos ayuntamientos flamencos que
exigen a los niños no hablar en francés en el recreo, las disposiciones
municipales que impiden que el cable televisivo subterráneo dé tránsito
a canales francófonos por territorio flamenco, y así.
Una
de las discusiones más duras de estos días en la crisis política belga
es la escisión del distrito electoral que forman Bruselas y los cantones
de Hal y Vilvorde. Los flamencos, sobre todo los radicales coaligados
con los socialcristianos, quieren a toda costa esa escisión, que
consagraría el territorio flamenco impoluto y libre de cualquier tinte
francés. Bueno, la frontera lingüística fue establecida en Bélgica para
crear territorios lingüísticos homogéneos, en función de las necesidades
de la gente. Pero no era una frontera estática, como la que separa a
Francia de España. Podía cambiar, si lo que un día estaba del lado
flamenco, al cabo de unos años merecía estar del lado francófono, porque
la gente se expresara mayoritariamente en francés. El fiel de esa
balanza eran las encuestas censales, en las que se incluía una pregunta
muy concreta: “¿En qué idioma habla usted?”. El censo de 1947 fue el
último que incluyó la pregunta. Con motivo del de 1960, 200 alcaldes
flamencos exigieron que la pregunta de la lengua no fuera incluida en el
censo y un ministro socialcristiano como el actual primer ministro,
Arthur Gilson, se lo concedió. De manera que no hay forma hoy de saber
cuánta gente hay en Hal, o en Vilvorde, hablando francés. Pero se
presupone que es mucha.
No hay comentarios:
Publicar un comentario