Hace
ya un montón de años, cuando comenzaba a preocuparme por la guerra, las
armas y todo eso, fui a documentarme sobre lo que llaman “armamento de
destrucción masiva” a la OTAN. Un militar, no sé si francés, inglés,
americano o español, la verdad es que no me acuerdo, me debió ver los
ojos como platos cuando me describía el potencial atroz de bacterias,
hongos, virus, gases, isótopos radiactivos y toda esa porquería,
empaquetada como armas, y me dijo: “mire, lo mejor es no entrar a
imaginar qué podría suceder si aquel país, el otro o el de más allá,
consigue semejante armamento, porque no dejaríamos vivir tranquila a la
gente, y ese conocimiento no les reportaría ninguna seguridad añadida.
Lo que no es, no es, y no vale de gran cosa asustar a la población
advirtiéndola de lo que podría ser… porque igual no llegar a serlo.
Porque lo más probable es que no lo sea nunca. De hecho, trabajamos para
que no pase”.
Tengo
metido el mensaje de ese militar en la cabeza. De vez en cuando se me
materializa delante de los ojos, como si de una pancarta virtual se
tratara, cuando veo a uno de esos del marketing político aterrorizando
al personal desde la caja tonta, con severidad apocalíptica y ademanes
de ángel exterminador. Me pasa mucho estas últimas semanas con lo de la gripe del guarro.
Hay
una cosa por ahí que llaman Organización Mundial de la Salud, desde
donde hace varias semanas se nos está diciendo, ni más ni menos, que
media humanidad va a caer enferma porque hay suelto un virus muy
peligroso. Luego te matizan que el virus en cuestión no es tan
peligroso, pero que sin duda lo sería si muta, si cambia, y la nueva
variante lo vuelve más agresivo para la especie humana. De
modo que ya tenemos los ingredientes para la octava plaga de Egipto: un
enemigo invisible que golpea poco, pero que puede devenir en martillo
de la humanidad a nada que se lo proponga. Las multinacionales
farmacéuticas, esas oenegés caritativas, dicen haberse puesto a la tarea
y nos prometen una vacuna en unos pocos meses. Ya verán ustedes a qué
precio. Mientras tanto, el Ejército, en España, ha recibido permiso (de
una de esas multinacionales) para encapsular las reservas que atesora de
un antiviral que se puso de moda cuando la anterior alarma planetaria
por riesgo de pandemia: cuando lo de la gripe del pollo, en 2005. Los
antivirales que yo, asustado como tantos, compré entonces, caducaron
hace tiempo. ¿Los del Ejército, que son los mismos y de la misma marca,
no? ¿Por qué no me vendieron a mí antivirales con la misma condición de pervivencia que los que compró Sanidad? ¿Verdad que están ustedes pensando lo mismo que yo?
Me
acuerdo de aquel lío de la gripe del pollo. Era una alarma veterinaria y
un comisario europeo la convirtió en una amenaza para la especie
humana. Yo estaba presente cuando lo hizo y no quería creer lo que le
oía a aquel noble varón, consciente como era yo, no sé él, del disparate
que estaba cometiendo desde la tribuna. Se ve que el comisario no había
hablado con los militares sobre las armas de destrucción masiva y no
sabía que el miedo puede ser tan peligroso para una sociedad, o más, que
un virus con potencial mutante.
Lo
de la gripe del pollo terminó en nada. El virus no mutó; o no lo hizo
suficientemente para amenazar la supervivencia de la humanidad. Y el de
ahora tampoco lo ha hecho; además, nada impide que cambie de manera que
se vuelva más inofensivo para el ser humano. Lo dicho: puede pasar, o
no.
¡Pero
qué lío, oiga! Cuánto dinero perdido. Cuántos malos ratos que se
podrían haber evitado. Le preguntaba hace un par de días, por lo
bajines, a una persona con conocimiento de causa, de una institución
europea, que por qué no ponían término a esta paranoia. “¿Con el de la
OMS diciendo lo que dice? ¿Quién se arriesga a minusvalorar la amenaza?
¿Y si la cosa se tuerce y nos encontramos efectivamente con una
pandemia?”, me contestaron.
De
modo que el baile sigue. Han tenido que cambiarle de nombre al virus,
para no dañar los intereses comerciales de los criadores y
comercializadores de cerdo. Nótese que yo la he llamado, a la gripe,
“del guarro”, porque al cerdo que comemos en nuestras sociedades no lo
dan tiempo ni de ensuciarse, de lo rápido que lo crían con recursos
artificiales para sacrificarlo antes y sacarle beneficio. (Así, y de
paso, no atento con esto que escribo contra las multinacionales de la
alimentación, que venden cerdo pero no guarro y pollo criado con
antibióticos que producen las mismas empresas que fabricarán la vacuna
contra la gripe del guarro).
Los
de la OMS, esa, la llaman ahora a la nueva peste la “Gripe A”. ¡Qué
golpe de efecto! ¡Qué derroche de imaginación! ¡Así no tendrán que
estrujarse el majín cuando lleguen otros virus con potencial mutante,
(todos lo tienen) y se vean en la tesitura de ponerle un nombre. Tienen
todo el abecedario por delante, y cuando se les acabe podrán comenzar
duplicando las letras, como en las matrículas de los coches y añadirle
números despues. Y pensar que la gripe española no venía de España, pero
la bautizaron así para desprestigiar al país…
Alguien tendría que poner orden en todo
este desaguisado. Le he oído al ángel exterminador ese decir que la
amenaza no ha desaparecido, que se ha ido al hemisferio sur, y que en
unos meses vuelve, con el otoño. Pero, hombre, no sea usted tan agorero. Lo mismo le gusta aquello y se queda…
¿Pero
cuántas vacunas van a comprar los gobiernos de todo el planeta, cuando
la tengan a punto las multinacionales, por la alarma social creada desde
instancias técnicas que deberían medir más sus palabras, a la hora de
poner en el mercado de la información global la especie de una amenaza
potencial?
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