domingo, 24 de julio de 2011
Un menú para la historia
El monumento al Cincuentenario, en Bruselas, es un lugar histórico imponente. Se trata de un conjunto arquitectónico erigido entre finales del siglo XIX y comienzos del XX, en conmemoracion del cincuenta aniversario de la independencia de Bélgica. Consta de dos grandes palacios que albergan a los museos de la Armada y los Reales de Arte y de Historia. Ambas construcciones, y las imponentes alas laterales del conjunto, confluyen en un gran arco conmemorativo de tres ojos que nada tiene que envidiar al celebérrimo Arc du Triomphe parisino. Durante la cumbre europea de mayo de 1998, en la que la UE decidió lanzar el euro, TVE, que había montado un set en los jardines anejos, decidió financiar la iluminación de las gigantescas arcadas por la noche, para que Ana Blanco y sus colegas contaran con un fondo bonito cuando salieran a imagen. Quienes alquilan en la capital comunitaria grupos electrógenos recuerdan con verdadera nostalgia la ocasión.
Estos días, el Cincuentenario es motivo de chanzas porque al solemne monumento le ha salido una protuberancia obscena en su coronación, al lado de la cuadriga que transporta a la Victoria entre banderolas y estandartes, todo ello en noble bronce. Se trata de una estructura angulosa y descarada, que sobresale de las verticales del arco y que se ilumina por las noches. Es un restaurante que ha levantando en el lugar, se supone que con los permisos necesarios, una conocida marca de electrodomésticos, cuyo nombre aparece destacado en los basamentos que estabilizan toda la estructura sobre el monumento.
Dicen los promotores del invento que se disfruta en el singular local de comida gastronómica, a cargo de reconocidos "chefs", a 170 euros el cubierto los almuerzos y 200 las cenas, en un marco incomparable y con unas vistas excepcionales.
A mí, qué quieren que les diga, todo este asunto me parece bastante desgraciado. Aunque la identidad de Bélgica esté siendo cuestionada estos últimos meses y años por el nacionalismo flamenco en sus diferentes declinaciones, el país atesora una historia propia que no se debe menospreciar. Desconozco qué permisos han sido arbitrados para posibilitar lo que, sin duda, constituye una tropelía y un desprecio a la casi dos siglos de andadura en común de las gentes de Bélgica. La historia de un país no puede ser administrada al antojo y conveniencia de un político o de un gerente pasajero.
Aseguran los promotores del invento que, tras Bruselas, vendrán Moscú y Zúrich. De seguro que no lo instalarán sobre el Mausoleo de Lenin o en el el Instituto de Tecnología
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