Real Time Web Analytics Bruselas10: Esa Tripleta Fantástica

miércoles, 7 de diciembre de 2011

Esa Tripleta Fantástica


Las agencias de calificación se han convertido en auténticas “bestias negras” para amplios estratos de la opinión pública a ambos lados del Atlántico, y para buena parte de la clase política. Sus irrupciones continuadas en el debate sobre la deuda de los países miembros del euro, las recientes advertencias sobre una posible degradación de la Eurozona en su conjunto e, incluso, del Fondo de Rescate, por no hablar de sus flagrantes y estrepitosos ¿fallos? (Lehman Brothers, Enron, Freddie Mac y Fannie Mae, por citar algunos muy escandalosos de entre los recientes, hay muchos más, hablaremos de ellos), han generalizado el debate sobre la naturaleza de su función, la legitimidad con la que se desenvuelven en nuestras sociedades democráticas y, por encima de todo, sobre los intereses a los que sirven. En Europa se escuchan un día sí y otro también voces que piden actuaciones enérgicas contra ellas y las instituciones comunitarias y los Estados miembros de la UE han apostado abiertamente por crear una agencia de calificación de riesgos europea. Pero nada pasa y Standard & Poor, Fitch y Moody's, esta Tripleta Fantástica de jueces inapelables de las finanzas privadas y públicas, continúa obstaculizando la labor de los políticos que intentan desactivar la denominada “crisis de las deudas soberanas”, con unas valoraciones que el común de los gobernantes califica, cuando menos de inoportunas, algunos de injustas y casi todos de sesgadas.

A pesar de que para muchos, en Europa, su primer encuentro con la realidad de las agencias de notación sea reciente y esté relacionado con los complicados episodios financieros de estos últimos meses, lo cierto es que estas entidades incordian desde hace bastante tiempo. Nunca han vivido un momento de mayor glamur que el actual, es verdad, pero llevan más de una veintena de años haciendo trastadas. Nacieron, como casi todas las buenas ideas, para proteger las inversiones  de las personas, individuales o colectivas, en el laberinto de los mercados financieros, a comienzos del pasado siglo. Standard & Poor, filial de la editora McGraw Hill, se constituyó en 1860, mientras que Moody's lo hizo en 1900. Fitch, la tercera, no podía parangonarse con ese duopolio de facto pero la extraordinaria expansión de los mercados financieros le ha permitido auparse al podio de la fama. Nació en 1913 en Nueva York, pero ahora está en manos mayoritariamente francesas, a través de Fimalac. Las tres se han convertido en un contrapoder, de procedimientos y métodos muy cuestionables.

Como tantas cosas que estos días se revelan muy comprometedoras para el interés del conjunto de la sociedad, las agencias de calificación comenzaron su larga cabalgada hasta el Olimpo que ocupan en la actualidad con la liberalización de los movimientos de capitales, a largo y a corto plazo, en los 80 del pasado siglo. Thomas Friedman, editorialista de política exterior en el New York Times, manifestaba tras la caída del Muro de Berlín (1989) que “después de la Guerra Fría, el mundo cuenta con dos superpotencias, los Estados Unidos y la agencia Moody’s”. Y, continuaba diciendo, “si los Estados Unidos pueden aniquilar a un enemigo haciendo uso de sus arsenales militares, la agencia de notación financiera ‘Moody’s dispone de los medios para estrangular a un país asignándole una mala nota”.

Es posible que estos días los responsables de la Tripleta Fantástica maldigan a Friedman porque, ante las acusaciones de juego sucio que se les lanzan, responden diciendo que “sólo informan”, que “no recomiendan”.

Para informar disponen de recursos fabulosos. No sólo tienen estatutariamente acceso a información privilegiada de las entidades que califican, sino que cuentan con una fuerza de análisis nutridísima, capaz de trillar la información financiera lo mismo de países enteros que de sociedades cotizadas, grandes y pequeñas. La obligatoriedad del rating está muy extendida y se ha generalizado con la extensión del fenómeno de la “titulización”, del que han venido tantos quebrantos (entre otras razones porque la agencias de calificación otorgaron sus mejores notas a productos del mercado de derivados que no valían nada, las hipotecas “basura”).

Por establecer una comparación ilustrativa de las magnitudes con las que nos desenvolvemos, la ficha técnica del proyecto de agencia europea de control y supervisión de las agencias de calificación que fue remitida al Parlamento europeo en 2010 apunta un presupuesto anual de 2,5 millones de euros, entre personal (1,5 millones), edificio, equipamiento y otros gastos administrativos (628.000) y operaciones (300.000). El staff está definido en ¡12 personas!, cuando nuestra Tripleta Fantástica cuenta con miles de analistas.

Son los mercados financieros y las entidades de regulación, sin duda, los que han hecho grandes a estas sociedades, exigiendo que los productos de inversión dispongan de una especie de “certificado de calidad”, que es en lo que consiste la calificación y que va desde la cotizada “triple A” hasta la “D”.

Pero la Tripleta Fantástica no se ha contentado con los réditos que le proporcionaba su condición de agente necesario en la gran expansión financiera mundial de los últimos 30 años. Se han comportado como auténticos “grandullones” en el patio de la escuela. En 1993, por ejemplo, el condado de Jefferson, en Colorado, se oponía a que Moody’s calificara su emisión de obligaciones; quería que lo hiciera Fitch Investor Services, entonces mucho más pequeña y económica. Bueno pues Moody’s emitió lo que se conoce como una “notación no demandada” o “salvaje” sobre dicha emisión, que fue, por supuesto, negativa, y que la hizo imposible.

Esto de las “notaciones salvajes” tiene su chiste. En 1996, por ejemplo, Moody’s anunció que iba a publicar una nota sobre Egipto. Todo un chantaje, porque el gobierno cairota no tenía previsto efectuar ninguna emisión de obligaciones. Sin embargo, las autoridades egipcias tuvieron que maniobrar de urgencia para, con la colaboración de Goldman Sachs y EFG Hermes, satisfacer algunas exigencias del FMI que le permitieran salvar los muebles. Obtuvieron de Moody’s la notación Ba2, como México o Venezuela.  


Este género de comportamientos, chulescos e intimidatorios, los han prodigado por todo el mundo las agencias de calificación sin rubor alguno por los fallos e injusticias cometidas y, a lo que se ve, sin propósito de la enmienda. A Grecia la han acogotado pero, qué curioso, en 1975, la ciudad de Nueva York tenía una excelente calificación, lo que no impidió que suspendiera pagos.

Es obvio que para llegar a donde han llegado estas entidades han tenido complicidades políticas. A ambos lados del Atlántico, además. Pero también es cierto que la influencia de una notación crítica se ve centuplicada, en los mercados financieros, por la intervención de una serie de mecanismos, calificables directamente de especulativos, contra los que los gobiernos europeos y el estadounidense no están actuando con la energía necesaria.

Al asunto le dedicaremos otro “post”, que el de hoy es ya muy largo.

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