Las agencias de calificación se han convertido en auténticas
“bestias negras” para amplios estratos de la opinión pública a ambos lados del
Atlántico, y para buena parte de la clase política. Sus irrupciones continuadas
en el debate sobre la deuda de los países miembros del euro, las recientes
advertencias sobre una posible degradación de la Eurozona en su conjunto e,
incluso, del Fondo de Rescate, por no hablar de sus flagrantes y estrepitosos
¿fallos? (Lehman Brothers, Enron, Freddie Mac y Fannie Mae, por citar algunos muy
escandalosos de entre los recientes, hay muchos más, hablaremos de ellos), han
generalizado el debate sobre la naturaleza de su función, la legitimidad con la
que se desenvuelven en nuestras sociedades democráticas y, por encima de todo, sobre
los intereses a los que sirven. En Europa se escuchan un día sí y otro también
voces que piden actuaciones enérgicas contra ellas y las instituciones
comunitarias y los Estados miembros de la UE han apostado abiertamente por
crear una agencia de calificación de riesgos europea. Pero nada pasa y Standard
& Poor, Fitch y Moody's, esta Tripleta Fantástica de jueces inapelables de
las finanzas privadas y públicas, continúa obstaculizando la labor de los
políticos que intentan desactivar la denominada “crisis de las deudas
soberanas”, con unas valoraciones que el común de los gobernantes califica,
cuando menos de inoportunas, algunos de injustas y casi todos de sesgadas.
A pesar de que para muchos, en Europa, su primer encuentro
con la realidad de las agencias de notación sea reciente y esté relacionado con
los complicados episodios financieros de estos últimos meses, lo cierto es que
estas entidades incordian desde hace bastante tiempo. Nunca han vivido un
momento de mayor glamur que el actual, es verdad, pero llevan más de una
veintena de años haciendo trastadas. Nacieron, como casi todas las buenas
ideas, para proteger las inversiones de
las personas, individuales o colectivas, en el laberinto de los mercados
financieros, a comienzos del pasado siglo. Standard & Poor, filial de la
editora McGraw Hill, se constituyó en 1860, mientras que Moody's lo hizo en 1900.
Fitch, la tercera, no podía parangonarse con ese duopolio de facto pero la
extraordinaria expansión de los mercados financieros le ha permitido auparse al
podio de la fama. Nació en 1913 en Nueva York, pero ahora está en manos
mayoritariamente francesas, a través de Fimalac. Las tres se han convertido en un
contrapoder, de procedimientos y métodos muy cuestionables.
Como tantas cosas que estos días se revelan muy comprometedoras
para el interés del conjunto de la sociedad, las agencias de calificación
comenzaron su larga cabalgada hasta el Olimpo que ocupan en la actualidad con
la liberalización de los movimientos de capitales, a largo y a corto plazo, en
los 80 del pasado siglo. Thomas Friedman, editorialista de política exterior en
el New York Times, manifestaba tras la caída del Muro de Berlín (1989) que “después
de la Guerra Fría, el mundo cuenta con dos superpotencias, los Estados Unidos y
la agencia Moody’s”. Y, continuaba diciendo, “si los Estados Unidos pueden aniquilar
a un enemigo haciendo uso de sus arsenales militares, la agencia de notación
financiera ‘Moody’s dispone de los medios para estrangular a un país
asignándole una mala nota”.
Es posible que estos días los responsables de la Tripleta Fantástica
maldigan a Friedman porque, ante las acusaciones de juego sucio que se les lanzan,
responden diciendo que “sólo informan”, que “no recomiendan”.
Para informar disponen de recursos fabulosos. No sólo tienen
estatutariamente acceso a información privilegiada de las entidades que
califican, sino que cuentan con una fuerza de análisis nutridísima, capaz de trillar
la información financiera lo mismo de países enteros que de sociedades
cotizadas, grandes y pequeñas. La obligatoriedad del rating está muy extendida
y se ha generalizado con la extensión del fenómeno de la “titulización”, del
que han venido tantos quebrantos (entre otras razones porque la agencias de
calificación otorgaron sus mejores notas a productos del mercado de derivados
que no valían nada, las hipotecas “basura”).
Por establecer una comparación ilustrativa de las magnitudes
con las que nos desenvolvemos, la ficha técnica del proyecto de agencia europea
de control y supervisión de las agencias de calificación que fue remitida al
Parlamento europeo en 2010 apunta un presupuesto anual de 2,5 millones de euros,
entre personal (1,5 millones), edificio, equipamiento y otros gastos
administrativos (628.000) y operaciones (300.000). El staff está definido en
¡12 personas!, cuando nuestra Tripleta Fantástica cuenta con miles de
analistas.
Son los mercados financieros y las entidades de regulación, sin
duda, los que han hecho grandes a estas sociedades, exigiendo que los productos
de inversión dispongan de una especie de “certificado de calidad”, que es en lo
que consiste la calificación y que va desde la cotizada “triple A” hasta la “D”.
Pero la Tripleta Fantástica no se ha contentado con los réditos
que le proporcionaba su condición de agente necesario en la gran expansión
financiera mundial de los últimos 30 años. Se han comportado como auténticos “grandullones”
en el patio de la escuela. En 1993, por ejemplo, el condado de Jefferson, en
Colorado, se oponía a que Moody’s calificara su emisión de obligaciones; quería
que lo hiciera Fitch Investor Services, entonces mucho más pequeña y económica.
Bueno pues Moody’s emitió lo que se conoce como una “notación no demandada” o “salvaje”
sobre dicha emisión, que fue, por supuesto, negativa, y que la hizo imposible.
Esto de las “notaciones salvajes” tiene su chiste. En 1996,
por ejemplo, Moody’s anunció que iba a publicar una nota sobre Egipto. Todo un
chantaje, porque el gobierno cairota no tenía previsto efectuar ninguna emisión
de obligaciones. Sin embargo, las autoridades egipcias tuvieron que maniobrar
de urgencia para, con la colaboración de Goldman Sachs y EFG Hermes, satisfacer
algunas exigencias del FMI que le permitieran salvar los muebles. Obtuvieron de
Moody’s la notación Ba2, como México o Venezuela.
Este género de comportamientos, chulescos e intimidatorios, los
han prodigado por todo el mundo las agencias de calificación sin rubor alguno
por los fallos e injusticias cometidas y, a lo que se ve, sin propósito de la
enmienda. A Grecia la han acogotado pero, qué curioso, en 1975, la ciudad de
Nueva York tenía una excelente calificación, lo que no impidió que suspendiera
pagos.
Es obvio que para llegar a donde han llegado estas entidades han tenido complicidades
políticas. A ambos lados del Atlántico, además.
Pero también es cierto que la influencia de una notación crítica se ve
centuplicada, en los mercados financieros, por la intervención de una serie de
mecanismos, calificables directamente de especulativos, contra los que los
gobiernos europeos y el estadounidense no están actuando con la energía
necesaria.
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