La City londinense, el núcleo financiero más importante del mundo |
Es historia que la Gran Bretaña se quedó al margen del proyecto común porque le venía pequeño y porque no quería mezclarse con perdedores. Tampoco deseaba (decía, refiriéndose a los cuestionables comportamientos italiano y francés durante la contienda) ponerse a la altura de ciertos oportunistas, teniendo, como aún tenía a mediados del siglo pasado, una proyección imperial y una interlocución privilegiada con Washington. También es historia que la realidad marcó el final de aquel espléndido aislamiento a comienzos de los 70, con la arribada de una Inglaterra mucho más humilde al ya próspero continente, con el que Londres necesitaba, imperiosamente, multiplicar sus relaciones comerciales.
Las cosas han cambiado poco desde entonces: el Reino Unido ha hecho muy bien lo que mejor sabe, que es vender. Hoy por hoy, más de la mitad de sus exportaciones tienen destino en sus socios de la Unión europea, con los que comparte mucho más que pan y mantel.
Por eso resulta todavía más incomprensible la salida de pata de banco de David Cameron la madrugada de este viernes, en el Consejo Europeo. Este joven premier británico ha decidido hacer tabla rasa de 40 años de historia y cabalgar por libre hacia no se sabe exactamente dónde.
Invocando la defensa de unos «intereses» presuntamente irrenunciables de la capitalidad financiera británica, que le reporta al Reino Unido en torno a un 10% de su PIB, Cameron ha decidido dejar a su país al margen de la unión fiscal que se anuncia en la UE para reforzar la posición del euro en los mercados internacionales. Y lo ha hecho, a sabiendas de que esta cabalgada la iba a emprender en solitario, de muy malas maneras: despreciando públicamente al euro, que es la moneda del continente.
No es una buena elección. Primero porque los activos que Cameron dice defender no tienen defensa política: uno no puede invocar un principio funcional tan cuestionable como la capacidad de los mercados para regularse por sí mismos, haciendo de ello toda una ideología y la elección estratégica de tu gobierno y cerrar los ojos a la realidad de que ese principio esconde muchísima "letra pequeña", muy poco edificante. Es esa "letra pequeña" la que el continente quiere expurgar de sus potenciales abusivos, porque lo que se denominan "mercados" cobijan, actualmente, a verdaderas tribus de iniciados en conocimientos y técnicas ajenas al común de los mortales, que son utilizadas indiscriminada y sistemáticamente para desplumar, precisamente, a esos mortales comunes. Que alguna vez esas operaciones de expolio encubierto bajo una legalidad tramposa salgan mal, y algún que otro iniciado se quede un rato en la miseria, no otorgan mayor licitud al montaje.
Y, segundo, porque el Reino Unido no va a poder preservar sus privilegios (quedarse fuera y entrar a picotear a voluntad), en la nueva etapa que se anuncia. Cameron cree que sí, pero quizás peque de optimismo. Irse de un sitio haciéndoles pedorretas a tus compañeros de habitación incomoda, y esos hasta ahora tus socios pueden considerar la colaboración contigo, en lo nuevo que se diseñe, de una manera muy displicente, bien distinta que la que te han otorgado.
Skyline londinense |
El premier británico cree que si el continente regula en exceso la actividad financiera, la City engordará sus cuentas con los desertores de la unión fiscal. La experiencia, sin embargo, demuestra lo contrario, que el bloque tiende a acentuar su cohesión. Bien podría suceder, por ello, que algunos bancos de Canary Wharf terminen emprendiendo el camino del continente a la vuela de unos cuantos años. Tiempo al tiempo
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