¿Para qué? |
Este viernes ha habido en
Bruselas una gran manifestación sindical contra las medidas de ahorro aprobadas
por los dirigentes políticos que van a formar, por fin, gobierno en Bélgica.
Por hablar con propiedad,
la protesta estaba dirigida contra los recortes económicos que esos políticos
ha asumido, bajo la presión de los mercados financieros internacionales, para formular un presupuesto
marcado por la austeridad, con el que dar "cuerpo económico" a los
cambios institucionales adoptados semanas atrás para proceder a la nueva
reforma del Estado. El aspecto más destacado de esos cambios se refiere a la
escisión del distrito electoral y judicial que forman, desde comienzos de los
años 70, Bruselas y los cantones de Hal y Vilvorde. Se trata, esta separación,
de una exigencia irrenunciable de los nacionalistas flamencos, que quieren
consolidar la frontera lingüística adoptada a comienzos de los 70.
Había una enormidad de
gente en esa manifestación. Unos dicen que 50.000, otros que 80.000 . Da igual:
eran muchísimos para los hábitos y la talla demográfica de este país. A mí, que
los veía pasar gritando aquello de "el 1% con mucha 'pasta' y el 99% con
la rabia ", esta gente me traía a la memoria las grandes huelgas de
invierno de 1960 y 1961, cuando los trabajadores, en su mayoría valones, de los
sectores minero y siderúrgico, se cruzaron de brazos para protestar por las
medidas de austeridad que quería imponer el entonces primer ministro del país
(unitario a la fecha), Gaston Eysckens. Como todo su Ejecutivo, Eyskens estaba
asustado por la deriva de las finanzas públicas belgas. Perdido el Congo un par
de años antes (y aunque no por ello), la deuda pública del Estado comenzaba a
montrar un perfil acentuadamente vertical.
El gobierno de coalición
socialcristiano y socialista que comandaba Eysckens fracasó en sus esfuerzos
por imponer austeridad en el gasto público, porque el sistema belga no fue
capaz de acomodar sin graves quebrantos el desplome los sectores siderúrgico y
minero de Valonia. Comenzaban el empobrecimiento del otrora próspero sur de
Bélgica y los esfuerzos del país para encajar el golpe. No lo consiguió: la
deuda pública se situaba en una media del 79% del PIB entre 1974 y 1984, y crecía
hasta el 134,3% en 1993.
Para comprender este
proceso hay que precisar que el subsidio de desempleo, en Bélgica, es de por
vida y que el sector minero perdió al 97% de sus efectivos en sólo 2 años. Para
financiar esas necesidades, y para afrontar las imprescindibles
reestructuraciones del aparato productivo en un entorno internacional de
encarecimiento de la energía, (el primer "choque" petrolífero se
produjo en 1973, el segundo en 1979) el déficit presupuestario belga fue, de
media, un -8,3% del PIB entre 1974 y 1984, subió al -9% en 1985 y llegó al -9,4%
en 1986. Sólo en 1989 Bélgica comenzó a mostrar superávits fiscales.
Con un enorme esfuerzo
(la tributación por rentas del trabajo es, en Bélgica, elevadísima y el IVA
está desde hace décadas en el 21%) y una estricta contención del gasto público,
los belgas comenzaron a reducir esta enorme montaña de deuda, a fin de estar en
condiciones de acceder a la Unión Monetaria europea en 1999. En 2007 la dejaban
en el 84,1% del PIB pero la crisis ha desbaratado estos esfuerzos y en 2010
estaban otra vez en el 96,2%. Eurostat, el servicio estadístico de la UE, les
pronostica el 100,3% para 2013.
Les cuento toda esta
historia porque, viendo pasar a aquellos manifestantes, me preguntaba por el
margen del gobierno para atender a sus demandas. Creo que es nulo. Es verdad que
el hundimiento de Valonia tuvo responsables con nombres y apellidos, empezando
por la todopoderosa (entonces) Societé Générale de Belgique, el gran holding
financiero e industrial que abandonó a la industria básica valona a su suerte
para invertir en Francia, cuando vio que el modelo estaba abocado a su fin. O
el Groupe de Launoit, que hizo otro tanto. Se llevaron el dinero donde
produciría más y dejaron el “paquete”, quiero decir el paro, a la Seguridad
Social, es decir, al contribuyente belga.
También es verdad que los
flamencos contribuyeron no poco a este drama. Consiguieron financiación
prioritaria del gobierno central para su carbón del Limburgo (97.000 millones
de francos belgas de la época), con los que el sector se mantuvo activo aún
otros 15 años. Els Witte y Jan Craeybeekx, citados por Bernard Demonty en
"Saga Belgica", aseguran que Flandes obtuvo el 57,9% de las ayudas
nacionales para expansión económica, mientras que Valonia sólo se quedó con el
38,2%. El 3,9% restante fue a Bruselas.
Pensaba, viendo juntas tantas
historias de desconsuelo discurrir ante mí, que hace ahora 50 años Bélgica
entró en barrena por una grave crisis industrial, que le obligó a financiar una
muy importante tasa de desempleo con los generosos subsidios previstos por una
legislación pactada entre socialcristianos y socialistas para estos casos. La
reforma del Estado, con la imparable ascensión de los flamencos, consumió
demasiadas energías políticas que hacían mucha falta en el rediseño económico del
país.
Ahora estamos como
entonces, ante un grave deterioro de las finanzas públicas y con la gente en la
calle, exigiendo que no les pasen la factura. Pero Bélgica no puede esperar ya indulgencia
de los mercados financieros internacionales, ni de la Unión Monetaria europea,
cuya estabilidad se encuentra gravemente comprometida por las
irresponsabilidades presupuestarias de unos y otros.
De modo que, hoy como
ayer, Bélgica afronta un nuevo empobrecimiento, y para toda una generación,
como mínimo. Y hoy como ayer el debate sobre la independencia de Flandes dista
de estar cerrado: Bart de Weber y su NV-A, que han quedado al margen de los
arreglos institucionales y presupuestarios de Bélgica, continúan aumentando su
peso político en Flandes. Superan ya el 40% de la intención de voto.
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