Competitividad.
La que le falta a la economía española y que es directamente responsable de la enorme
tasa de paro que soporta el país. Nuestro sistema productivo no fabrica bienes
y servicios en condiciones atractivas para que nos los compren nuestros
vecinos. ¿Consecuencias?: un abultado déficit exterior y el paro que nos
transfieren quienes sí producen bienes y servicios atrayentes.
Se
trata, esto de la competitividad, de una especie de mantra de nuestros días.
Alemania está sobrellevando bien la crisis, te dicen, porque ha sabido
preservar una economía industrial altamente competitiva. Otro tanto le sucede a
Holanda, al norte de Italia, a determinados sectores productivos del Reino
Unido… Quienes fabrican cosas que se venden lo llevan mejor que los que
fabricamos casas que no se venden.
Para
recuperar competitividad, te dicen también, los gobiernos cuya inacción política
o cuyas torpezas han conducido al desastre, tienen, en circunstancias
ordinarias, el recurso de la devaluación monetaria. Instantáneamente, lo que
produce ese país se abarata (un 10, un 20 por ciento, lo que se decida) y se
restablece la competitividad perdida. Claro que la población se empobrece,
igualmente, en el porcentaje de la devaluación, pero como el entorno se
denomina en la misma moneda no hay sensación de pérdida. Otra cosa es la
inflación subsiguiente y cuando se viaja al extranjero. ¿Se acuerdan ustedes de
las pesetas? ¿De las últimas en circulación? Eran una ridícula expresión
monetaria, una minúscula lenteja de aluminio, el valor de cuyo metal
posiblemente rebasaba el poder de compra de la moneda en sí. A esa miseria nos
habían conducido décadas de mal hacer económico.
En
el euro no hay la posibilidad de la devaluación, pero tampoco parece que los
salarios reales, los que se devalúan en términos reales con la depreciación de
la moneda, estén contribuyendo en el país a la recuperación de esa competitividad
perdida. Les adjunto dos gráficos que he elaborado con datos de Eurostat, el
servicio estadístico de la UE. Permiten constatar que los costos nominales de
la mano de obra han crecido en España muy por encima de los alemanes a todo lo
largo de esta década pasada. Sólo en 2011 esos costos, que comprenden
básicamente salario y otros gastos no salariales soportados por el empresario)
crecían en Alemania por encima de los registrados en España. Y en el cuarto
trimestre de 2011, todavía en España el costo de la mano de obra crecía un 2,9
por ciento, con respecto al mismo periodo de 2010 (en Alemania lo hacían un
3,6%).
Una
cosa es el porcentaje en el que los costos laborales suben o bajan, y otra muy
distinta el precio de esa hora de trabajo, expresado en valores reales. Es el
otro gráfico que les adjunto. En él se aprecia que a los empresarios españoles,
la hora de trabajo en la industria y los servicios les costaba 14,94 euros en
1996, contra los 22,9 euros que les suponía a sus homólogos germanos. En 2010,
las referencias eran 20,73 y 28,70 euros.
Esas
cifras quieren decir dos cosas: una primera que los costos salariales reales en
España se están aproximando a los de Alemania y, una segunda, que la economía
alemana es capaz de vender bienes y servicios cuya producción cuesta mucho más.
¿Por qué? Pues porque su modelo es mucho más productivo.
La
crisis de la deuda en España va camino de resolverse. A costa de una cura de
caballo para cuadrar unas cuentas públicas que el gobierno anterior había
desatendido. Lo que viene inmediatamente después es devolver competitividad al
sistema productivo nacional, cuyos activos hay que preservar como hacen todos
nuestros socios europeos. El debate de los 80 y los 90 sobre la economía basada
en los servicios, por contraposición a la economía industrial o “productiva”,
que se saldó en España con la promoción de la primera, suena hoy en día
escandalosa y vergonzante. Toca contención salarial y defensa y potenciación
del tejido productivo. No hacerlo relegará al país a la cola de la Europa próspera.
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