lunes, 25 de junio de 2012
Los tiempos gallegos de Don Mariano
En sus primeros tanteos internacionales, Mariano Rajoy está dando muestras sobradas de que no le gusta ser zarandeado. En general, todos los políticos que en Europa acceden al poder llegan a Bruselas con un considerable desconocimiento de la dinámica comunitaria y de los ritmos internacionales. Le pasó a Sarkozy, un presidente francés demasiado hexagonal en sus inicios, y hasta a Merkel, aunque lo hayamos olvidado. Rajoy creía, pero se equivocaba, que su adscripción ideológica a la familia conservadora, mayoritaria en las instancias del poder comunitario, y la voluntad firme de su gobierno por acometer las reformas que la UE le reclamaba en la economía y las estructuras nacionales obsoletas, le granjearían las simpatías inmediatas de sus pares en el Consejo Europeo. Le ha costado darse cuenta de que su presunción era errónea; que en la esfera internacional no cuentan las promesas, sino los resultados y que la sola voluntad de hacer por parte de un dirigente no restaura la confianza perdida en un país.
A España, en el exterior, se la ve mal. No debería extrañarnos: somos un país que, con Zapatero, ocultó dos puntos y medio de déficit público, acrecentados, además, en cuatro extemporáneas décimas más por las políticas del actual Gobierno (los pagos a proveedores) y al que un sector significativo de su sistema financiero, una parte de sus muy veteranas Cajas de Ahorros, se le ha venido abajo por los disparates de la clase política en la disposición de recursos para proyectos a cada cual más delirante y todos ellos relucientes por la grasilla de la corrupción. Es verdad que se están haciendo cosas para corregir la situación pero todavía no hay resultados. Y esos, los resultados, son los que cuentan. También Papandreu, cuando era primer ministro de Grecia, venía a Bruselas a pedir ayuda y aseguraba que no se escatimarían esfuerzos para poner en orden las cuentas de su país. Hoy es el día en que no se han acometido todavía la mayor parte de las privatizaciones comprometidas por Atenas para acopiar liquidez. No es difícil imaginar que en esos nichos de riqueza pública campan a sus anchas los cachorros de la clase política y sindical que ha llevado a la ruina al país y que los poderosos (y ricos) no quieren abandonar sus canonjías. Que paguen los demás.
A Rajoy, las circunstancias le han hecho caerse del guindo de la peor manera posible: saltando de avión en avión y con los foros políticos y económicos del planeta señalando a su país como el nuevo enfermo de Europa. Su reacción ha sido de autoafirmación: «A mí nadie me pone a marcar el paso», parece haberse dicho el presidente español, que se ciñe a su agenda y a sus composiciones de lugar en una situación que no se esperaba y que reviste una gran complejidad. Su determinación por reservarse la autonomía para cifrar la cuantía del rescate (perdón, del crédito preferencial) a las Cajas arruinadas, una vez conocidos los resultados de las auditorías realizadas por Oliver Wyman y Roland Berger, y sabida ya la estimación del FMI, constituye una evidencia palpable de que el personaje no quiere verse avasallado. En puridad, es correcto que lo haga: él es quien tiene los datos sobre las necesidades reales y a quien le corresponde la responsabilidad de decidir, de escoger entre las diferentes opciones, todas las cuales entrañan una apuesta política diferente y cuyas consecuencias tendrán que depurar nuestros riñones fiscales, y aún los de nuestros hijos.
De esta misma tozudez hizo gala el personaje ya el pasado enero, cuando el Consejo Europeo y la Comisión le reclamaban el anteproyecto de presupuestos y él se negó a facilitarlo por las causas ya sabidas. Menos hipocresías: nadie pierde en un cantón electoral a beneficio de los intereses europeos. Ni siquiera Merkel.
Se ha hablado mucho de la astucia gallega de Rajoy. En Bruselas se la reconocen pero hay dudas aquí de que ese recurso suyo sirva para gestionar la difícil circunstancia de España en la esfera internacional o, en cualquier caso, para hablar al Consejo Europeo en la clave apropiada. Los tiempos de Rajoy están situando el rescate (perdón, el crédito preferencial) de las Cajas en un momento internacional más favorable a los intereses españoles (compromiso europeo de relanzamiento económico tras las presiones de Obama en el G20, formación de un nuevo gobierno heleno pro-euro, alternancia política en Francia con un nuevo presidente en el Elíseo menos amigo de la austeridad a secas que su predecesor), pero a un costo para los demás no desdeñable pues el euro acusa todas estas dudas. Se cambia bajo frente al dólar y los mercados monetarios encuentran más motivos para desconfiar de Europa en su conjunto. Y, en fin, las compras en dólares de hidrocarburos también se encarecen aunque el tipo de cambio del euro abarate las exportaciones y ayude a recomponer nuestra maltrecha balanza comercial.
El momento es extremadamente delicado. Rajoy se juega el salto, en su consideración internacional, de teniente de alcalde a estadista. Los demás arriesgamos hasta la dentadura.
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