En
tiempos de descrédito como los que vivimos la gente, que necesita certidumbres,
suele abrazar creencias asombrosas. La de la Econometría parece ser una de ellas. Se trata, esta, de
una ciencia que intenta desvelar el futuro económico que nos espera a partir de
cálculos complejos sobre referencias del presente. La disciplina tiene
diferentes sectas que la interpretan a su manera y no garantiza el acierto,
pero ya se sabe desde la antigua Grecia que abrir ventanas al futuro es siempre
problemático.
Nuestra
sociedad, tan crítica con unas verdades reveladas, inclina mansamente la testuz
ante otras que aterrizan por sorpresa sobre nuestros quehaceres cotidianos. Es
el caso de las Previsiones Económicas de la Comisión europea, que esta semana
ha vuelto a pintar un futuro siniestro para nuestro país en el corto plazo. El
año que viene, han dicho desde Bruselas, el Producto Interior Bruto español va
a caer un 1,4% y a la gente, aquí, se les han abierto las carnes porque el
Gobierno, oficiante de esa misma fe econometra y en pretendida condición de
sumo sacerdote, además, había anticipado que la caída sería mucho menor: del
0,5 por ciento. Políticos de esos que en nuestro país hay tantos, sindicalistas
y profesionales del dinero, también del subsidio, se han lanzado al ruedo para
criticar a diestra o siniestra las cifras de unos u otros.
Nadie,
sin embargo, ha criticado a las fuentes, es decir a la fe econometra o, por
mejor hablar, a la Econometría expresada en términos de fe o dogma. Porque, ¿son
creíbles las Previsiones económicas de Bruselas, tal y como nos las presentan
cada año? Por el enorme ruido que las acompaña siempre habría que decir que sí,
pero es que no. Es que no dan ni una, oiga.
Me
he tomado el trabajo de recopilar los documentos que la Comisión europea ha ido
haciendo públicos a lo largo de los años, todos los otoños, con sus
estimaciones sobre la evolución que habría de seguir la economía en los
diferentes estados miembros. La estructura del capítulo del PIB, en esas Previsiones
Económicas, es casi siempre la misma: presenta, primero, las cifras de los dos
años precedentes (en algunos casos tres) al de la publicación de los datos. Son
estas cifras que, a pesar de pertenecer al pasado, cambian a medida que las
contabilidades nacionales consolidan sus propios números y se los pasan a la
Dirección General de Economía del Ejecutivo comunitario. Vienen a continuación las
“Estimaciones”, que son dos, una para el año de publicación de los datos y otra
para el siguiente y, finalmente, las “Previsiones en caso de políticas
económicas inalteradas”, que marcan una cifra para dos años después.
Con
los números correspondientes a España les he construido la tabla que les adjunto.
Todo está ahí: las “Estimaciones” y las “Previsiones”, desde otoño de 1994
hasta la fecha, expresadas en Volumen, (valores constantes), porque el PIB
también se puede medir a precios de mercado, o a costo de los factores. En
ellas se ve, por ejemplo, cómo para 2009, cuando la economía española cayó un
3,7%, la Comisión le vaticinaba a nuestro país un modesto descenso del PIB del
-0,2% sólo un año antes.
No
es el único desajuste constatado en esta secuencia. Para 2010, la Comisión le
anunciaba a España un descenso del PIB del -0,8% y se quedó en el -0,3%. O en
1995, cuando el producto interior bruto español creció el 5%, a pesar de que la
Comisión le pronosticaba un más modesto 2,8%.
Con estas
cifras y las oficiales de crecimiento del PIB que ofrece Eurostat, el servicio
estadístico de la UE, les he construido el segundo cuadro que les adjunto. En
él se ve que las estimaciones de la Comisión y la evolución final de la
economía española no han coincidido nunca en el periodo contemplado, es decir,
desde 1994 hasta 2012. El primero de esos años sólo dos décimas de punto
separaron la verdad anticipada por el Oráculo de la que constató la realidad
cuando cumplió el tiempo. Otro tanto pasó en 2001 y en 2007 sólo una décima
separó la previsión de la realidad.
Se
observa, además, una clara tendencia en la Comisión a tirar por debajo en sus
estimaciones sobre lo que va a suceder con el PIB español, salvo en 2008,
cuando anunció un crecimiento del 3% que se quedó en el 0,9%.
A la
Comisión le preocupa, naturalmente, la fiabilidad de sus predicciones. En el
número 291 de los Economic Papers de la Dirección General de Economía (The track record of the Commission’s
Forecast – an update, 10/2007), se señala que “el error en las predicciones
del PIB para la UE en su conjunto, medidas por la ME (error medio) ha crecido desde 0,08 puntos porcentuales para el año
corriente a 0,11 pp (mientras que) para el año siguiente la ME ha crecido
marginalmente, al 0,34 desde 0,32 pp”. El ME para España el mismo año de la emisión
de las previsiones está en el -0.20 y en el -0.13 para el siguiente, pero el
MAE, el (error medio absoluto) está en el 0.55 (mismo año) y 0.79 (año
siguiente).
¿Qué
significa el párrafo anterior? Pues que la Econometría no es una ciencia exacta,
entre otras razones porque la valoración subjetiva de quien trabaja con ella
influye en el resultado que se presenta tanto o más que las cifras en sí.
Pero
en España, donde hay infinidad de
conversos a la nueva fe que generalmente vienen de Letras (como yo), a los
números se les concede valores catárticos y la gente despotrica sobre ellos
como si fueran nuevos dogmas de Solón.
No
lo son. En ningún otro país de la Unión Europea se les concede tanta
importancia.
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