El
27 de julio de 1990 Jacques Delors, entonces en la cúspide de su prestigio
internacional, se permitió un desahogo retórico espectacular para la época: “Si
Dios, dijo, hubiera tenido tantas dificultades para crear a Adán como nosotros estamos
encontrando en la Comunidad Europea con Margaret Thatcher, el ser humano no
estaría en este mundo”.
Delors
estaba cansado de la británica. En 1988 (febrero) se habían cerrado las
primeras Perspectivas Financieras que consolidaban el principio de la Cohesión
intracomunitaria. Con ese muy complicado asunto encauzado, el presidente de la Comisión
encaraba la aún más compleja negociación de lo que después serían la Unión
Económica y Monetaria y el euro y la Thatcher enredaba todo lo que podía, e
incluso lo que no, para impedirlo.
Cuando
llevan transcurridos 23 años desde aquel momento de sinceridad de Delors y
están a punto de cumplirse los 40 de la adhesión del Reino Unido a la UE, hoy
puede decirse que Europa es, sin duda, más británica que hace medio siglo, como
pretendía Margaret Thatcher, pero el Reino Unido no es más europeo que cuando
se adhirió a la Comunidad, como posiblemente nadie, al otro lado del Canal, osaba
entonces vaticinar. El mestizaje ha seguido una trayectoria unilateral. Los
británicos no han sido nunca más euroescépticos que ahora ni sus élites, intelectuales,
sociales o políticas, expresado tan generalizada y abiertamente su
animadversión o desdén hacia lo comunitario.
Hoy,
los británicos se preguntan si el muy reglamentado mercado común europeo no
está agotado, como en su día le sucediera a sus antiguas plazas coloniales, y
si las obligaciones de su pertenencia a la UE no les están recortando el margen
de maniobra y la cintura que creen tener para desenvolverse en el universo de
la globalización y de sus mercados emergentes.
Posiblemente
esas percepciones sean infundadas, pero el debate sobre lo europeo en el Reino Unido nunca ha tenido mucho de racional.
La
diferencia entre el pasado de Margaret Thatcher y el presente de David Cameron
radica en que el actual premier británico ha roto con la estrategia aprestada
por los gobiernos británicos, laboristas o conservadores, a lo largo de las cuatro
décadas de permanencia de Gran Bretaña en la UE. David Rennie menciona en un reciente trabajo (The Continent or de Open Sea.- Does Britain
have a European Future, Centre for European Reform) cómo Edward McMillan
Scott, un antiguo líder de los tories en el Parlamento europeo, recibió el
encargo personal de Margaret Thatcher de mantener a sus diputados “donde estén
los alemanes”. John Major, tras la retirada de la Dama de Hierro, se encargaría
de consolidar aquella estrategia, anclando a los tories en el PPE, el grupo
parlamentario del que Cameron les ha sacado ahora, en cumplimiento de una
promesa electoral suya posiblemente innecesaria e irreflexivamente formulada.
¿Consecuencia? Los eurodiputados conservadores británicos viven alejados de su entorno ideológico natural en
la Eurocámara. Están ausentes de las cocinas donde se elaboran los platos y los
condimentos que terminarán en las mesas europeas.
Casi
nadie, en las esferas británicas de poder, cuestiona estos hechos ni el
discurso oficial, abiertamente antieuropeo y salteado de órdagos. Esta semana,
Angela Merkel emprende el camino de Londres para desactivar tanta animosidad.
La canciller quiere que Cameron se avenga a discutir un marco presupuestario
para la UE menos austero que el que ambicionan los británicos. Pretenden un
recorte de 200.000 millones con respecto a las pretensiones de la Comisión, de
por sí ya modestas y el premier ha amenazado con vetar todo lo que no respete
esa pretensión.
Pero
Merkel va a Londres, además, buscando introducir algo de racionalidad en el
debate Europa-sí/ Europa-no que
promocionan las autoridades británicas
desde el 10 de Downing Street con gran desparpajo. “Desde una perspectivas alemana,
desde el punto de vista de nuestros intereses, (el Reino Unido) es un miembro
importante de la UE. Favorecen el libre comercio y son partidarios de una mayor
competitividad, luego son un buen socio” dijo Angela Merkel el pasado 29
durante una reunión de su partido, la CDU.
Lo que la canciller no dijo, pero se sabe que lo piensa, es que el Reino Unido es un contrapeso para Francia en el equilibrio europeo de poderes. Luego es Berlín, y no Suecia ni Holanda o Dinamarca, el aliado natural de Londres en el pretendido (por Cameron) pero no acordado proceso de renegociación de las condiciones para la permanencia británica en la UE.
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