La Puerta de Brandeburgo, corazón de la Alemania unificada |
En los primeros momentos de
la unificación alemana, cuando Mitterrand no se callaba su “no”, y Felipe
González acertaba al decir que “sí”, la mayor parte de los políticos y los
empresarios alemanes tenía muy claro que el restablecimiento de una hegemonía
germana de corte intransigente sobre
Europa terminaría siendo contraproducente, a plazo, para los propios
intereses alemanes. La talla del sistema financiero, de sus compañías de
seguros, de su industria, comenzarían generando desconfianza entre sus socios.
Y de ella, de la desconfianza, vendrían después las renuencias y las
suspicacias, exactamente el limus en el que no puede prosperar un proyecto de
integración como el definido por el Tratado de Lisboa.
Cuando comenzamos el quinto
año de crisis desde el hundimiento de Lehman Brothers, viene al caso
preguntarse si las élites alemanas guardan todavía aquella percepción. El
desarrollo de acontecimientos recientes lleva a pensar que no.
Empecemos por España. El 16,
miércoles, nos desayunábamos con una entrevista del Financial Times a Mariano
Rajoy. Por lo visto, también el mensaje nacional, no ya los pasivos de nuestro
sistema financiero, tiene que ser auditado en el exterior para resultar
creíble. En fin. El presidente español decía lo que le es propio. Sucintamente,
que lo está haciendo bien y que quien tiene que tirar del carro ahora es
Alemania, que es la que puede, porque la economía necesita una inyección de
optimismo. Le contestaron inmediatamente desde Berlín con la martingala de
siempre: no es momento para incentivar la economía porque eso entrañaría un
incremento del déficit público y de lo que se trata, precisamente, es de lo
contrario, de reducirlo.
Simultáneamente a las
demandas de Rajoy, que yo creo justificadas, saltaba al primer plano la noticia
de que Alemania ha decidido repatriar una parte significativa de las reservas
de oro que tiene depositadas en París y Nueva York. Se trata de 674 toneladas
métricas en total, 374 de las cuales están protegidas por las cámaras
acorazadas del Banco de Francia, a las que se suman otras 300 (un 20%), de las
que reposan en los sótanos de la Reserva Federal de Nueva York, con un valor en
su conjunto de 27.000 millones de euros. La migración durará hasta 2020. La
decisión no concierne al oro que el Bundesbank tiene guardado en el Banco de
Inglaterra (500 Tm) ni a la parte restante, 1.200 Tm, del que se encuentra en
los EE.UU. La medida responde, según el Banco Central alemán, a la “necesidad
de reforzar la credibilidad de las reservas alemanas”. Curiosa razón cuando ese
mismo día, el Süddeutsche Zeitung revelaba, basándose en el último informe de
la Oficina Federal de Estadísticas germana, que el Estado federal, sus länder y
los ayuntamientos de todo el país cerraron 2012 con superávit presupuestario.
Alemania se está financiando a costo cero desde hace meses pero repatría parte
de su oro. Y el que deja fuera, lo confía a países que nada tienen que ver con
la zona euro. Curioso, ¿no?
Un cambio de escenario nos
sitúa en el Londres de David Cameron, que conserva el oro alemán pero a quien
se le ha recomendado desde Berlín, a lo que se ve muy vivamente, que no pronuncie
su muy esperado discurso sobre la visión británica de la integración europea el
22 de enero, como estaba previsto. En Berlín incomodaba, y mucho, que Cameron
dejara entrever la posibilidad de un descuelgue británico parcial de Europa
precisamente el día en el que se conmemora el 50 aniversario del Tratado del
Eliseo, con el que Alemania y Francia dieron por zanjados dos siglos de
disputas sangrientas. Al final, Cameron optó por el 18 para lanzar su speech
pero la crisis argelina le dio la oportunidad de posponer una vez más su tan
esperada comparecencia.
Un tercer apunte: las
discusiones para la fijación del marco financiero plurianual, tras el fracaso
de la cumbre de noviembre, no muestran grandes avances, a pesar de que las
diferencias de competitividad de la Eurozona apuntan la necesidad de transferir
250.000 millones de euros a los países del sur (tesis de Jacques Sapir, Patrick
Artus, el economista jefe de Natixis, habla de 320.000) cada año y durante toda
una década, para acabar con los desequilibrios de competitividad. Esos que
Berlín quiere que se corrijan sólo con austeridad. Lo que se discute
actualmente en el MFP no llega al 1 por
ciento de la Renta Nacional Bruta ¡de toda la UE!
No puede pretenderse con
ecuanimidad que Alemania destine un 8 por ciento de su PIB a las economías más
débiles de la Eurozona, y durante toda una década, cuando a la absorción de los
18 millones de habitantes de la República Democrática Alemana asignó, en los
momentos de mayor costo, un 4,5 por ciento de su PIB. Pero Berlín tampoco
debería ignorar que, aún sin haberlo pretendido, la corrección de los
desequilibrios financieros básicos de la Eurozona le está reportando pingües
beneficios, muchos más que los que objetivamente está dedicando a auxiliar a
sus socios en caída libre.
Alemania no puede seguir pretendiendo que los "holgazanes" del sur soporten plenamente el costo de sus redenciones. Primero, porque el
esfuerzo que han (hemos) realizado en este afán es muy importante y, segundo,
porque Berlín está extrayendo un cuantioso rendimiento económico de la
operación. Podría pensarse que Alemania está aprovechando la situación para
captar recursos con los que financiar el presupuestariamente muy peligroso
envejecimiento de su población, y eso, inevitablemente, generaría desconfianza,
y recelos, y suspicacias. ¿Verdad?
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