Como primer ministro de Bélgica, Gaston Eyskens acometió, en 1970, la primera reforma del Estado. Creó, aunque al principio sólo sobre el papel, las comunidades lingüísticas y las regiones del país. Era el primer paso de un proceso que acaba de concluir -a lo que parece, en esas cosas nunca se sabe-, con la que oficialmente se denomina "Sexta Reforma" del Estado. La armadura legal y económica del pacto político que la sustenta le ha llevado a un hijo de aquel Gaston, Mark, también ex primer ministro, a establecer que "Bélgica es ya un Estado confederal: no hay partidos políticos nacionales y las regiones son, de hecho, repúblicas en el interior de un reino".
El Reino de Bélgica. Su corona transitó el pasado 21 de julio de la augusta cabeza de Albert II a la de su hijo, Philippe, en una ceremonia ignorada por la mayor parte de la clase política flamenca. Como construcción política, es poco más que un cascarón vacío; Mark Eyskens tiene razón. A tal condición la han relegado las sucesivas reformas del Estado, cada una de las cuales, y en un proceso que se ha ido acelerando con los años, ha actuado como un depredador de fauces cada vez mayores para las competencias del Estado y para los recursos utilizados que las hacen operativas.
Aunque el proceso de descentralización de Bélgica comenzó en 1970, hasta 1989 no obtuvo recursos económicos para devenir en realidad operacional. En 1988 se había dictado el primer gran paquete de transferencias del Estado a las regiones, siguiendo el espíritu de los acuerdos de 1970 y un año más tarde se cerraba el primer paquete financiero. Con ser este muy importante, no alcanzaba a cubrir el costo de lo transferido, que equivalía al 40 por ciento del presupuesto del Estado y, aproximadamente, a una cuarta parte del conjunto de los gastos primarios de los poderes públicos belgas. El modelo financiero atribuia la capacidad recaudadora a la Administración central, la cual, y a su vez, transfería a las regiones los recursos comprometidos, en base a una clave de reparto del IRPF (rendimiento del impuesto en el territorio de cada región o comunidad) IVA (para financiar la educación, en función del número de alumnos matriculados) y otros impuestos propios y dotaciones.
Tras las sucesivas adaptaciones del reparto económico de 1989, y aún a la espera de la aplicación de los acuerdos de la Sexta Reforma del Estado, Bélgica ha llegado a una situación de abrumadora asimetría en la financiación de sus entidades federadas. El presupuesto de 2012 es clarificador al respecto: Bruselas contaba con 2.690 millones, Valonia con 7.050, la Comunidad francesa con 9.212 y la Región y la Comunidad flamencas 27.265.
La Sexta Reforma, que no ha sido aceptada por los independentistas flamencos de la N-VA, acentúa extraordinariamente la descentralización, atribuyendo a las entidades federadas competencias que el papel de los acuerdos cifraba en 17.000 millones, pero que el cómputo detallado actualmente en fase de realización eleva ya a 19.800 millones, según publicaba De Standaard, el periódico flamenco de referencia, el 29 de mayo. Esos 17.000 millones representan, grosso modo, el 35 por ciento de los ingresos federales, que vienen a ser el 50 por ciento del PIB. Si la última reforma hubiera sido aplicada en 2012, los recursos de las regiones belgas se habrían doblado (el aumento hubiera sido del 122 por ciento).
¿Qué le queda al Gobierno federal? Elio di Rupo, el primer ministro, manifestaba durante la presentación de los acuerdos de la reforma que "la autonomía fiscal efectiva de las regiones será cuatro veces mayor y el Estado federal contará con margen de maniobra suficiente para garantizar su misión y asumir sus obligaciones, en particular las relativas a la deuda pública".
En números desnudos, y según el Banco Nacional de Bélgica, con la Sexta Reforma en vigor, la distribución de la capacidad de gasto primario (sin tener en cuenta los pagos por intereses) quedaría en un 8,9 por ciento del PIB para la autoridad federal, el 18,1% para la Seguridad Social, el 16% para las comunidades y regiones y el 6,9% para los poderes locales.
Lo dicho: un cascarón casi vacío.
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