Real Time Web Analytics Bruselas10: Pedales

lunes, 19 de septiembre de 2011

Pedales


Día sin coches ayer domingo en Bruselas y en una treintena más de ciudades belgas. Se trata de una tradición vieja de una década que todos los años levanta polémica. En esencia, el evento implica que sobre los 160 kilómetros cuadrados de esta ciudad no circulan vehículos privados hasta las 7 de la tarde. El transporte público es gratuito y los contraventores son sancionados con multas muy severas.
Es un acontecimiento no exento de polémica. A no pocos les desagrada que desde la Administración se les condicione una libertad básica, la de movimiento, y que se les conmine a ejercerla a bordo de un autobús, por mucho que la cosa salga gratis (al erario público no, el desahogo cuesta un millón de euros). Restaurantes y mercadillos al aire, como el mundialmente famoso del Sablón, se desesperan en vano porque la fórmula de papá-mamá-niño-con-globito no gasta ni en el globito (normalmente los ofrece alguna entidad pública o semipública) y porque su clientela habitual no coge el autobús ni a tiros.
Claro que a los del pedal, eso de poder circular a sus anchas les mola cantidad; como a los de los skates; y qué decir de los rollers, que van por ahí como loc@s. Todos ellos se concentran a horas perfectamente burguesas en las principales arterias de la villa, para ver y, quizás, para que se les vea. Las laterales y adyacentes están vacías. No crean, yo percibo un punto de exhibicionismo en ciertos comportamientos.
Luego viene la televisión. La cría del micrófono sale de la furgoneta y escudriña con ojos sagaces a la turbamulta, buscando al interlocutor idóneo. Escoge al niño del globito. Está tentada, se le ve, de negociar con el crío y de ofrecerle el micrófono a cambio del globo, pero se reprime pensando en la que se le vendría encima, de modo que formula su elaborada pregunta, y obtiene la respuesta esperada: "¡Nene gusta!" Después, en el telechicharro, el busto parlante estira el botox para introducir la noticia con aire risueño: "Gran éxito, una edición más, del Día sin Coches. ¡NENE GUSTA!" Y a otra cosa, mariposa.
Se equivocan quienes piensan que el bruselense Día sin Coches es un ejercicio dudosamente simpático de recuperación simbólica de los espacios de la villa para las personas, una humanización de la ciudad con fines pedagógicos. La Jornada forma parte de una estrategia cuidadosamente elaborada para expulsar a los coches de las calles de Bruselas. Otras vertientes del plan son la extensión sistemática de espacios reservados al transporte público sobre vías de uso compartido con el privado, cuando no su dedicación a aquel en exclusiva; los estrangulamientos y cuellos de botella creados artificialmente en puntos clave para el tráfico rodado; el inmisericorde régimen de sanciones por aparcamiento indebido y sobre todo y por encima de todo, una política  orientada expresamente a no resolver los problemas de los automovilistas. Los gobernantes belgas llevan 20 años reparando aceras en Bruselas, pero no han hecho nada para facilitarle la vida a los que utilizan el coche en la capital. Desde la inauguración, a mediados de los 80, del túnel de la Basílica de Koekelberg.
Mi agente de seguros lo tiene claro: "son los de izquierdas, que no quieren otra cosa que transporte público en las calles de la ciudad". Y, sin darle la razón, tengo que reconocer que Charles Picqué, socialista él, mandaba en Bruselas en 1993, cuando el último empellón federalizador del país, y que sigue mandando ahora gracias a ese juego tan discutido de las coaliciones, que sustrae el gobierno a las mayorías relativas a cambio de componendas levantadas, precisamente, contra los intereses que votan a las mayorías relativas y que en Bruselas son de centro derecha.
Lo curioso del caso es que en esta ciudad estamos próximos a verificar el resultado a largo plazo de estas apuestas estratégicas de corte colectivista. Tras cuatro lustros de inversión en transporte público y de boicot al privado, las cuentas no salen: la gente que usa metros, tranvías y autobuses casi se ha duplicado (ha crecido un 80 por ciento en diez años, según la Intercomunal Medioambiental de Bruselas) pero la presión del vehículo privado no se diluye. La gente sigue cogiendo el coche, cada vez más, y a pesar de todos los pesares.
¿Y cuál es la solución que contemplan quienes han desarrollado políticas aparentemente tan poco fructuosas?: pues darle más leña al mono. Poner más impuestos al automovilista. Imponer peajes urbanos. Ese es el paso trascendental que acecha tras los paseos en el Día sin Coches por las fastuosas avenidas arboladas que construyó Leopoldo II para ir a sus dominios de caza en Tervuren, con el dinero que obtenía del Congo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Real Time Analytics