Real Time Web Analytics Bruselas10: Superchería

miércoles, 28 de septiembre de 2011

Superchería


No me opongo por principio al gravamen sobre las transacciones financieras: ni me considero un liberal recalcitrante, ni creo en el estúpido principio de la autoregulación, absurdo en los tiempos que corren en los que casi todo es mentira pero pasa por bueno y cuando la superchería resulta demasiado evidente se la pasan a un gabinete de imagen. El tal gabinete suele estar en manos de un próximo al poder quien inmediatamente, con fondos públicos, organiza una gran campaña mediática, destinada a probar la beneficiosa influencia de la superchería en la historia de la Humanidad. A veces lo consigue, y la gente se queda convencida de que la mentira no sólo es buena, sino hasta necesaria. En fin…
Pero tampoco soy uno de esos comunistas de salón-¡ah, la gauche caviar!- que buscan  en nuestras sociedades postmodernas terceras y cuartas vías hacia los mandatos y utopías de la Tercera Internacional, como salida a sus frustraciones intelectuales. De modo que, y tras esta larga introducción, tengo que reconocerles que  asisto con bastante hastío al debate actual sobre la sostenibilidad de Estado del Bienestar y los nuevos impuestos que se anuncian en Europa: que si la Tasa Tobin para subvenir a las necesidades de los países menos desarrollados, que si las nuevas exigencias del desarrollo sostenible...
Verán, yo creo que todo eso es un cuento. Existe en Europa un motor para las ansias recaudatorias de todo género que se llama Francia. Se trata de una nación de talla media que aspira a continuar en la vanguardia planetaria, para lo que mantiene en orden de combate una fuerza militar de primer rango y una potencia diplomática que le va pareja, además de unas ambiciones que rivalizan en altura de miras con las luces anticolisión de la Estatua de la Libertad, la donación histórica que les permite todavía a las élites galas soñar con lo que no pudo ser.
Francia quiere tasarlo todo. En los últimos años les he visto a sucesivos Comisarios franceses en Bruselas explorar la posibilidad de imponer gabelas a los correos electrónicos o a las consultas a través de los buscadores de Internet.  César Alierta ha comprado la idea y quiere imponerla en beneficio propio, él que heredó la red de telecomunicaciones que construimos todos los españolitos, en el mercado cautivo que el régimen de Franco le regaló a Telefónica.
Querían, incluso, los líderes franceses (y no han renunciado a la idea del todo) que se le permitiera a Francia una cierta flexibilidad en la consideración de sus déficits públicos, por la cobertura de seguridad que, dicen, les confiere a los europeos su force de frappe nuclear.
En fin, que Napoleón sigue necesitando financiar a sus ejércitos.
Europa es cara pero ineficaz. Quienes la han hecho así, básicamente los agentes que se han ido incorporando en número cada vez mayor a la inercia de la historia sin espíritu crítico, pero con enormes deseos de vivir a costa del Estado (en España llevamos 30 años con las compuertas abiertas), no tienen ningún deseo de cambiarla.
De modo que hay que seguir recaudando. Hoy, José Manuel Durào Barroso, el presidente de la Comisión europea, ha apostado abiertamente por la idea de la tasa sobre las transacciones financieras ante el Parlamento europeo, durante su “Discurso sobre el Estado de la Unión”. Le han aplaudido a rabiar, pero yo no le creo. Y les voy a decir por qué.
La tasa sobre las transacciones financieras es una vieja idea que planteó originalmente en 1971 el economista norteamericano James Tobin, premio Nobel de Economía. Antes de esta crisis, en Europa se hablaba de la tasa en cuestión como un recurso contundente para honrar los compromisos de los países desarrollados con el Tercer Mundo. Pero desde lo de Lehman Brothers, el dichoso impuesto parece la panacea para todos los males de nuestras propias sociedades.
Desde luego, no lo es. En primer lugar porque quienes están de acuerdo en imponerlo, lo quieren cada cual para una cosa distinta: Francia, para reforzar su presupuesto, la Comisión europea para garantizarse un nuevo recurso propio (hace un año la reclamaba para eso, junto con una tasa aérea y un nuevo tipo de IVA), y España, que también la apoya, porque necesita sustituir su modelo de ingresos fiscales tras el desbarate de la construcción.
En segundo lugar, se trata de una tasa extremadamente polémica. La misma Comisión europea que ahora la avala decía hace un año que plantearía serios problemas de competitividad al sistema financiero europeo, frente al estadounidense o a los de Extremo Oriente.
En tercer lugar, porque en la propia Europa no existe consenso sobre la creación de esta nueva gabela. El Reino Unido, Suecia y Holanda no la quieren y, -no lo olviden- en cuestiones fiscales se requiere la unanimidad en las decisiones de la UE.
Y en cuarto lugar, porque los americanos, con Obama al frente, no están dispuestos a aceptarla.
¿Merece credibilidad un invento sobre cuya utilización no existe consenso entre quienes lo promueven, que tiene poderosos enemigos y que se sabe que plantearía graves problemas a un sector clave para nuestras sociedades, como el financiero? Yo pienso que no.
Pero es que, además, la génesis del momentum que ha logrado la tasa sobre las transacciones financieras no es otra que un acuerdo bilateral más entre Angela Merkel y Nicolas Sarkozy del pasado verano. Merkel accedió a la idea de un gobierno económico de la Eurozona, a cambio de un compromiso firme de Francia en la constitucionalización del límite de déficit. El impuesto, que a la alemana no le hace gracia, fue en el paquete.
Con este bagaje y sus antecedentes, francamente, yo no creo que esto vaya a volar. No es más que otra superchería.

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