Leo
en un blog técnico que el Internet a través de los teléfonos móviles va
a verse muy potenciado por la extinción definitiva de la televisión
analógica. La Comisión europea ha dado ya su visto bueno al formato de
TV para móviles, y todo parece indicar que nos encontramos en puertas de
una nueva revolución digital: Internet completo y en el bolsillo.
Nada
que objetar: Yo soy de los que creen que en un futuro más o menos
inmediato, la información, en formato multimedia, la llevaremos a
cuestas.
Lo
que no me parece nada bien son los abusos que se vislumbran ya de esas
nuevas tecnologías. Leo en un periódico económico que una empresa
alemana ha puesto a punto una tecnología para saber en todo momento qué
sitios de Internet visitan los usuarios de teléfonos móviles. 2009,
según la información, va a ser determinante para escoger el modelo de
negocio que servirá con el Internet móvil. El
director de Estrategia de uno de los principales institutos de mercado
del mundo, GfK, el cuarto a escala planetaria, asegura disponer ya de la
herramienta correcta “para seguir con precisión el recorrido de usuario
de Internet móvil”. La técnica consiste en “situar sondas en la red de
un operador, mediante las que podemos descubrir la hora de conexión, la
página visitada, el tipo de terminal conectado, el tiempo transcurrido…”
¿Qué hacer con toda esa información?: “preservando la identidad del
internauta móvil, se puede hacer llegar al operador, de manera que este
les ofrezca a los anunciantes la mejor medición posible del impacto de
sus anuncios”.
Yo
no sé lo que pensarán ustedes, pero a mí, esta historia me parece una
aberración. Como periodista, he tenido que contarles a los lectores un
montón de veces las vicisitudes de la Directiva de Protección de Datos y
ahora me encuentro con que unos espabilados están en condiciones de
coleccionar datos de comportamiento de usuarios por Internet, a efectos
publicitarios. Sí, ya sé que Google lo hace habitualmente, pero yo puedo
utilizar ese motor de búsqueda, o no.
De
lo que hablamos ahora es distinto: se trata de que una empresa de
análisis de mercado, en connivencia con mi operador de Internet,
subrepticiamente, coleccione enormes volúmenes de información de los
usuarios de la Red. El número del teléfono que navega por esas páginas
está incluido en esa información, pero GfK dice que “preservará el
anonimato” del usuario, cuando comunique los datos a los operadores para
que estos, a su vez, les digan a los anunciantes cómo y por dónde
tienen que orientar su mensaje. GfK supongo, estará sometida a la
Directiva de Protección de Datos pero, qué quieren que les diga, a mí,
que llevo décadas manejando datos con ordenadores, no me reporta ningún
consuelo.
Estoy
convencido de que permitir estas prácticas es nocivo para la libertad
individual. No debería estar autorizado coleccionar información sobre
los hábitos de las personas. Se trata de información sensible que un día
puede ser utilizada por los anunciantes, otro por los políticos y un
tercero por los dictadores o por cualquier enemigo de las libertades
individuales. Con resultados catastróficos. El otro día discutía de este
asunto en casa, con unos amigos: me tachaban de retrógrado. Por lo
visto, es el progreso y hay que apechar con sus servidumbres. Yo no lo
creo así, sobre todo porque las nuevas tecnologías, estas del rastreo
por Internet combinadas (que se puede) con las RFID (siglas de Radio
Frequency Identification Device, pequeñas etiquetas adheridas a todo
género de objetos que transmitirán información a unas microantenas
desplegadas por cualquier lugar, y por ellas a enormes bancos de datos),
van a desnudarnos mucho más que el scanner ese de los aeropuertos. Y
una vez desnudos, ya nos vestirán otra vez los publicitarios, y nos
volverán a desnudar cuando nuestra ropa sea identificada públicamente
(por un error del sistema, claro) como de la temporada pasada, a través
de las etiquetas RFID.
¿No me creen?. Al tiempo.
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