La Comisión Europea dedica desde hace años uno de los laterales de su rutilante sede central de Bruselas, el celebérrimo Berlaymont, a publicitar mensajes de su ideario que considera útil compartir con los demás. El portacompartas no es cualquier cosa: se trata del lateral del Berlaymont que apunta directamente al Rond Point Schuman, el 'kilómetro 0' de la utopía europea, punto de encuentro obligado para los peregrinos de la caminata comunitaria. Es un lugar que siempre está en obras, como la propia construcción europea. Ahora andan perforando allí una estación subterránea de tren. La simbiosis de ambos descalabros es perfecta.
Bueno, pues lo de los carteles. Son extremadamente aparatosos. El Berlaymont remonta trece niveles, que el 'platillo volante' que ustedes verán en la parte superior del edificio de la fotografía que les adjunto proyecta aún más hacia las estrellas. Exactamente allí, en la confluencia de todas las galaxias que pasan o que vendrán, es donde se reúnen los miembros de la Comisión europea. A mí, la cosa esa me recuerda al platillo del Lingotto, la sede histórica de la Fiat en Turín, desde donde Agnelli veía evolucionar a sus coches sobre la asombrosa pista de carreras del tejado, con sus peraltes y todo. El platillo estaba fijo y todo lo demás bailaba a su alrededor. La astronomía no, pero parece que el hombre siga negando a Galileo.
El caso es que de tiempo en tiempo, al ángulo romo del Berlaymont lo visten con un cartelón que se descuelga 8 o 9 pisos y que, firmemente adherido a la rejilla de la fachada por múltiples amarres, proclama a los cuatro vientos lo que el Gobierno de la UE quiere participar a los peregrinos del camino europeo. El último despliegue habla del gobierno económico de Europa, lo que nos evoca a unos pocos, (a los atontados que seguimos preocupándonos por estas cosas, sin embargo tan importantes), la enorme bronca que hay en Europa sobre quién manda en el dinero de todos.
No se sabe muy bien lo que ese mensaje del cartelón proclama en tres lenguas. ¿La primogenitura que Barroso reclama para la Comisión en el nuevo diseño de la Unión Económiva y Monetaria?. ¿Acaso sabe alguien cuál es ese diseño?. ¿Es que existe ese modelo?.
Antes de este impactante mensaje sobre el gobierno económico europeo hubo otros despliegues igualmente espectaculares sobre la igualdad de sexos, la necesidad de invertir en investigación, la existencia de una Europa de las Regiones... Todos ellos tenían la misma impronta: mensajes blandos, etéreos, de "good will", como dicen los modernos.
¿Y para qué los ponen? Verán, cuando alguien se gasta dinero en un cartel publicitario busca un impacto visual directo. Lo sé porque estudié en su día a los publicistas alemanes que inventaron el mecanismo de la persuasión publicitaria. Midieron, esa gente, el tiempo de reacción cerebral a un estímulo visual concreto, y desarrollaron modelos para sistematizarlo. Color, composición y lenguaje fueron reducidos a migajas y secuenciados para reproducirlos a conveniencia.
A mí, el cartel de la fachada roma del Berlaymont no me dice nada. Es que no dice nada. Y eso que me fijo, que el resto de la gente que pasa por allí anda mirando al suelo, para no tropezarse y caer al abismo de la estación del tren que están construyendo por ahí abajo.
Ese cartel no me dice nada porque no tiene nada que decir. Sus mensajes, en tres idiomas, se pierden por las alturas, el centro de gravedad visual no existe y su "ancla visual" (la moneda del euro y las estrellas amarillas) apuntan hacia el exterior, es decir, hacia las obras de la estación subterránea. La combinación de azul y amarillo es buena, pero los del cartel no son los que la han descubierto. Está documentada hace más de medio siglo.
El Berlaymont es un edificio excepcional que tiene dos "pieles", dos fachadas exteriores. La primera es la que cierra y aísla al edificio y a sus ocupantes de las inclemencias externas. La segunda, la externa, está constituída por una infinidad de láminas de cristal térmico que oscilan automáticamente en función de la radiación solar, para mejorar la iluminación del interior gracias a la luz reflejada. Un amigo a quien echo de menos me dijo en su día: ¿Y por qué conformarnos con una sola fachada, cuando el contribuyente puede pagar dos?
Ahora paga tres
Bueno, pues lo de los carteles. Son extremadamente aparatosos. El Berlaymont remonta trece niveles, que el 'platillo volante' que ustedes verán en la parte superior del edificio de la fotografía que les adjunto proyecta aún más hacia las estrellas. Exactamente allí, en la confluencia de todas las galaxias que pasan o que vendrán, es donde se reúnen los miembros de la Comisión europea. A mí, la cosa esa me recuerda al platillo del Lingotto, la sede histórica de la Fiat en Turín, desde donde Agnelli veía evolucionar a sus coches sobre la asombrosa pista de carreras del tejado, con sus peraltes y todo. El platillo estaba fijo y todo lo demás bailaba a su alrededor. La astronomía no, pero parece que el hombre siga negando a Galileo.
El caso es que de tiempo en tiempo, al ángulo romo del Berlaymont lo visten con un cartelón que se descuelga 8 o 9 pisos y que, firmemente adherido a la rejilla de la fachada por múltiples amarres, proclama a los cuatro vientos lo que el Gobierno de la UE quiere participar a los peregrinos del camino europeo. El último despliegue habla del gobierno económico de Europa, lo que nos evoca a unos pocos, (a los atontados que seguimos preocupándonos por estas cosas, sin embargo tan importantes), la enorme bronca que hay en Europa sobre quién manda en el dinero de todos.
No se sabe muy bien lo que ese mensaje del cartelón proclama en tres lenguas. ¿La primogenitura que Barroso reclama para la Comisión en el nuevo diseño de la Unión Económiva y Monetaria?. ¿Acaso sabe alguien cuál es ese diseño?. ¿Es que existe ese modelo?.
Antes de este impactante mensaje sobre el gobierno económico europeo hubo otros despliegues igualmente espectaculares sobre la igualdad de sexos, la necesidad de invertir en investigación, la existencia de una Europa de las Regiones... Todos ellos tenían la misma impronta: mensajes blandos, etéreos, de "good will", como dicen los modernos.
¿Y para qué los ponen? Verán, cuando alguien se gasta dinero en un cartel publicitario busca un impacto visual directo. Lo sé porque estudié en su día a los publicistas alemanes que inventaron el mecanismo de la persuasión publicitaria. Midieron, esa gente, el tiempo de reacción cerebral a un estímulo visual concreto, y desarrollaron modelos para sistematizarlo. Color, composición y lenguaje fueron reducidos a migajas y secuenciados para reproducirlos a conveniencia.
A mí, el cartel de la fachada roma del Berlaymont no me dice nada. Es que no dice nada. Y eso que me fijo, que el resto de la gente que pasa por allí anda mirando al suelo, para no tropezarse y caer al abismo de la estación del tren que están construyendo por ahí abajo.
Ese cartel no me dice nada porque no tiene nada que decir. Sus mensajes, en tres idiomas, se pierden por las alturas, el centro de gravedad visual no existe y su "ancla visual" (la moneda del euro y las estrellas amarillas) apuntan hacia el exterior, es decir, hacia las obras de la estación subterránea. La combinación de azul y amarillo es buena, pero los del cartel no son los que la han descubierto. Está documentada hace más de medio siglo.
El Berlaymont es un edificio excepcional que tiene dos "pieles", dos fachadas exteriores. La primera es la que cierra y aísla al edificio y a sus ocupantes de las inclemencias externas. La segunda, la externa, está constituída por una infinidad de láminas de cristal térmico que oscilan automáticamente en función de la radiación solar, para mejorar la iluminación del interior gracias a la luz reflejada. Un amigo a quien echo de menos me dijo en su día: ¿Y por qué conformarnos con una sola fachada, cuando el contribuyente puede pagar dos?
Ahora paga tres
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