Eko Stahl |
El
problema estriba en la radicalidad de
estas formulaciones y en su instrumentación política y social, como si fueran axiomas
de la nueva modernidad. Y eso no es así. Al menos, no del todo.
En
Europa llevamos demasiado tiempo con el chu-chu ese de aligerar el Estado que
no nos podemos pagar. Es verdad que si un Estado se endeuda para hacer frente a
los gastos corrientes, (para pagar sueldos de funcionarios o las pensiones, por
ejemplo), es que algo falla, porque las estructuras del Estado tienen que crear
las condiciones para que el entorno al que sirven las financie. Si no, sobran.
Devienen en chupópteros.
Pero
todos los extremos son malos y suelen basarse en mentiras, grandes y pequeñas.
Estos meses, por ejemplo, Alemania nos exige a todos una austeridad acorde con
los compromisos asumidos –y vulnerados durante la crisis- cuando decidimos
adoptar la moneda única, el euro. La Alemania que nos reclama honrar nuestros
compromisos, la que se está convirtiendo en la verdadera y única líder de la UE
después de empequeñecer a Francia, se encuentra en una posición económica
envidiable: balanza por cuenta corriente largamente excedentaria, bajo déficit
público, deuda alta (82,6%) pero en descenso, paro del 6%...
Alemania
disfruta de esta excelente situación económica porque ha hecho grandes esfuerzos para mejorar su competitividad, con contenciones salariales importantes y racionalización de producciones. Pero también porque el euro le ha ayudado mucho; es, de largo, el socio de la Eurozona que más se beneficia de la moneda única. La estabilidad monetaria le
ha garantizado a Berlín condiciones muy ventajosas a sus exportaciones y
Alemania, gracias al Mercado Interior, tiene una sólida estructura industrial
que fabrica casi de todo, y bueno. Con el euro vende lo que fabrica. Si China es la fábrica del mundo, Alemania
lo es de Europa, con algunas salvedades en el Reino Unido, en Francia, en el
norte de Italia y en un par de regiones españolas. El marco alemán, en
solitario, no hubiera podido soportar las tensiones monetarias derivadas de su
éxito y se habría revalorizado inevitablemente estos años atrás, encareciendo
sus exportaciones y recortando su prosperidad. En contrapartida, los países del
sur europeo habrían visto a sus divisas perder valor, como consecuencia de la
crisis financiera, luego habrían recuperado competitividad. Exactamente la que
no pueden obtener en el euro, a través de la socorrida fórmula de la
devaluación.
A la
hora de considerar el peso industrial de Alemania, no conviene perder la
perspectiva que nos ofrece este último cuarto de siglo, en el que los intereses
de la potencia industrial española se ha enfrentado múltiples veces con las de
sus socios comunitarios en los Consejos de ministros de la UE. Me vienen a la memoria las ocasiones sin cuento en las que los representantes alemanes han apabullado a
sus homólogos europeos con exigencias concebidas para poner las cosas difíciles
a los demás y fáciles a ellos (por ejemplo, la imposición de estándares
innecesarios, excesivamente altos, sólo porque la industria alemana era capaz de satisfacerlos) o las
actuaciones fulminantes contra las ayudas de Estado. En febrero de 1993, por
ejemplo, la industria siderúrgica alemana lanzó un ataque en toda regla contra las
subvenciones programadas para los aceristas españoles e italianos. Era cuando
la UE intentaba rediseñar el sector siderúrgico europeo, después de la gran
reestructuración de los 80, el cacareado Plan Davignon. La Federacciai italiana
les afeó a los alemanes sus críticas a las ayudas de reestructuración
reclamadas por ellos y por los españoles, recordando que la siderurgia germana
Klöckner había entrado en suspensión de pagos en diciembre pero continuaba
operando y que Eko Stahl, en la ex-RDA, tampoco cerraba, a pesar de ser manifiestamente
ruinosa.
Hunosa,
en fin. La minería española del carbón subsiste, única y exclusivamente, por las
ayudas que le da el Estado español. Esas subvenciones serían imposibles de
mantener si Alemania no tuviera un problema político similar con sus minas.
Berlín presiona y Bruselas va prolongando el régimen español (y el alemán, de paso) de
ayudas de Estado a la minería del carbón.
O
sea que el euro le viene bien a Alemania para vender todo lo que su patrimonio
industrial, preservado con no pocas trampas (otro día hablamos de Volkswagen)
le permite. Y la Germania de Merkel se
encuentra aún en mejor condición para vender porque sus convecinos, gracias precisamente
al euro (y también a las torpezas cometidas por ellos, entre otras en la mala
protección del patrimonio industrial y en su multiplicación) no son
competitivos. Tienen que pasar por las Horcas Caudinas de la virtud
presupuestaria.
Pero
no conviene olvidar que Alemania (y Francia) hicieron trampa cuando sus malas
prácticas estaban a punto de hacerles atravesar ese estrecho desfiladero. En noviembre
de 2003 construyeron una mayoría en el Consejo para desbaratar las
recomendaciones de la Comisión europea, que los ponía a un paso de las
sanciones por incumplimiento de las obligaciones de rigor presupuestario establecidas por el Pacto de Estabilidad y su sacralizado 3% de
déficit fiscal. El que ahora, esa misma Alemania nos fuerza a a alcanzar,
aún a costa de enormes esfuerzos políticos y sociales. Le he oído a Schauble,
el duro ministro germano de Finanzas, reconocer ahora que lo de 2003 “fue un error”. ¡A
buenas horas, mangas verdes!
El
motivo de esta entrada en mi Blog no es denunciar la falsedad de las verdades pretendidamente
originales, de los axiomas irrefutables. Me gustaría, simplemente, que nuestros
representantes tuvieran un poco más de vergüenza; que no acuñaran mensajes
estúpidos, como aquel de “vamos a devolver a España al corazón de Europa”,
porque Europa no tiene corazón, sino intereses. De la misma manera, eso del “compromiso
inexcusable con el rigor” tiene que ser matizado, porque quienes lo demandan
tampoco lo cumplen. Sylvain Broyer, de Natixis, declaraba el 19 de noviembre
pasado a Le Monde: “El déficit alemán está vergonzosamente trucado. Tras la
crisis de 2008, Berlín apeló a una táctica legal, pero poco ética, para
contabilizar las decenas de millares de euros desembolsados (u ofrecidos en
garantías) a fin de relanzar la economía y salvar a su sector financiero. Ese
dinero fue depositado en un fondo especial, el Sondervermögen, que hizo subir la deuda pero que no fue tomado en
consideración a la hora de calcular el déficit fiscal. Sin esa astucia, el
déficit alemán en 2009 un hubiera sido del 3,2% sino del 5,1%”.
Alemania no puede mantener mucho tiempo más el engaño.
Está bien ayudar a corregir tendencias negativas en la Eurozona; para forzarlas
incluso. Pero aquí se aplica también aquello de que “el primero que esté libre
de culpa, que tire la primera piedra” y Alemania ha tirado ya demasiadas sin
tener la justificación de un Tratado de Versalles vejatorio que le permita considerar
que puede tensar la cuerda ad libitum.
Se convertiría en lotófaga, que es una versión antigua de los chupópteros del presente.
Tiene Ud. muchísima razón en lo que dice; sin embargo, personalmente, a mí me gusta mirar que he hecho yo mal con el fin de corregir lo que pueda y callarme en el resto. Me explico:
ResponderEliminarEspaña (Estado, Autonomías y Ayuntamientos)a pasado de tener unas cuentas saneadas a gastarse en "tonterías" o "populismos" auténticas millonadas que no sirven para nada (piscinas en pueblos desérticos, embajadas, aeropuertos, plan 2008-09, bonificación 400€, cheque bebé y un largo etcétera) y aquellas que si sirven (p.ej. reforma de la M-30, ave, autovías)a hacerlas en un plazo inviable económicamente (a diferencia de Alemania con la unificación, proyectada a 20 años) que ha dejado las arcas temblando en todos los sentidos (deuda, déficit, ...) y en todas las administraciones.
No obstante, repito que estoy muy de acuerdo con todo lo que Ud. comenta.
Un saludo
J. Emilio Sánchez de Villapadierna