Percibo
una considerable inquietud en España –por hablar con propiedad en determinados
medios y entre determinados intelectuales, de izquierdas como de derechas-
sobre el gran protagonismo que han cobrado Alemania y Francia en la gestión de
la que se ha venido a llamar la “crisis de la deuda” de la Eurozona. Alarma el protagonismo
y el muy aparente diktat que le sigue invariablemente. A mí no me preocupa
mucho. En realidad no me preocupa nada y les voy a decir por qué.
La
moneda única es un invento francés aceptado a regañadientes por Alemania. Nació
con unas condiciones arbitrarias, como documentadamente recordaba Xavier Vidal-Folch
el otro día en El País, porque se trataba de un engendro político. Todas las
monedas lo son. Quienes la creaban pusieron sus condiciones y los demás las
aceptamos. En España con gran alborozo, según revelaba en enero de 1996 una
encuesta de la Comisión europea, que mostraba un índice de aceptación del
proyecto en nuestro país del 66%, detrás de Italia (74%), Luxemburgo (70%) y
Francia (68%).
La
irresponsabilidad o los errores de las clases gobernantes en la crisis
financiera de 2007 han debilitado gravemente los fundamentos de la moneda única,
que no eran particularmente firmes. Ya sé que Grecia es una minucia en la
economía de la Eurozona y que se puede ser más o menos intemperante en el
análisis de unos datos cuya contabilización merece ser interpretada. Y si no,
que se lo digan al nuevo Gobierno de España, que ha basado un durísimo plan de
ajuste en cuentas que no estarán cerradas hasta marzo. ¡Aúpa ahí! Pero el hecho
cierto es que Grecia ni cumplía ni tenía voluntad política de cumplir (aún
ahora sigue sin estar claro que quiera hacerlo del todo), que Italia no sólo no
cumplía, sino que no tenía previsto hacerlo, y que a la España de Zapatero el incremento
del déficit público le importaba un comino, como el propio presidente del
Gobierno dejó bien claro ante las cámaras de la televisión, cuando asumió que
la crisis era real y que los dispendios acometidos iban a tener una traducción
en déficit y en deuda. Y que Francia, no conviene olvidarlo, jamás se ha siquiera aproximado al objetivo del equilibrio presupuestario.
O sea
que quienes quieren ver en la purga aplicada a Grecia el origen de todos los
males que nos afligen, se equivocan. Al menos, así lo creo yo.
Estamos en un
tiempo político y económico distinto que el que vio el nacimiento de la moneda
única. El desbarate financiero causado por la banca norteamericana de inversión
a escala planetaria y los mecanismos de autoprotección desarrollados por el
sistema tras las pifias precedentes (el crash bolsista de 1987 con Reagan o la
crisis financiera asiática de 1997 cuando Clinton) han moldeado un escenario
completamente diferente. Gustará más o menos, pero es el que hay. Y en este
escenario, quien te arruina no te presta ni con intereses de usura si no tiene
claro que le vas a devolver su dinero. Esa desconfianza, que antes estaba
reservada para los pobres, ahora alcanza a los ricos, como con escándalo
señalaba el pasado diciembre en una conferencia el presidente de la BBK, Mario
Fernández, recordando que a España le cuesta más endeudarse que a países como
Egipto o Namibia.
Pero la historia nos enseña que las suspensiones de pagos no han estado reservadas a los pobres.
La fragilidad
de la base sobre la que se sustenta la moneda única ha llevado a Alemania
principalmente, y a Francia con menos entusiasmo, a tomar posiciones para evitar
el descarrilamiento definitivo del proyecto común. Incluso se ha acuñado un término
feliz, “Merkozy”, para denominar su acción. Hay mucha gente molesta con “Merkozy”,
pero ¿quién podía tomar la iniciativa, o si acaso compartirla con ese dúo? ¿El
Berlusconi del bunga-bunga y el Zapatero a quien Jordi Sevilla quería dar un
par de clases de economía, porque notaba que le hacían falta?
En las
fotos de “Merkozy” aparece últimamente una nueva cara, la de Mario Monti. Es
normal. El italiano aporta soluciones y no problemas. Y la cosa no va de narcisos.
De
todas las teorías que se han construido sobre la posibilidad del Directorio en
una UE constituida por una treintena larga de países, la única que tiene alguna
verosimilitud, a mi juicio, es la que apunta a una coordinación de posiciones entre
Alemania, Francia, Italia, España y Polonia, en tanto en cuanto el Reino Unido
reme por libre. Es lo que determina la realidad demográfica e histórica del continente.
Lo de “Merkozy” es fruto de la urgencia;
lo otro requiere tiempo. Pero es lo que quedará.
Debo reconocer que yo soy uno de esos "inquietos" por el cariz que va tomando la cuestión. Pero debo añadir que ya antes de la crisis de 2007, cada vez que salía en la prensa (tv) la expresión "eje franco-alemán" sentía 'repelús'(alergia).
ResponderEliminarNo quiero un Directorio para Europa, ni siquiera uno en el que España esté presente. Un saludo: emilio