Los panchitos se habían refugiado bajo el corcho del flotante agotados tras su larga huida de los atunes. Se sentían a salvo y comían lo que mis amigos y yo les poníamos en el anzuelo. Viendo lo que está pasando estos días con los implantes mamarios PIP y su etiqueta de conformidad "CE", creo que hubiera hecho mucha mayor fortuna, en mis años de pescador de panchitos, colgando del anzuelo una etiqueta "made in CE" y esperando a los peces al otro lado de la caña. Habría caído de todo: panchitos, lubinas, doradas, merluzas y algún que otro ballenato.
Si he entendido bien lo que está pasando, resulta que hay algo así como medio millón de mujeres regadas por el mundo que están aterrorizadas porque las bolas de silicona que les han puesto en los pechos son venenosas y pueden matarlas a poco que se desgarren. Y se desgarran con bastante facilidad. Las bolsas esas están llenas de un producto -un plástico maleable y fluido- que no debería haber sido utilizado para esos fines porque no había sido verificado por ninguna autoridad de certificación. Lo compuso el dueño de la empresa y lo empleaba porque le salía mucho más barato que los aprobados para estos usos. Cinco euros por litro del producto "malo" frente a 35 del "bueno", según "Le Monde" del pasado 6 de enero.
Las bolsas venenosas no se distribuian clandestinamente. Una empresa alemana de certificación, TÜV Rheinland, un gigante del sector, les daba el visto bueno, en base a un protocolo legal que es de risa. Gila lo contaría así: "Oye, ¿que eres el de PIP?. Que te voy a visitar. Sí. El martes. A las 11:30. Que tú verás"
Y el otro "veía": sustituía las referencias a los componentes de sus productos en los ordenadores por otras, cambiaba nombres y así. Y TÜV Rheinhal leía los papeles, sólo los papeles, y decía que "bien". Y las prótesis salían de fábrica con ese "bien" y los países europeos la admitían como válidas, sin verificar el plástico del interior, porque hay una cosa que se llama la "licencia europea", que consiste en que cuando un país socio de la UE le da el visto bueno a algo susceptible de "autorización común", la cosa en cuestión circula por toda Europa, como si la hubieran certificado todos y cada uno de los países miembros de la UE.
Esa certificación es la que invocan los distribuidores (búlgaros, italianos y brasileños, entre otros) que compraron las bolas y las regaron por el mundo. Lo mismo que los hospitales que las adquirieron y que se las facilitaron a los cirujanos que las implantaron en panchitos agotados de huir de atunes y para los que la etiqueta "made in CE" era la protectora sombra del flotante, una garantía de seguridad.
Los sistemas públicos de salud de medio mundo tienen un problema con esas bolas tóxicas. Su implantación pudo costar del orden de 6.000 euros a cada una que las compró, pero el tratamiento de los cánceres derivados multiplicaría la cifra fácilmente por 10.
Pero Europa tiene, toda ella, un enorme problema de credibilidad. Recuerden: las "vacas locas" de los 90 y las certificaciones, técnicas y políticas, que no sirvieron para nada; otros problemas de contaminación alimentaria como las carnes de aves con dioxinas, las alarmas de todo género sobre pandemías varias que nunca llegaron a verificarse, los productos financieros sin valor que se vendieron a la gente como muy prometedores, pero que no lo eran y que la gente compró porque otorgaba a sus interlocutores bancarios una confianza ("tú no me harás eso") que estos no merecían...
Y,a todo esto, nutridos cuerpos de funcionarios supervisando.
Como esto siga así, y no detecto indicios de que vaya a cambiar, si yo fuera panchito, lubina, dorada, merluza o ballenato, no mordería el anzuelo del "made in CE". Ni aunque me lo presentaran debajo del flotante.,
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