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jueves, 26 de enero de 2012

El Telón del Euro


Viktor Orban en el Parlamento Europeo
Pues con Croacia, que entrará en la UE a mediados del año que viene, ya vamos para 28. Para 29, en realidad, si contamos a la Alemania del Este, la República Democrática Alemana como se la conocía, que accedió a la UE por la puerta de atrás, de la mano de su hermana mayor, la RFA. Y después vendrán Serbia, y Montenegro, y Macedonia, y Albania ¿y Turquía? Ni Sarkozy, ni Merkel, lo quieren pero esta Europa de nuestros días es muy diferente de aquella que discutía el rendimiento de las calderas de calefacción, a finales de los 80 y va camino de acentuar aún más las diferencias. Miren, si no, la fosa que está cavando el euro entre los países que han podido adoptarlo y todos los demás. Cuanto interesa, lo que verdaderamente consume la imaginación, los esfuerzos de los poderosos de Europa y nuestro dinero, y todo ello a manos llenas, es lo que se discute en el Eurogrupo; lo demás apenas merece un condescendiente desdén.

Es lo que les está pasando a los países del centro de Europa que se adhirieron a la UE en 2004. Que se encuentran con el desdén. Polonia, la República Checa, Eslovaquia, Hungría... nombres sonoros en la historia del continente que estos días parecen haber quedado atrapados tras un nuevo telón, el monetario, que no el viejo de acero.

Los PECO, como se los conocía en jerga comunitaria, tenían que haber seguido un proceso similar al español: periodos transitorios relativamente largos para adaptarse a la realidad comunitaria y plena homologación con el resto a término, con algunas diferencias de calidad. La crisis financiera les ha postergado en el orden europeo de prioridades y están desesperados. Poco tiene que extrañar que las tendencias autoritarias se manifiesten con tanta virulencia como lo están haciendo estos últimos tiempos en  Hungría. Antes lo hicieron en Polonia y Vaclav Klaus, desde Praga, más parece el personaje de una astracanada política que un gobernante homologable al estándar general. Claro que cuando la réplica a Klaus la daban Berlusconi o Chirac...

Europa no ha resuelto los problemas de los PECO; en casos los ha complicado aún más. Hungría, por ejemplo, que está de moda por lo de la reforma de la Constitución en un manifiesto ejercicio de autoritarismo por parte del actual primer ministro, Viktor Orban. Hace un par de años,  el diario Hospodarske Noviny daba cuenta de que el predecesor de Orban, Ferenc Gyurcsány, estaba dispuesto a suplicar la aceleración de los trámites para que Hungría pudiera adherirse al euro, en medio de la desesperación por la quiebra económica del país. Barroso le contestó que todos por igual; que de atajos, nada.

Gyurcsány, que había mentido a sus conciudadanos y a sus socios europeos sobre el grado de deterioro real de la economía húngara, (los griegos no están solos en estas trampas) buscaba al otro lado del telón monetario una estabilidad que los húngaros perdieron en los últimos estertores del imperio de los soviets y que no han recuperado aún. Y eso es algo que duele a una población que se distinguía ya entonces por un nivel de consumo relativamente alto para los estándares del Comecon. Primero fue la URSS, la que, antes de la caída del antiguo Telón de Acero, los dejó a su suerte, cuando la carrera armamentista agotaba todas sus potenciales financieros. Budapest tuvo que mirar al oeste. En 1982 entró en el FMI y en el Banco Mundial, las estructuras (occidentales) de Bretton Woods. Janos Kadar, el primer ministro socialdemócrata de la época, lo hizo todo para occidentalizar la economía del país: creó bancos comerciales, abolió subvenciones, devaluó varias veces el forinto y puso en marcha una campaña de desregulación de la economía, de liberalización de precios y del comercio exterior y abrió la puerta a las privatizaciones.

Kadar perdió el poder en 1988, cuando la deuda exterior se había duplicado en sólo dos años, de 1985 a 1987.

Después vino la catástrofe. Es verdad que los húngaros precipitaron la caída del Muro permitiendo a los alemanes orientales cruzar su frontera hacia el Oeste. Pero ese prestigio no les salvó de un hundimiento del PIB de en torno al  20 por ciento. Lo que pasa es que mientras Varsovia recuperaba posiciones y las rebasaba en el curso de los 90,  Budapest sólo pudo certificar una equiparación de la riqueza de 1989 a finales de aquella década.

No quisiera aburrirles, que esto me está quedando demasiado largo. Después vinieron los esfuerzos sin cuento para homologar el sistema con la Europa comunitaria, la esperanza de una recuperación contundente que tampoco se produjo y el desconcierto final. Jacques Rupnik, del Instituto de Estudios Políticos de París, asegura que en los PECOS se ha producido un fenómeno de adaptación democrática inversa: “la izquierda cultural estaba económicamente a la derecha (favorecía el mercado), mientras que la derecha cultural y los nacionalistas conservadores, como los hermanos Kaczynski o el Fidesz de Viktor Orban, se situaban en una izquierda económica estatista”.

¿Y la gente? Pues la gente es la que vota y la que sitúa a sus políticos en posiciones de poder. Y los húngaros parecen estar cansados. Perdieron mucho cuando Moscú se desentendió de ellos después de haberlos invadido en 1956 y ahora, como los demás países de Europa central, según Rupnik, "en lugar de celebrar una transición ejemplar hacia la democracia, muestra síntomas de fatiga prematura”. Sufrieron la marginación cuando la caída del comunismo y sufren ahora dos crisis de gran amplitud: la de la UE y la del paradigma capitalista.

Cualquier cosa que Europa acometa con sus nuevos socios del Este tendrá que afrontarla con prudencia. El resurgimiento de las tensiones nacionalistas (en Hungría, en Polonia, en Chequia, en Eslovaquia), no es evidencia de otra cosa que de la desesperanza de poblaciones enteras. Cuando no hay calefacción, las banderas suelen servir de cortaviento.

Viktor Orban en la jefatura del gobierno húngaro es la muestra de que la UE está fracasando en los países del centro europeo. Si el modelo seguido en ellos vuelve a ser utilizado en los Balcanes, se correrá el riesgo de un nuevo fracaso. Lo que está pasando allí es grave, pero de este lado del telón monetario no llegamos a percibirlo. Y nuestros socios del Este se dan buena cuenta de ello.

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