Hay
una serie de episodios en la historia de España como miembro de la UE que han
marcado las conciencias de generaciones, como ejemplo de agravios profundos de
Europa al derecho y los intereses nacionales. Yo voy a hablar aquí hoy de tres:
la denominada "guerra del fletán" negro con Canadá , los incentivos
fiscales a la inversión en el País Vasco y Navarra y el "tax lease"
de ayudas al Naval.
De
estos casos, en los dos primeros hay aspectos de la historia que no han
trascendido nunca y que ayudan a comprender los porqués últimos de una cadencia
de acontecimientos que sirvió para fundamentar la impresión de que Europa nos
maltrata. En el tercero, hay cosas que están por ver. El fletán primero.
Contraviniendo
las indicaciones sobre la evidente sobrecapacidad de la flota pesquera
española, la Galicia presidida por el socialista González-Laxe promovió, en los
años 80 del siglo pasado, la construcción de una flota congeladora de arrastre formada
por cuatro decenas de grandes buques, concebida para faenar en caladeros
distantes. En 1977 había sido adoptado el principio de la exclusividad de las
200 millas, luego el panorama no parecía el más propicio para la encomienda,
pero fue acometida.
En
virtud de unos acuerdos con Sudáfrica, esa flota se fue a Namibia, donde, según
contaban los ojeadores, "había merluzas grandes como hombres". Cuando
el país se independizó de su metrópolis, el 31 de marzo de 1990, el primer acto
del nuevo gobierno soberano fue expulsar a aquella flota y a los demás barcos
extranjeros -173 en total, 110 españoles- que habían esquilmado el caladero
hasta extremos alarmantes. Si a comienzos de los 80, las capturas de los
alevines de merluza representaban el 5 o el 6 por ciento del total, antes de la
expulsión de la flota se situaban en el 80 por ciento.
Los
buques, tras una corta estancia en Malvinas, se quedaron finalmente sin
cardumen con el que llenar sus grandes bodegas y tuvieron que volver a Vigo, a
amarrar, donde sobrevivieron con ayudas de la Unión Europea. Pero pronto
encontraron sustituto a la merluza surafricana: el fletán. Una serie de
trabajos exploratorios realizados con fondos públicos y privados en el
Atlántico norte, fuera de los 200 millas canadienses, y otros ensayos técnicos en grandes pesqueros
nacionales, habían revelado la existencia de un caladero gigantesco de la
especie, a grandes profundidades (1.000 y más metros). Cuando todo cuadró,
desde el ministerio se le dijo a la flota: "no vayáis todos juntos, que
los canadienses se van a mosquear". Aparejaron y se fueron. Todos juntos.
Incentivos fiscales vascos. Todo el mundo coincide en que hay un antes y un después en este farragoso expediente, que ha consumido recursos sin cuento de las administraciones públicas vascas y central, además de esfuerzos diplomáticos a todos los niveles. El "antes" es todo lo que ocurre hasta el verano de 1999, cuando las actuaciones de Bruselas contra la incentivación fiscal vasca se limitaban a casos individualizados (Daewoo-Demesa, Ramondín). Aquel verano, en cambio, Karel Van Miert, comisario de la Competencia, realizó un giro copernicano y cargó directamente contra el mecanismo en sí de las ayudas, acción esta de la que se han sucedido las ulteriores condenas del mecanismo, la cadena de recursos interpuestos y la obligatoriedad de recuperar las ayudas. ¿Qué hizo cambiar de opinión a Van Miert?: pues un cabrero monumental con Marcelino Oreja, firme defensor de las ayudas fiscales vascas en la Comisión. El comisario español, responsable de Cultura, incomodó profundamente a su compañero de la Competencia, en una asunto de fijación de precios de libros entre el Börsenverein des deutschen Buchhandels germano y los austriacos Hauptverband des österreichischen Buchhandels y Bundesgremium des Handels mit Büchern. Y se vengó abriendo el malhadado expediente.
Y
llegamos al naval. Imagínense ustedes un sector industrial sumamente
competitivo, en el que los actores se cuentan, casi, con los dedos de la mano,
que lucha por contratos en todo el mundo frente a países de extremo oriente, en
los que se ejerce el dumping sin ningún rubor. Milagrosamente, tras un largo
periodo de reestructuraciones muy problemáticas, el sector vive, a escala
europea, un largo periodo de calma y estabilidad. ¿Milagrosamente? Vamos a
seguir imaginando. ¿Y si la paz en este sector, de ordinario convulso, responde
a que sus actores se han repartido el mercado, mediante prácticas y acuerdos
completamente ilegales pero que permanecen ocultos? ¿Y si un miembro de ese
pacto hubiera decidido saltárselo a la torera, y hubiera invadido territorio
ajeno? El agredido se revolvería, ¿no?
Más preguntas: ¿cómo es posible que un régimen
de ayudas de Estado, de cuya inminente entrada en aplicación se tenía noticias
en Bruselas desde 2001, (la Decisión de la Comisión de esta semana habla de una carta enviada con requerimientos de información al respecto ese año) haya permanecido completamente operacional desde 2002
hasta su denuncia en Bruselas por una parte significativa del sector naval
europeo, en 2011, después de que a su amparo se hayan construido 273 buques?
¿No es mucha tardanza en la reacción de un sector donde se sabe
absolutamente todo lo que está haciendo la competencia? ¿Qué justifica
semejante retraso, cuando la invalidación del régimen en cuestión habría de reportar pingües beneficios a la competencia de los astilleros españoles?
El
runrún este atruena en los corredores de la Comisión europea. Me consta.
¿La
intrahistoria unamuniana? Dedúzcala usted mismo
No hay comentarios:
Publicar un comentario