Quería
decir "astilleros" pero me ha salido lo otro; no se puede engañar al
subconsciente. Porque el asunto este de las subvenciones a la construcción
naval en España, a través de intermediarios que han ganado mucho dinero con
ellas por la vía de las deducciones fiscales, se ha convertido en un atolladero
para, posiblemente, muchas menos entidades e intereses que las que el
enorme revuelo que el asunto ha provocado en España parece dar a entender.
Permítanme expresar de antemano mi pesimismo sobre salidas
"milagrosas" -políticas, como se está reclamando a voz en grito desde
España- a este lío; el asunto es feo y está mucho peor que lo que
dicen el Gobierno y una cohorte de "comunicadores" (me resisto a
denominarlos "periodistas") que habla con poco conocimiento de la
materia y menor saber de los procedimientos que se siguen en las instituciones
europeas ante este tipo de situaciones. A lo más a lo que la cosa parece orientarse,
y quisiera equivocarme, es a una cadena de recursos ante la Justicia europea,
(del Gobierno español, de la Comisión, de los interesados, en primera instancia
y, después, en la superior) para que quienes realmente tienen que apechugar con
el costo ocasionado por el abuso -que no son, desde luego, los astilleros-
comiencen a provisionar recursos para hacer frente a la inevitable devolución
de las ayudas ilegales, que se producirá, con suerte, dentro de seis, ocho o
diez años.
Empecemos
por el final: la Comisión europea ha cubierto la práctica totalidad del largo
procedimiento que se sigue ante un caso de presuntas ayudas ilegales de
Estado. Los inicios de este procedimiento se sitúan en 2011 pero la
Comisión europea había tenido informalmente noticias del caso ya en otoño de
2010. La instrucción del expediente responde al requerimiento de 7 asociaciones
europeas del sector naval, no a la petición de un miembro individualizado de la
UE.
Nota
al margen: España tiene reconocido y autorizado desde 2012 un régimen de ayudas
a la construcción naval, plenamente compatible con el Derecho comunitario. El
Gobierno no lo aplica y no dice por qué.
Volvamos
a los procedimientos, porque son claves. Una denuncia de 7 asociaciones
europeas del sector naval contra un Estado miembro, por presuntas ayudas
ilegales de Estado a la construcción naval, no se tramita en la Comisión
europea bajo los pliegues de una mesa camilla. Recibe un número de registro de
entrada y, a continuación, comienza a escalar las alturas del Berlaymont, la
sede de la Comisión europea, bajo la atenta vigilancia de quienes lo han
promovido. El expediente pasa por el Comité Interservicios, el Comité de Ayudas
de Estado, el Servicio Jurídico, el de Jefes de Gabinete y, finalmente, el Colegio de Comisarios, a donde el asunto debería llegar el 17 de julio. Este género de casos
tan conflictivos la Comisión se los suele quitar de encima cuando el calor del
verano aprieta y la gente anda despistada.
Es
sencillamente ridículo personalizar en Joaquín Almunia, a la sazón Comisario de
la Competencia, la ejecutoria de la Comisión europea en un asunto de tanta
relevancia. Joaquín Almunia, que comenzó su carrera profesional en Bilbao como
economista de UGT. No sé si ustedes me siguen: La Naval, Nicolás
Redondo, Lalo y todo eso... Jacques Delors no pudo frenar, en mayo de
1990, una demanda de recuperación de ayudas ilegales de Estado, ni más ni
menos, que a Renault, a pesar de una intervención directa de Mitterrand por
teléfono ante el presidente de la Comisión, en pleno debate del Colegio de
Comisarios sobre el tema. La cantidad requerida finalmente a la Régie fue menor
que la demandada de inicios, (63.000 millones de las pesetas de entonces,
cuando se le exigían 218.000). Pero la pagó.
España
lleva casi 30 años en la Unión Europea como miembro de pleno derecho. ¿Cómo es posible
que sus autoridades -las actuales, las que las preceden y aún las que
anteceden a aquellas- no hayan comprendido que las ayudas de Estado hay que
declararlas en Bruselas, a fin de recibir una autorización que resulta
preceptiva, e imprescindible, para garantizar la seguridad jurídica del marco
de apoyo a que dan lugar? Las autoridades españolas y el sector en bloque
(cuando los intereses que en él se agrupan son muy distintos y, posiblemente,
contradictorios a la postre) están invocando el principio de "confianza
legítima" para justificar actuaciones financieras e industriales que no
habían recibido el visto bueno previo de las instituciones europeas, como es
preceptivo. El Derecho europeo prima sobre el nacional en estas cuestiones. ¿No
puede apelar el Gobierno a la Abogacía del Estado para que le aclaren las
ideas? El mismo principio de "confianza legítima" fue
sistemáticamente invocado por los recurrentes (Diputaciones, empresarios,
Gobierno vasco) ante la Justicia europea, en el infausto asunto de la
incentivación fiscal a la inversión, con los resultados de todos conocidos.
Pero
me cuentan, además, que en Bruselas hay una cierta irritación con España en
este asunto porque en 2001, se preguntó directamente a las autoridades
nacionales, desde Bruselas, si se estaba preparando un marco de apoyo al sector,
y la contestación fue negativa.
Por
lo demás, el principio de "confianza legítima" es aún más difícil de
invocar porque la Comisión condenó en 2006 un régimen equivalente de ayudas a
la construcción naval, establecido en Francia. Había conocimiento de que el modelo no era bueno. ¿Y, en fin, qué confianza se puede
reivindicar, además, si las sociedades de leasing que firmaron los contratos
con los astilleros, impusieron a estos contratos civiles de aceptación de responsabilidad,
en el caso de reclamación de las ayudas? Ni ellas mismas parecían confiar en el esquema. ¿Pero cuánto durarían esos contratos
civiles ante la Justicia europea? Quedarían invalidados de inmediato, como
contrarios al Derecho de la Unión.
Por
razones de coherencia jurídica con una decisión previa (2001) sobre Brittany
Ferries, la Comisión liberó a Francia de la responsabilidad de reclamar las
ayudas previas a 2005. ¿Que las autoridades españolas invoquen este precedente
para obtener de Bruselas trato equivalente? Tienen dos hándicaps: el régimen
francés estaba declarado y el español no; y , segundo, la decisión de 2006 es
clara. Pueden hacerlo, desde luego. A ver si rascan algo. Entre 2002 y 2011
fueron construidos en los astilleros españoles un total de 273 buques, todos
ellos, menos uno, al amparo del régimen denominado de "tax lease".
Esto es
un laberinto en medio de un atolladero. Para zafarse de este hay que encontrar
la salida de aquel, pero no todos los que están dentro tienen la misma
prioridad en la fila
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