Hace
unos días les revelaba a ustedes que soy bastante escéptico sobre la
credibilidad de los argumentos que se nos ofrecen desde las instancias del
poder (hay muchísimas, cada día más), para explicar determinadas actuaciones.
Hoy tengo que reafirmarme en lo dicho, a cuenta de una historia que está
pasando relativamente inadvertida en España: el próximo sartenazo fiscal que se
anuncia sobre los carburantes.
La Comisión
europea presentó en abril un proyecto de revisión de la Directiva que regula la
tributación de los productos energéticos y la gente ha comenzado a echar
cuentas. Ayer, por ejemplo, la Federación Belga de Industrias del Automóvil y la
Motocicleta, FEBIAC, denunció que los
planes de la Comisión podrían entrañar un sobrecosto de 600 euros al año a los usuarios
de vehículos que utilizan gasóleo como carburante. El gasoil sería, de facto,
más caro que la gasolina.
Una
cosa así sería un disparate económico, porque el gasóleo es más barato de
producir que los diferentes tipos de gasolina; requiere menos esfuerzo de
refino; a los fabricantes les cuesta más
barato procesar un litro de gasoil que otro de gasolina. Pero hete aquí que las
instancias de poder echan mano del argumento ecológico y, bajo su protector
manto, hasta la astracanada fiscal más grosera encuentra una justificación. “El
efecto principal (de la pretendida reforma de la Directiva) en todos los
Estados miembros, decía la Comisión en abril, será que tendrán que poner fin al
actual trato fiscal distorsionador de la gasolina y el diesel. Este último paga
ahora menos impuestos por litro que la gasolina en todos los Estados miembros
salvo uno (el Reino Unido), pese a su mayor contenido energético y de CO2 en
volumen. Esto ha llevado a una situación en que las señales de precios ya no
pueden desempeñar su función: mientras que el precio del diesel (antes de
impuestos) es más alto que el de la gasolina (debido a un exceso de demanda en
la UE), esta proporción se invierte en las gasolineras debido a la fiscalidad.
Esto se traduce a su vez en una mayor demanda de diesel pese a su penuria en la
UE. La propuesta acabará con esta distorsión al aplicar una fiscalidad neutra a
la gasolina y el diesel, así como a otros carburantes, tras un período
transitorio de diez años para permitir a los agentes del mercado adaptar sus procedimientos
industriales. La mayoría de los Estados miembros podrá conseguirlo mediante un
aumento del tipo aplicado al diesel o una reducción del aplicado a la gasolina”.
Yves
de Partz, especialista del automóvil en un principal periódico belga, abundaba
ayer en el argumento “verde”, cuando afirmaba que “El objetivo (perseguido con
la subida de impuestos) es uniformizar la tributación de los carburantes en
función de la energía y de la contaminación. Suprimir la ventaja de la que, en
este sentido, se beneficia hoy el diesel. El diesel consume menos, pero, en
cambio, emite partículas para las que se han creado filtros, que no alcanzan a
detener las partículas más finas, que son las más peligrosas para la población.
Se da una paradoja: gobiernos como el belga incentivan mucho la compra de
vehículos diesel, a través de las primas ya conocidas. El objetivo es disminuir
las emisiones de CO2, de evitar el calentamiento de la Tierra. Se anima a la
gente a comprar vehículos diesel; ahora se les va a tasar”.
¿Se
acuerdan ustedes de cuando nuestros gobernantes cantaban las excelencias del diesel?
Los coches duran más, consumen menos carburantes y no emiten determinados
contaminantes cancerígenos, nos decían, para resaltar a continuación, con un
mohín de malicia, que los japoneses no dominaban esa tecnología como los
europeos, por lo que comprar un coche de gasoil equivalía a sostener a la
industria europea del automóvil.
Lo
que quizás ustedes no recuerden, pero yo sí, es que en 1989, cuando se adoptó
la normativa sobre emisiones contaminantes de vehículos automóviles luego
tantas veces revisada, se calculaba que los coches de cilindrada pequeña verían
incrementado su precio en un 5% debido al costo del catalizador y a otras
reformas necesarias en el diseño de los vehículos, para cumplir con los
requisitos medioambientales entonces establecidos.
¿Y
ahora todo eso no vale? ¿La solución está en subir los impuestos? ¿No será que nuestros gobernantes han visto margen para
recaudar más del gasóleo de automoción, por vía de la equiparación tributaria
con la gasolina?
Lo
dicho, no me creo nada.
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