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martes, 18 de octubre de 2011

W.C.

Me había dicho a mí mismo que no escribiría de la crisis financiera. Hay demasiada gente, y muy buena, hablando de ella como para que yo me considerara capaz de aportar nada útil. Pero si la carne es débil, no vean ustedes el intelecto. La pereza mental está a la orden del día en el periodismo. Quizás por eso la gente pasa de los periódicos. Todos ellos dicen lo mismo, de la misma manera. Aburridísima.

 Pero, en fin, allá voy. Ya saben ustedes que el actual follón está motivado por el abuso de unos pocos, que vendieron por todo el mundo basura envuelta en celofán. Lo de las subprime, espolvoreadas por todo el planeta como azúcar candy por los sinvergüenzas de los bancos norteamericanos de inversión, ha dejado en la ruina a centenares de miles de personas. Pero también ha puesto en evidencia fragilidades del sistema financiero europeo que nadie había descubierto antes, o que, si descubiertas, no habían recibido la atención debida por parte de las autoridades competentes, que han demostrado ser bastante incompetentes.

 Lo uno y lo otro ha sucedido porque a comienzos de los años 90 se crearon las condiciones para el tránsito de dinero sin requisitos previos. Es lo que se conoció como la “liberalización de los movimientos de capitales a corto plazo”, que era, a su vez, un prerrequisito para la dichosa globalización. Que yo recuerde, España allanó todos los obstáculos para el libre tránsito de capitales hacia 1993, quizás un poco antes. Lo que ha venido después ha sido el elefantiásico desarrollo de la economía financiera, de la mano de una llamada desregulación que no era otra cosa que un descontrol intolerable.

Hemos sufrido mucho por este descontrol. Pero están comenzando a pasar cosas interesantes. Hace semana y media hubo un acuerdo del Consejo de ministros de la UE para introducir mayor transparencia en el mercado de derivados, un instrumento financiero opaco extremadamente desarrollado en los actuales mercados financieros. Y acaba de saberse que el Parlamento, la Comisión y los socios de la UE han llegado a un acuerdo para reglamentar la CDS, los Credit Default Swaps, que en sí mismos son unos derivados aunque un poco especiales, que se utilizan como garantía ante la eventualidad de un impago de deuda (de cualquier compromiso de pago, en realidad). A los unos y a los otros se les acusa bien de haber servido para ocultar la realidad (tenebrosa) de la  basura vendida como activos de gran solidez, bien de haber sido utilizados para crear tendencias en el mercado, que han agravado situaciones complicadas como la de la deuda griega hasta extremos difícilmente gestionables.

Yo creo que son estas dos buenas noticias. A pesar de que la presión del Reino Unido haya conseguido diluir la ambición de ambas propuestas. Y a pesar de que estas decisiones llegan muy tarde. Porque, verán, ambas señalan una recuperación objetiva de protagonismo por parte de la política en esta jungla en la que la globalización ha convertido al planeta.

Desde hace ya años me molesta constatar que las esferas de la actividad humana gobernadas por los protocolos y métodos de la  democracia son cada vez menores: el dinero tiene sus propias reglas, lo mismo que la energía, por no hablar de la espiritualidad, para la que, francamente, no imagino un modelo democrático. Al paso que llevaban las cosas, las sacrosantas ceremonias electorales apenas iban a terminar produciendo otra cosa que concejales de urbanismo con un muy limitado margen de endeudamiento.

Ante tan asombroso avasallamiento, los poderes públicos se han limitado a reclamar trasparencia a esas esferas autónomas que, como bien se ha visto en esta crisis, imponen sus modos, ritmos y análisis a la gobiernos de todo el mundo.

No disculpo a los políticos. Su falta de credibilidad se la han ganado a pulso. Pero parece que hay una recuperación del bastón de mando. Tímida porque queda mucho por hacer, y si se hace algo es con una gran cautela, pero el signo de la autoridad se está manifestando del lado de los poderes públicos por primera vez en muchos años.

 Y eso es bueno. Ahora hace falta que los sinvergüenzas no se lleven a casa el dinero que han arrebatado a todos los demás con trampas y engaños.

 No me resisto a formular un juego de palabras. Ustedes saben que un británico ingenioso fue el que bautizó hace años a los socios europeos del área mediterránea con aquel humillante acrónimo PIGS ("cerdos", en inglés) por aquello de Portugal, Italia, Grecia y España (Spain). Pero al juego de los acrónimos podemos jugar todos y se me ocurre que Wall Street y la City londinense dan para construir "W.C.", que todo el mundo globalizado sabe bien lo que significa. Les ofrezco la idea a los "indignados". Seguro que les sirve para alguna pancarta.

3 comentarios:

  1. Hace un par de años, asistí a la conferencia de un economistasobre la crisis. La explicación que allí se dió de la crisis se parece -salvando naturalmente el estilo, más académico allí y más desenfadado aquí- a lo que no dices. Por lo tanto, los que lean esta entrada, tengan la confianza de que se parece bastante a "la verdad".
    Aparte de esto, Fernando, me gustaría preguntar: ¿cómo ves el papel que han jugado los medios en esta crisis?
    Un saludo: emilio

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  2. "Verdad" es un término demasiado absoluto para aplicar a una realidad tan compleja como la que vivimos en estos momentos. No hay "una verdad" o "una mentira" en esta situación. Hay muchas, de ambas, y no conviene hacer amalgamas de ellas, porque conducen a simplificaciones demasiado bastas. Desafortunadamente, carecemos de un bálsamo que resuelva los problemas del mundo; hay que gestionarlos uno a uno.
    De los medios: a mí me han desilusionado los británicos, los franceses serios han estado un poco más finos y los españoles han estado a la altura del peso del país en el mundo. Y creo que los americanos siguen siendo los más independientes. Como conclusión general, diría que hay que ser muy cuidadosos a la hora de dar voz a firmas que interpretan sesgadamente la realidad, por mucho que la conozcan, y que los periodistas deben renunciar a la condición de meros portadores de la palabra de otros, que es a la condición a la que algunos pretenden relegarnos.

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  3. Por eso he puesto "la verdad" así, entre comillas. Ah! y suscribo lo de "los periodistas deben renunciar...".

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