El premier británico
David Cameron parece estar encarando una rebelión interna en su grupo
parlamentario, en el que un número significativo de diputados de la facción euroescéptica está reclamando un referéndum sobre la conveniencia de mantener
la adhesión de Gran Bretaña a la Unión Europea. Que se vayan.
Comprendo que suena fuerte,
pero que se vayan.
Lo que pasa es que no se
van a ir; no pueden. Pero entre una cosa y otra, los británicos van a ser,
nuevamente, un obstáculo inoportuno en los difíciles tiempos que se anuncian
para la construcción europea, una vez concluya la crisis de la deuda y se haga
balance de todo lo pasado, que es mucho y muy desagradable.
La historia reciente del
Reino Unido en la Europa comunitaria hay que analizarla en clave de egoísmo.
Verdad es que la Unión Europea se levanta sobre intereses nacionales totalmente
insolidarios, a los que se les busca un denominador común para articular sobre
él una cooperación multinacional, pero lo del Reino Unido es demasiado. Desde
el “I want my money back” de Margaret Thatcher en la cumbre de Fontainebleau (1984)
hasta esta última algarada de los tories, pasando por la negación de Schengen,
los esfuerzos por renacionalizar los recursos pesqueros o la epidemia de las
“vacas locas”, Londres, en Bruselas, es un dolor de muelas. Por no decir otra
cosa, en la que seguro que usted está pensando.
Los británicos llegaron a
la UE (entonces CEE) el 1 de enero de 1973, una vez constatado el fracaso de la
Asociación Europea de Libre Cambio, que ellos mismos pusieron en marcha como
réplica al lanzamiento, a finales de los años 50, de la Comunidad Económica
Europea. Su objetivo confesado desde entonces ha sido sacar todo el partido
posible del proyecto común al menor costo, impidiendo, al tiempo, que Europa se
les vaya de las manos o acometa proyectos que le resulten inconvenientes. El
paradigma es el euro: los británicos están fuera, pero forman parte de
elementos clave de la estructura operacional de la moneda única, como TARGET, (acrónimo de "transferencias
exprés automatizadas transeuropeas en pago bruto y tiempo real”), que facilita
los pagos inmediatos (en uno o dos minutos) en euros entre bancos nacionales.
Londres negociaba esa participación desde 1996, aunque ya se sabía que el Reino
Unido no formaría parte de la moneda única. En 1998 se le concedió el acceso al
negocio, que permite al Banco de Inglaterra ofrecer liquidez en euros a las
instituciones financieras que lo necesitan, en base a un depósito en euros establecido
en el Sistema Europeo de Bancos Centrales. El límite fijado para el banco
susodicho asciende a 3.000 millones, mientras que los bancos de Dinamarca y
Suecia, también admitidos en TARGET, lo tienen fijado en 1.000 millones.
El Reino Unido quiere que
Europa sea poco más que una zona de libre cambio perfeccionada, para mejor
vender sus mercancías. Así, y por
ejemplo, nos vendieron, a los españoles, entre otros, carne de reses
contaminadas con la Encefalopatía Espongiforme Bovina (ESB) cuando estaba impuesto
un embargo a sus exportaciones de vacuno.
Y vendieron, también,
harinas de vacuno para engorde de ganado cuando no podían exportarlas.
El comportamiento del
Reino Unido en la crisis de la ESB no debería ser olvidado. La epidemia se
desató porque el lobby ganadero del país, que gozaba (y se le presupone aún
ahora) una gran capacidad de presión sobre el gobierno conservador en la época, el de
Margaret Thatcher, ahora lo lidera David Cameron, logró que se aliviaran las
exigencias establecidas para la fabricación de harinas con despojos de
animales. Consiguieron, los que fabricaban ese producto, que la temperatura de
tratamiento bajara de 160 a 130 grados, lo mismo que la presión (inicialmente
de 2 o 3 atmósferas) y el tiempo de cocción, que de una hora y media pasó a
menos de una. ¿Consecuencias? Pues que el prión infeccioso, aquella famosa proteína
mal plegada, no quedaba neutralizado. Se reactivaba al ser ingerido por las reses
que comían el pienso envenenado y comenzaron a morir, de una muerte horrible, personas que
habían ingerido vacuno contaminado.
Los adjunto al final de este blog un
vínculo a un informe parlamentario de 1996, realizado por el socialista Manuel Medina, para que se les refresque la
memoria sobre aquellos asombrosos acontecimientos.
La historia de las “vacas
locas” es bastante conocida. Lo que no lo es tanto es que por aquella época,
los británicos pusieron en marcha una agresiva campaña propagandística en la UE, que buscaba justificar el sacrificio en sus propios mataderos del ganado destinado a
la exportación. La campaña se vistió con el mantra de la protección de los
animales y uno de sus objetivos fue España: el Financial Times publicó el 11 de
noviembre de 1993 un artículo de Deborah Hargreaves, en el que el ministro de
Agricultura británico, Nicholas Soames, anunciaba una denuncia en toda regla
contra los mataderos españoles, por crueldad en el sacrificio de los
animales.
Aquello fue un enorme
escándalo. Afectó también a Italia y Grecia. Lo que había detrás era,
sencillamente, que los británicos, después de haber alimentado a sus reses con basura
venenosa, querían sacrificarlas ellos mismos, despiezarlas y enviarlas a los países
del sur, para quedarse con el beneficio del proceso.
El ala euroescéptica de
los conservadores británicos quiere ahora que se pregunte a la población, en un
referéndum, si el Reino Unido debe continuar siendo miembro de la UE. William
Hague, el ministro de Exteriores, les ha venido a llamar poco menos que tontos,
al declarar que Europa está en tránsito hacia un cambio mayor, y que la gente a la que se formularía la pregunta querría saber hacia dónde se dirige ese cambio, antes de pronunciarse.
Pero el más claro ha sido
el propio Cameron quien, en campaña electoral, ya advirtió que intentaría revisar
las transferencias de soberanía efectuadas a Bruselas. Ahora, ante la
rebelión de sus pares, ha dicho que el Reino Unido no debe descabalgarse de
Europa, porque el 50 por ciento de sus exportaciones vienen aquí “y son muchos
millones de puestos de trabajo” los que dependen de ello.
Pero también ha precisado
que, como Alemania reclama una reforma del Tratado, “ya sabré sacarle partido”
a la situación.
Lo dicho: que se vayan.
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