Real Time Web Analytics Bruselas10: Italia, el enfermo que nunca estuvo sano

lunes, 7 de noviembre de 2011

Italia, el enfermo que nunca estuvo sano

Los anglosajones son aficionados a buscar al "enfermo" en las situaciones financieras complicadas y lo encuentran invariablemente en los demás; ellos no lo son nunca. Ahora señalan a Italia, en la Eurozona, como merecedora del calificativo pero yo creo que ese enfermo no ha estado nunca sano.

Berlusconi ha tenido que aceptar, en la última cumbre del G20, la llegada a los pasillos de la economía italiana de husmeadores del FMI y de la Comisión europea. Van allí a certificar que el gobierno de Roma cumple con sus compromisos de ajuste presupuestario y control del gasto público. El polémico presidente del Consejo italiano de ministros considera esta intrusión menos humillante que la perfusión financiera del FMI, que dice haber rechazado, pero Cristine Lagarde, la directora gerente de esa institución, niega habérsela ofrecido. Enredos florentinos. Lo verdaderamente sustancial es que la comunidad financiera internacional no cree ya en la virtud de la tercera economía de la Eurozona, cuyo PIB, groso modo, supera al español un 50% en volumen (1,59 billones la primera, 1,08 la segunda este 2011, según estimaciones efectuadas por Eurostat).

Virtuosa, lo que se dice virtuosa, la economía italiana no lo ha sido nunca. La desconfianza declarada estas semanas atrás hacia la capacidad romana para honrar sus compromisos financieros internacionales no es, ni mucho menos, nueva, pero había quedado adormecida por los vapores balsámicos del euro, desde su lanzamiento en 1999.

Italia llegó a la moneda única por los pelos. Por una decisión política. La misma que permitió que España, Bélgica o Portugal formaran parte del grupo de socios fundadores del euro. Grecia entró después, en 2001, como se sabe haciendo trampas con los números. Durante mucho tiempo hubo sospechas, no del todo despejadas, de que Italia había hecho otro tanto.

Los criterios para abrir el acceso al euro, establecidos por una cumbre europea en diciembre de 1991, (aquella famosa reunión de Maastricht), cifraban inequívocamente un límite para el criterio de deuda del 60% del PIB en los candidatos a la moneda única. Aún así, Alemania aceptó in extremis, para franquear el acceso a Roma (y a Bélgica, que cojeaba del mismo pie), que la guillotina del 60% fuera sustituida provisionalmente por «una tendencia hacia» el 60%. Así, la deuda italiana representó en 1999 el 113,7% del PIB, el 109,2% en 2000 y hasta el 103,9% en 2004. Después la tendencia cambió y se le anticipa para este año un espectacular 120,3% del Producto Interior Bruto. España andará en el 71% en 2012, según la Comisión europea.

En aquellos mediados de los 90, España estaba lanzada a satisfacer los criterios de Maastricht y Aznar llegaba a criticar a Prodi, entonces presidente del Consejo italiano de ministros, en entrevistas que concedía a la prensa internacional, como una muy sonada de octubre de 1996 al Financial Times.

A Alemania, entonces, Italia le preocupaba mucho más que España, por la sencilla razón de que la deuda romana era, ella sola, un cuarto de la acumulada por el conjunto de la Eurozona. La española y la belga apenas representaban un mero 6% cada una. En los pasillos de Bruselas se oía que «la deuda italiana puede tumbar el euro». Era, y es, verdad.

Estamos, pues, donde estábamos. Con la deuda italiana amenazando la supervivencia de la moneda única. La diferencia con respecto a finales de los 90 pasados es que los mercados financieros creían en la cohesión interna de la Eurozona y ahora no.

La otra diferencia la marca Alemania: quienes entonces aceptaron contemporizar con la deuda, ahora no están por la labor. Exigen disciplina. El sábado, Merkel decía que a Europa, controlar sus déficits públicos le va a costar una década. El horizonte de sacrificios está bien claro.

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