Italia, Grecia, una parte de Bélgica, otra de España (¿cuánta?), tienen a la democracia corrompida por el clientelismo, el que han practicado, en casos durante décadas, unos políticos mediocres y acomodaticios, aupados al poder de sus Estados respectivos por otros ideales que el servicio público o las convicciones morales y políticas.
El otro día leía yo con curiosidad un artículo publicado en Le Monde por el escritor y ensayista griego, Takis Teodoropoulos. En él se apuntaba claramente al clientelismo político como responsable de la ingobernabilidad actual de Grecia y de la virulencia de las manifestaciones contra la austeridad exigida por las instancias internacionales para inyectar dinero en la economía helena y sacar al país de la quiebra. "El sindicalismo del sector público, dice Teodoropoulos, que ha vivido durante treinta años bajo la tutela de la clase política, se siente huérfano cuando esa misma clase política le abandona a las arenas movedizas de las privatizaciones necesarias para pagar las deudas del país. Y es lo mismo para el propietario de un taxi o el de la farmacia de la esquina, que han vivido tres décadas bajo la protección de un sistema que les permitía controlar la distribución de licencias".
A la luz de esta realidad, tan crudamente descrita or Teodoropoulos, las acusaciones de fraude lanzadas por los manifestantes en la plaza Syntagma ("los políticos se han forrado"), adquieren una profundidad pavorosa. Es la acusación de quien se siente traicionado por aquellos a los que ha ayudado a prosperar y que, en la crisis, ve huir con las maletas hinchadas de billetes, dejando detrás a los compañeros necesarios para la parte precedente del trayecto. Es una versión trágica de nuestro "¿qué hay de lo mío?".
Hay quienes aseguran que la corrupción es consustancial a la democracia. Yo creo, sin dar por bueno el aserto, que en cualquier caso hay gradaciones. Y estoy convencido de que renunciar a la honestidad en política es suicida. Existe un consenso generalizado sobre la necesidad de corregir los abusos del capitalismo, algunos de cuyos mecanismos se han convertido en referentes internos para un modelo que funciona al margen del sistema. "¡Y menos mal que es así!", te espetan sin arrobo alguno los arcángeles de Wall Street y de la City, significándote la escasa credibilidad de los que nos gobiernan y la nula eficacia del tinglado que han creado. Por corrupto, entre otras cosas. Porque basa su legitimidad, dicen, en unas urnas compradas.
Ante imputaciones de estas características, quienes creemos en la democracia no podemos rasgarnos las vestiduras y clamar que las libertades están en peligro que es, más o menos, lo que ha hecho la clase política cuando los mercados monetarios la han arrastrado por el barro, desacreditando sus planteamientos y esfuerzos.
La "Tangentopolis" italiana, las periódicas acusaciones de corrupción en el sur de Bélgica, los oscuros tejemanejes del poder en Francia con los Bettencourt, las afirmaciones de los republicanos catalanes, citando a Pedro Solbes, de que en Andalucía las exigencias tributarias están muy relajadas, ofrecen una fachada bien poco ejemplar para contraponer a los dictados excéntricos de las agencias de califición o los comportamientos desorbitados de los especuladores financieros, que despluman a sociedades enteras ante la impotencia de quienes les gobiernan.
En la campaña electoral que ha concluido en España se ha oído hasta la saciedad la cantinela de que quienes más tienen están obligados a ayudar a los desposeídos de fortuna. No ha habido, en cambio, ni una sola referencia a la responsabilidad de quienes reciben esa ayuda por dejar de aceptar peces y ponerse a aprender a pescar. Con la disculpa de la redistribución, las sociedades se deslizan con una relativa facilidad hacia el clientelismo político y luego pasa lo que denuncia Teodoropoulos: que bajo las capuchas de los que prendían fuego al mobiliario urbano en Atenas, causando estragos que el Ayuntamiento no tiene dinero para reparar, no había metalúrgicos o mineros salidos de los archivos de la historia, sino hijos de pequeñoburgueses acostumbrados a un régimen de vida y a unos privilegios facilitados por unos políticos que han endeudado a su país hasta las cejas para seguir facilitandolos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario