Firma del Tratado de Maastricht, en 1992 |
Existe un lugar común en esa discusión según el cual el euro, la Unión Monetaria, sería el resultado del Tratado de Maastricht de 1992, que fue aprobado en una cumbre celebrada en esa localidad holandesa en diciembre de 1991. «Prescindimos de él y volvemos a la situación precedente, que no era tan mala», afirman quienes proponen hacer tabla rasa de estas dos últimas décadas.
Es una percepción equivocada. En realidad, la Unión Monetaria ha estado en el núcleo del pensamiento europeo desde sus planteamientos originarios, que no son demasiado ajenos al Zollverein, la unión aduanera germana del siglo XIX. El proceso de integración comunitaria seguiría los pasos de la moderna Alemania, que removió las tarifas internas entre los Estados federados en 1834, dando lugar a un mercado interior que precedería a la unión política de la federación en 1871, cuando se creó el Reichsbank. El marco llegó en 1876.
La construcción europea comenzó a mediados de la pasada década como una unión aduanera, que reclamaba, desde sus muy tempranos momentos, un mecanismo de cambios estables. Ese fue el origen del Sistema Monetario Europeo, creado por una cumbre de jefes de Gobierno de la CE el 5 de diciembre de 1978, a instancias del entonces presidente de Francia, Valery Giscard d"Estaign y el canciller alemán Helmut Schmidt
Subterfugios como el "ecu" -la "cesta monetaria" contra la que se definían las fluctuaciones máximas de las monedas que componían el SME- y el mucho más esotérico "ecu verde", el que se utilizaba para liquidar las ayudas del Fondo de Garantía Agrícola, con sus correspondientes «montantes compensatorios monetarios» negativos o positivos, complicaban la vida de una realidad económica y mercantil común hasta extremos a veces ridículos. El Informe Werner de 1970, en el que se enunciaba abiertamente la necesidad de que Europa construyera, a más tardar para 1980, su unión monetaria, no hizo otra cosa que dar carta de naturaleza a aquellos deseos.
El euro, la moneda única, es la culminación de los enormes esfuerzos acometidos este último medio siglo para dar coherencia económica a la construcción europea. Cuando Kohl y Mitterrand firmaron, en enero de 1988 en París, los protocolos que institucionalizaban el eje francoalemán, en el XXV aniversario del Tratado del Elíseo, lo que Francia esperaba de los nuevos instrumentos creados (el Consejo Económico y Financiero entre ellos, el otro era el Consejo de Defensa y Seguridad) era que se sentaran inmediatamente las bases para la creación del Banco Central Europeo. Alemania, al principio, no quería. Ese año, el ministro germano de finanzas, Gerhard Stoltember, en perfecta sintonía con el presidente del Bundesbank, Karl-Otto Pöhl, ponía el acento en la liberalización de los movimientos de capitales y la cooperación entre bancos centrales en materias fiscales, económicas o regionales, además de monetarias, antes que en una unión monetaria con su correspondiente banco central. Stoltemberg reclamaba, concretamente, una unión política europea, que condujera a la unión monetaria. El Zollverein.
Luego, como siempre pasan las cosas en la UE, las voluntades de unos y otros fueron cuadrando, de manera que en 1999, el euro pudo ver la luz como instrumento fiduciario.
Si el euro cae víctima de las actuales tensiones monetarias, no sucumbirá solo una expresión más de la Europa común; desaparecerá el núcleo central de sus anhelos. El resentimiento contra aquellos a los que se considere culpables de la defunción (lo sean realmente o no, estas cosas siempre son discutibles) y la inestabilidad derivada de la pérdida de los equilibrios continentales de este último medio siglo harán el resto del trabajo. Europa, como proyecto común, dejará de ser una realidad y pasará a los libros de historia.
lo que se hunde es el euro no europa. Es una monedilla inventada que acaba como acaba.
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